Hombres que no han sido mujeres
Casa de citas/ 503
Hombres que no han sido mujeres
Héctor Cortés Mandujano
Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes
Oliverio Girondo
en “Carta abierta a La Púa”
Me regalé la lectura de la Obra completa (Conaculta, 1999), del poeta argentino Oliverio Girondo, edición crítica coordinada por Raúl Antelo, que comprende los ocho libros de poesía de Girondo (1891-1967), sus artículos, sus poemas dispersos, sus dibujos y pinturas, y la crítica hecha a su obra. Un banquete.
Girondo nació en Buenos Aires y tuvo la fortuna –económica y visionaria– de viajar por muchos lados. Era, según afirman varios, un hombre divertido. Una de las anécdotas que trascribe Antelo en el “Estudio filológico preliminar” muestra su tono (p. XXVIII): “Una noche que mi abuelo (Tatata como le decíamos nosotros) se encontraba indispuesto la llama a mi abuela (mamá Pepa) que se encontraba en el cuarto contiguo y cuando se le acerca a la cama le pregunta:
“¿Mearé o beberé agua?”.
De “Membretes”, uno de los libros de Girondo, Antelo une dos ideas que son una suerte de poética breve (p. XLVI): “¡Si buena parte de nuestros poetas se convenciera de que la tartamudez es preferible al plagio!… ‘Facilidad igual a plagio’ axiomatizaba el amigo Diehl, muy gracianezcamente; a lo que agregaríamos, con toda redundancia: trabajo igual a inspiración”.
Y el hombre trabajó con las palabras, hasta hallar una discursividad que buscaba distintos registros en cada poema a veces, en cada libro siempre. En “Paisaje Breton”, de su primer libro, “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”, de 1922, dice (p. 7): “El campanario de la iglesia,/ en un escamoteo de prestidigitación;/ saca de su campana/ una bandada de palomas”.
En “Exvoto” dice que las chicas de Flores (p. 12) “si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda”; van a la plaza “para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y sus pezones fosforescentes se enciendan y se apaguen como luciérnagas”.
En “Calcomanías”, de 1925, tiene un epígrafe del que yo sólo conocía la primera parte. Es de Gracián (p. 30): “Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Lo malo, si poco, no tan malo”.
En su largo texto “Semana santa”, en Sevilla, que es más que poema, crónica, dice (p. 58): “Seguido de cuatrocientas prostitutas arrepentidas del pecado menos original, el Cristo del Gran Poder camina sobre un oleaje de cabezas”.
“Membretes” es un libro de textos breves, aforísticos. Dice (p. 63): “Musicalmente, el clarinete es un instrumento muchísimo más rico que el diccionario”.
“Espantapájaros (al alcance de todos)”, de 1932, fue el libro que lo hizo famoso. En su “Cronología”, Raúl Antelo cuenta el origen, que cito en extenso (p. 360): “A raíz de una apuesta surgida en una discusión con algunos amigos sobre la importancia de la publicidad en la literatura, se comprometió a vender la edición íntegra de cinco mil ejemplares del nuevo libro en una campaña publicitaria. Alquiló a una funeraria la carroza portadora de coronas, tirada por seis caballos y llevando cocheros y lacayo con librea. La carroza transportaba, en lugar de las habituales coronas de flores, un enorme espantapájaros con chistera, monóculo y pipa (este enorme muñeco todavía se encuentra en el hall de entrada de la actual casa de Girondo en la calle Suipacha, recibiendo a los desprevenidos visitantes). Al mismo tiempo alquiló un local en la calle Florida atendido por hermosas y llamativas muchachas para la venta del libro. La experiencia publicitaria resultó un éxito y el libro se agotó en cosa de un mes”.
Rose Corral escribe en “Relectura de Espantapájaros…” (p. 591): “Espantapájaros reúne veinticuatro textos, numerados por el autor y sin títulos, precedidos por un caligrama que dibuja con juegos de palabras una figura antropomórfica que alude al “espantapájaros” del título. Se trata de un libro abierto, provocativo, que desafía una estricta definición genérica: prosa poética, poemas en prosa, viñetas, cuadros, microrrelatos, son algunos de los términos utilizados para referirse a Espantapájaros”.
