Inflación de reconocimientos y fiebre revisionista

A falta de títulos nobiliarios para repartir en nuestras sociedades contemporáneas parece que han sido sustituidos por reconocimientos de muy distinta naturaleza. Una inflación de medallas, premios y evocaciones de actores sociales de muy distinto talante. Servidores públicos, académicos y trabajadores de todo tipo, son galardonados por comprobados méritos o, simplemente, para cumplir algún favor político. Incluso algunas instituciones muestran su autosatisfacción llenando el medallero de sus miembros con la constante creación de premios. En definitiva, se está en un momento en el que no contar con algún tipo de medalla, galardón o condición de hijo predilecto, por no hacer un listado de todas las posibilidades de ser reconocido, resulta un déficit curricular, una falta de capacidad.

No hablaré de las muchas personas que se empeñan en conseguirlos, ni de los premios que se otorgan una vez que hombres y mujeres ya no se encuentran en este mundo, pero sí quiero reflexionar sobre los cuestionamientos de los que, desde hace varios años, son objeto personajes, actores sociales y políticos, que han sido reconocidos públicamente.

Nadie pone en duda que entre otras cosas el poder ha asentado su legitimidad gracias a la creación y enaltecimiento de un pasado donde hechos y personajes se convierten en referentes de continuidad, algo que los Estados modernos, con su construcción nacional, han efectuado para refrendar sus instituciones y la unidad territorial. Desde la historia es común hablar de revisionismo, incluso de posrevisionismo, a la hora de cuestionar la historia oficial o las primeras interpretaciones de épocas y acontecimientos que han sido estudiados con prolijidad, como ocurre con fenómenos tan conocidos como la Revolución francesa y la Revolución mexicana. Pero si ello es común en la academia, ahora también sucede en los medios políticos y las administraciones públicas, instituciones que, en muchas ocasiones bajo presión de la sociedad civil organizada, están revisando esos reconocimientos. Otra cosa son las acciones sociales contundentes tomadas en manifestaciones y protestas que, con el derribo de estatuas o placas que nombran plazas y calles, demuestran un revisionismo práctico, eficiente, si se desea.

Pintura: Óscar Rico

La energía con la que se fiscaliza a personajes del pasado, antiguo o más reciente, se sustenta en acciones, actitudes y opiniones reproblables de los involucrados, muchas de ellas marcadas por posiciones racistas, xenófobas o machistas, por mencionar las más comunes. Con seguridad, mucho de lo atribuido a esos personajes es cierto, no cabe duda, pero ahí es donde entran en juego dos elementos fundamentales para el análisis histórico. El primero es su contexto, el periodo en el que hicieron ciertas cosas y construyeron sus discursos. El segundo, casi nunca tomado en cuenta, es la contradicción, consciente o no, de los propios actores históricos.

Juzgar a personajes desde el lente actual, con principios éticos diferidos, olvida la diferencia temporal y los paulatinos cambios políticos y morales que han configurado nuestro mundo hasta la actualidad. Y, por otra parte, es irrisorio pensar que los actores involucrados son de una pieza, acordes, en definitiva, que siempre pensaron, hicieron y dijeron lo mismo. Tal afirmación desconoce tanto la condición humana como los posibles intereses de todo tipo que los actores históricos siempre tienen y exhiben.

Revisar reconocimientos, nombres de calles, etc., puede llegar a ser una labor titánica y que, si se hace con la seriedad requerida, no dejará a ninguno de los personajes involucrados libre de mancha, de posible repudio por su vida pública y privada. Sin duda, la perspectiva ideológica, y los intereses de los revisores, también definirá cómo será analizado y juzgado el actor histórico. Con todos estos aspectos, reexaminar esa pasado, si se efectúa hasta sus últimas consecuencias, puede llevar a dificultades insalvables.

Ante este panorama habrá que proponer menos comisiones revisoras abocadas al delirio o, como medida radical, menos premios, reconocimientos, etc. En fin, dejar de hacer crecer los egos presentes y las glorias de antecesores ideológicos, para centrarse en obras y hechos concretos. Tal vez, y para evitar la enajenación actual alrededor de este tema, sería bueno premiar un libro, la construcción de un edificio original, o la redacción e impulso de una ley innovadora, por encima del reconocimiento de toda la vida de sus autores.

 

 

 

 

 

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