Una derecha inmerecida
Poco más de ochos años después de haber escrito la última línea, Olga Wornat ve coronado su esfuerzo con la publicación de su obra, Felipe el oscuro, misma que ha comenzado a circular en México en los últimos días. Según se puede leer en sus páginas, la obra debió haberse publicado justamente en el ocaso del aquel fatídico sexenio, pero sufrió la censura de un régimen de pesadilla para todos los mexicanos. En efecto, todos los indicadores señalan un crecimiento exponencial del grado de violencia que vivimos durante esos años. En el sexenio siguiente al de Calderón, se pensó que ignorando el problema se conseguiría apagar el fuego de la violencia y sus niveles siguieron manteniéndose altos. Más de 10 años después de haber declarado una absurda guerra contra el narcotráfico, el país apenas empieza a notar cambios que carecen de buena prensa, porque la percepción del ciudadano común es que todos seguimos siendo víctimas en cualquier momento de la criminalidad organizada y de la institucional que a la otra permite la expansión de paraísos ilegales.
Con una exhaustiva investigación periodística, Wornat traza el perfil inconfundible de los momentos más terribles del calderonismo y, al mismo tiempo, reconstruye el proceder de los protagonistas principales de la trama macabra que subyace a la cifra oficialmente reconocida de más de 60 mil muertos durante ese periodo. A estas alturas, lo mínimo que uno podría preguntarse acerca del deterioro del PAN es ¿cómo pudo llegar a semejante grado de degradación?
El ex procurador capitalino, Bernardo Bátiz, en un artículo reciente ofrece a grandes trazos las distintas fases y características principales que han definido al panismo en su larga trayectoria como partido político. Por ejemplo, en el momento de su creación a finales de los años 30 del siglo pasado, con una base militante realmente modesta y unos dirigentes que sobre todo eran idealistas, no tenían aspiraciones de asaltar el poder a toda costa. Durante más de 20 años, el PAN se convirtió en una oposición minoritaria y testimonial en un régimen autoritario. En los años 80 ingresan al partido una nueva generación de militantes cuya mística se sustentaba en los beneficios materiales y era lógica que así fuera, pues muchos de ellos venían del sector empresarial, muy alejados de los principios doctrinarios infundido por sus creadores. Con esta última generación, aunque llegaron los triunfos electorales, en más de una ocasión fueron producto de las negociaciones con el régimen que decían combatir. Fue el inicio de las concertacesiones y el declive moral inexorable del panismo, cuyo culmen fueron los gobiernos de Fox y Calderón.
En ese sentido, el libro de Wornat tiene el mérito de ofrecer pasajes memorables de lo que terminó siendo una sucesión de gobiernos del PAN que se caracterizaron por la frivolidad, el afán desmedido de poder y recursos, no importando la forma de conseguirlos. “La prostitución política de Acción Nacional alcanzó la cima con Vicente Fox, su consorte y sus impúdicos vástagos. Felipe Calderón, aunque simuló, profundizó el desastre” (pp. 32).
Es verdad que a estas alturas algunos de los pasajes del libro pueden resultar anacrónicos o acaso un recordatorio siniestro de un gobierno que obligó a salir de nuevo a la calle en protesta por la escalada de violencia y el acelerado registro de personas de desaparecidos, cuyos familiares aun se sienten calcinados por el dolor y la amargura.
Wornat no solamente nos muestra su visión acerca del perfil que logró construir de Felipe Calderón sino que, también, revive episodios terribles como el incendio de la Guardería ABC, en Hermosillo, Sonora, donde casi 50 niños murieron calcinados y poco más de 100 resultaron heridos. También, forman parte de este recuento los accidentes de funcionarios y los presuntos pactos y la protección a redes criminales que tomaron el control de ciertas partes del territorio, capturando algunas instituciones del Estado mexicano vía los sobornos de los funcionarios. En este sentido, cobra especial relevancia el poder que fue acumulando el encargado de la seguridad en la administración calderonista y que hoy enfrenta a la justicia no en México, donde cometió algunos atropellos, sino en una corte federal de los Estados Unidos. “Evidentemente, si hubiera alguna duda de su probidad o algún elemento probatorio que descalificara esa probidad, seguramente no sería secretario de Seguridad Pública. Esto no implica, como dicen algunos, que sean investigaciones dirigidas hacia una sola persona. El secretario García Luna tiene una gran capacidad, dijo Calderón en medio del escándalo de la Operación Limieza, que tumbó a varios colaboradores del policía y demostró la profundidad de sus nexos con los criminales” (pp. 88).
Parte integrante del clan, la esposa del ex-presidente también ocupa un lugar destacado en toda la trama. Como víctima o villana, Margarita Zavala cabe en la narrativa como la típica mujer abnegada y sufrida por las debilidades del marido. “Margarita no es feliz… Está molesta y frustrada… Felipe Calderón tiene muchos problemas con el alcohol, desde siempre, y esto le afecta mucho. No es fácil convivir con un marido alcohólico, con el agravante de ser el presidente” (pp. 105). Aunque estos era así, compensaba sus infortunios con la influencia implacable que ejercía sobre el presidente y la forma sin vacilaciones de ejercer el poder contra sus enemigos, particularmente contra las mujeres que se especulaba sostenían relaciones con su marido. “En esa relación, Margarita siempre fue la que mandó, la más fuerte, la de las grandes decisiones. Es inteligente, más inteligente que Felipe, y él le tenía temor, relata Manuel Espino. No sé por qué, pero cuando estaba con Margarita, cambiaba. No grita, no madreaba. Ella lo miraba y el cambiaba el tono de voz… Margarita y Felipe están tan bien ensamblados que nada los diferencia en medio de la crueldad, la estafa y la impunidad que marcaron el sexenio. Ella ama el poder y lo aprovechó para sí misma y su familia; ambos se enriquecieron mientras México se desangraba. Nada los diferenció de sus antecesores. Ni la influencia que ella ejercía sobre el presidente, ni su carácter duro, ni la sagacidad política para cubrir los derrapes de su consorte pudieron contra el Mal que los fagocitó. Margarita permaneció en silencio seis años y fue cómplice y socia” (pp. 114-135).
Mientras la derecha partidista y particularmente el PAN no realicen un genuino acto de reflexión autocrítica reconociendo sus errores y desviaciones, es muy difícil que la ciudadanía vuelva a confiar en ellos. Resulta una macabra ironía que llegaran al poder con la agenda del cambio y la transformación democrática del país, pero cuando fueron gobierno terminaron escandalosamente expuestos por su voracidad para ejercer el poder. La debacle panista en los últimos procesos electorales no tiene otra explicación, sino aquella que deriva del diagnóstico popular de su mal proceder mientras tuvieron la oportunidad de gobernar. A los ojos del ciudadano común, llegaron con mucha enjundia y con propuestas de avanzada que pronto olvidarían, pero lamentablemente no fueron muy distintos a lo que ya se conocía de los gobernantes. Peor aún, la experiencia ha sido traumática porque las expectativas creadas y anheladas no se correspondieron con un par de gobiernos francamente decepcionantes.
Olga Wornat entrega un muestrario de lo que fue el último gobierno panista para no olvidar nunca jamás la gran deuda que la derecha tiene con toda la ciudadanía de este sufrido país.
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