Ramón Gómez de la Serna reproduce unos versos que aluden a Oliverio (p. 642): “A veces rotundo/ a veces muy hondo, se va por el mundo girando, Girondo” y puntualiza (p. 644): “En Espantapájaros todas son fecundaciones del porvenir y lo inventado en ese libro no tiene aún nombre. ¿Quién ha podido superar sus imágenes? ¡Nadie!”.
Del caligrama inicial se han hecho muchas variantes. Dice en la “cintura” (p. 77): “Creo que creo en lo que creo que no creo. Y creo que no creo en lo que creo que creo”.
El poema 1 fue utilizado en la cinta, de 1992, El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela. Dicen sus palabras finales (p. 78): “Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando”.
El poema 7 ha sido musicalizado por Liliana Felipe y cantado por Eugenia León y varias más (p. 85): “¡Todo era amor… amor! […] Amor con una gran M, con una M mayúscula, chorreado de merengue, cubierto de flores blancas…”); al 12 también puso música Liliana y lo canta, entre otras, Margie Bermejo; es el único escrito en versos (p. 93): “Se miran, se presienten, se desean,/ se acarician, se besan, se desnudan,/ se respiran, se acuestan, se olfatean,/ se penetran, se chupan, se demudan”.
El 11 dice en la primera línea una idea provocadora (p. 91): “Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido”.
El 16 también plantea ideas como bombas para las “buenas conciencias” (p. 98): “¡Pensar que durante toda su existencia, la mayoría de los hombres no han sido ni siquiera mujer!”; insiste (p. 99): “Aunque me he puesto, muchas veces, un cerebro de imbécil, jamás he comprendido que se pueda vivir, eternamente, con un mismo esqueleto y un mismo sexo”.
El 19 dice (p. 102): “El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones ¿no justificaría que nos pasáramos los días aplaudiendo a la vida y a nosotros mismos? ¿Y no basta con abrir los ojos y mirar, para convencerse que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?”.
En el final de 20 escribe (p. 106): “No logro interesarme por ninguna mujer, si no me consta, que al estrecharla entre mis brazos, ha de declararse un incendio en el que perezca carbonizada… ¡la pobrecita!”.
Girondo hizo trizas la lógica de los críticos con dos libros. El primero es el poema “Campo nuestro”, que parece muy convencional y con un tema para poetas y poemas básicos; el otro es un martillazo en el vacío: “En la masmédula”, donde en muchos versos no hay ni siquiera palabras reconocibles. Tamara Kamenszain escribe en “Doblando a Girondo” (p. 698): “La mayor parte de las palabras de En la masmédula son compuestas. Se articulan con otras, se acoplan a prefijos y sufijos, se multiplican”.
La última línea de “Trazumos”, de “En la masmédula”, dice (p. 238): “La luna intacta es un lago se senos que se bañan tomados de la mano”.
Dice Trinidad Barrera que Girondo fue (p. 445) “animador y espina dorsal de la vanguardia argentina” y que salieron “de su pluma libros originales e iconoclastas hasta sus últimas consecuencias”-
Jorge Luis Borges escribió (p. 613): “Es innegable que la eficacia de Girondo me asusta. […] Me he sentido provinciano junto a él”.
Jorge Schwartz, en “Poesía inédita”, escribe un raro pie de página (p. 438): “Aunque no sea este el espacio que la academia concede para el relato de chistes, no puedo dejar de mencionar uno que corrobora el espíritu del poema (se refiere a “Campo nuestro”) y que marca puntualmente el imaginario masculino. Pasa un argentino por la aduana. ¿Nacionalidad?: ¡Argentino! ¿Edad?: ¡40! ¿Sexo?: ¡Enorme!”.
Girondo estuvo en nuestro país y dice en un pie de página (p. 458): “Puedo decir que en México la vida se desarrolla entre un paréntesis de revólveres”.
Nació Oliverio en 1891. En 1961 va al cine y dice Antelo (p. 364): “Después de ver ‘La dama del perrito’ un coche lo atropella en la misma calle en que nació. Llegó a erguirse y caminar hasta su casa. Vino luego la trepanación del cerebro, el declive. El accidente lo disminuye considerablemente”. En 1967 (p. 365), “Oliverio Girondo muere en Buenos Aires el 24 de enero”.
Contacto: hectorcortesm@gmail.com
leerte es todo un gusto, pues me confirma que el español es un idioma que ladran los perros …..