La cara como un espejo
Casa de citas/ 500
La cara como un espejo
Héctor Cortés Mandujano
Llegamos a la Casa de citas ¡número 500!, lector, lectora. Tú y yo. Gracias por leerme. A ver hasta cuántas nos dura. Te abrazo con amistad.
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Releo los Entremeses (Porrúa, 1997), de Miguel de Cervantes. Los ocho que con seguridad escribió y cinco más, atribuidos.
Dice Arturo Souto en la introducción (IX): “Cervantes, entre otros muchos que lo caracterizan, tiene el rasgo peregrino de haber sido un escritor cuya curva creadora, al contrario de la mayoría, es sinuosa, tardía, otoñal. Paradójicamente, escribe más y mejor en los últimos años de su vida”.
En “El juez de los divorcios”, dice Mariana, la mujer del viejo del que quiere divorciarse, en alusión a la juventud de su casamiento (p. 3): “Cuando entré en su poder, me relumbraba la cara como un espejo”.
En “El rufián viudo llamado Trampagos” dice La Mostrenca, una mujer de moral relajada que defiende su poca belleza (p. 18): “Ninguna es fea, como tenga bríos; feo es el diablo”.
La frase con la que Cervantes concluye “La elección de los alcaldes de Daganzo” ahora es usada por muchos y alude no sólo a la facultad vocal; también a la simpatía (p. 40): “No solamente canta, sino encanta”.
En “El retablo de las maravillas” hay una frase que yo recuerdo haber oído de una poeta a quien se le hacía homenaje. Sucedió hace tanto y lo recuerdo, tal vez porque viene de este remate magistral (p. 76): “La encina da bellotas; el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa”.
En este mismo entremés, da un esquinazo a los poetas (p. 79): “Me pregunta de los poetas, no le sabré responder; porque hay tantos que quitan el sol, y todos piensan que son fam“La encina da bellotas; el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa”osos”.
Me encantan las palabras raras de los libros clásicos. Me hallo con una que define lo que hago constantemente en mis labores de jardinería: Rodrigón, definido al pie de página (p. 136): “Palo que se clava al pie de una planta y sirve para sostener sus tallos y ramas atados a él”.
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En el librote de pinturas El esplendor del renacimiento, primera parte (Promexa, 1980), que repasa la vida y la obra de Van der Weyden, Bellini, Mantegna, Bosch y Da Vinci, me llamó la atención un proverbio flamenco, a propósito de El carro de heno, de Bosch (p. 111): “El mundo es una parva de heno, cada uno arranca de ella cuanto puede”.
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¿Qué es la inteligencia? Del CI a las inteligencias múltiples (Salvat, 2019), de Adrián Triglia, Bertrand Regader y Jonathan García-Allen, recorre de los primeros a los más recientes estudios sobre la investigación y la medición de algo que aún no termina de definirse: la inteligencia.
Francis Galton (1822-1911) fue de los pioneros y (p. 25) “defendió que la inteligencia está determinada en un alto porcentaje por los factores genéticos y hereditarios”; después, Alfred Binet (1857-1911) es considerado (p. 27) “el primer investigador en diseñar un verdadero test de inteligencia”, ya probado en 1908. Con su colaborador Théodore Simon crearon una medición de la “edad mental” basada en niños de escuela (p. 28), “aplicable a personas de entre 3 y 13 años”.
Un recuadro del libro me llama la atención. Es sobre “las correlaciones espurias” (p. 38): “una relación matemática en la cual dos sucesos que no tienen relación lógica pueden, sin embargo, correlacionarse debido a un ‘factor de confusión’ ”. Hay varios ejemplos, pero cito uno de muestra: “La cantidad de películas en las que aparece Nicolas Cage cada año desde 1999 hasta 2009 parece estar estrechamente relacionada con la cantidad de personas que se ahogaron en una piscina anualmente durante ese mismo periodo”.
Charles Spearman (1863-1945) avanzó en las mediciones y propuso que (p. 41) “hay un factor general, llamado g” que es “la base de la teoría de la inteligencia general”, a los que se unen otros factores, llamados s, que son las (p. 43) “habilidades especiales”.
Philip E. Vernon (1905-1987) agregó al factor g, el principal, dos grupos mayores (el verbal-educativo y el mecánico-especial) (p. 47), “de los que a su vez colgaban unos subfactores de un grupo secundario”.
Varios años después se llegó a la conclusión que el cociente intelectual, rey durante mucho tiempo como medición (p. 63), “no es sinónimo de inteligencia”.
Con anexiones, precisiones, adaptaciones, la escala de inteligencia de Stanford-Binet, en su edición de 2003 pone la atención en cinco factores (p. 69): “El conocimiento, el razonamiento cualitativo, el procesamiento visual-espacial, la memoria de trabajo y el razonamiento fluido”.
Howard Gardner, vivito y coleando, nacido en 1943, propuso, a partir de varios campos diversos, la teoría de las “inteligencias múltiples”, que están ligadas a las distintas habilidades y torpezas que pueden coexistir en un ser humano. Kim Peek, por ejemplo, nacido en 1951, y con diversas complicaciones en la zona del encéfalo, que poseía el raro síndrome de savant, era capaz (p. 85) “de recitar de memoria el contenido exacto de enciclopedias, diccionarios, ensayos, etcétera. Se estima que, hasta poco antes de morir, recordaba las frases de alrededor de 6000 libros”.
Las inteligencias, de conformidad con las ideas de Gardner, (p. 86) “funcionan en paralelo”, su “rendimiento suele ser desigual” y no existe una inteligencia general. Dentro de las ocho que propone, la intrapersonal (p. 91) “permite imaginar un modelo ideal de uno mismo para saber en qué aspectos y en qué sentido hay que controlar las emociones”, idea que coincide en términos generales con la “inteligencia emocional”, de Daniel Goleman (de la que, creo, ya hablé en una Casa… anterior).
En los estudios recientes, no hay grandes diferencias en las inteligencias de hombres y mujeres (p. 139): “No son estables ni claras y pueden ser fruto del azar”. Por último (p. 141): “La inteligencia es el fruto de la interrelación entre la genética y el ambiente, pero estamos lejos de saber de qué manera –a través de qué procesos– determinan las diferencias individuales uno y otro aspecto”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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