El indigenismo como política de Estado
Con antecedentes en los días coloniales en planteamientos como el de Fray Matías de Córdoba en 1798, el indigenismo se consolidó en América Latina como política de Estado durante el siglo XX. Pero fue el Estado Nacional Mexicano el que llevó la dirección de dicha política a partir de la celebración del Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro en 1940. A partir de esa reunión, nació el Instituto Indigenista Interamericano y los Institutos Indigenistas Nacionales. La sede del primero se instaló en la Ciudad de México y desde allí se coordinó la acción del indigenismo para América Latina. Recordemos que el indigenismo como política de Estado es un tanto distinto del indigenismo como tendencia literaria, aunque tengan sus innegables relaciones. Incluso, en Chiapas, representantes del indigenismo literario fueron los escritores que configuraron el llamado “Ciclo de Chiapas” por el crítico literario Joseph Sommers, al que pertenecieron Rosario Castellanos, Eraclio Zepeda, María Lombardo de Caso, Carlo Antonio Castro, Ricardo Pozas, Ramón Rubín y agrego a Francisco Rojas González autor del magistral cuento El Diosero. El indigenismo como política de Estado planteaba que la consolidación de la Nación en América Latina dependía de la configuración de una sociedad nacional, basada en una cultura nacional. Se traduce dicho planteamiento en la búsqueda de sociedades de una unanimidad cultural incluyendo un idioma único. Fue una obsesión que causó daños severos a las comunidades y pueblos indígenas en América Latina. No era el Estado lo que estaba a discusión, sino la Nación. Pero el indigenismo fusionó al Estado y a la Nación, constituyendo los Estados Nacionales y elevando al mestizo (entendido de múltiples maneras) como el personaje ideal culturalmente hablando para consolidar Estado y Nación. En países como Guatemala, el indigenismo fue sinónimo de “ladino”. Se trataba de ladinizar a la sociedad y hacer que desapareciera la variedad de la cultura. En México, el mestizo significaba el dominio del personaje criollo, elevado a la máxima potencia como ciudadano. Se alegaba, por teóricos como Alfonso Caso o Gonzalo Aguirre Beltrán, que los “indios no entendían el concepto de nación” y por lo tanto, no entendían ni entenderían el proceso. La sola idea de que desapareciera el Estado Nacional aterrorizó a los indigenistas. El indigenismo como política de Estado se convirtió en un componente básico del nacionalismo en Latinoamérica.
El ataque a los pueblos indígenas fue intenso y por muchos frentes. En la educación, desde los días de la Escuela Rural Mexicana que dirigía el profesor Rafael Ramírez, se puso en práctica una verdadera cruzada en contra de las lenguas indígenas. El profesor Ramírez instruía a sus profesores para que por ningún motivo permitieran que los niños hablaran sus lenguas maternas. De su lado, los antropólogos indigenistas insistieron en que la castellanización era necesaria pero a través de las propias lenguas maternas. En ello tuvieron el apoyo del Instituto Lingüista de Verano (ILV) que se dedicó a traducir la biblia a las lenguas autóctonas de Latinoamérica preparando así el paso a las iglesias evangélicas y asestando un duro golpe a la iglesia católica que perdió a una parte muy importante de su feligresía. Desde los tiempos del Presidente Cárdenas, el ILV hizo el compromiso de “desterrar la brujería y el paganismo de los indígenas y convertirlos en ciudadanos modernos” como decía William Towsend, “Don Guillermo”, el misionero que fundó al Instituto de marras. Con todo, los pueblos indígenas resistieron. En el Ecuador, los movimientos indígenas se convirtieron en el motor de la transformación social del país y lograron un cambio espectacular: el Estado Nacional desapareció y surgió el Estado Plurinacional. La Constitución Política del Ecuador reconoce a los pueblos indígenas como nacionalidades y al nuevo Estado como representante de todas esas nacionalidades, incluyendo a afroecuatorianos y mestizos o asiáticos. Es un paso de extraordinaria importancia en América Latina. En México, por lo menos se reconoce constitucionalmente el carácter pluricultural de la sociedad mexicana y se ha creado el Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas (INALLI), reconociendo a todos los idiomas hablados en el país como lenguas nacionales. Así mismo, el actual gobierno creó el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas y por primera vez incluyó en ello a los afromexicanos. Veremos hacia dónde conducirá este proceso institucional. En Perú, se reconoce la pluriculturalidad del país. Es más, se ha marcado una tendencia vigente en América Latina para reconocer que las Naciones son configuraciones culturales plurales. Es un paso, pequeño, pero un avance.
El indigenismo de Estado estuvo y está teñido de racismo. El análisis del racismo en América Latina deberá incluir al indigenismo como parte de la exclusión que históricamente se ha practicado con los pueblos indígenas. La hazaña de estos pueblos de sobrevivir a pesar de todo, incluso a matanzas sistemáticas como ocurre en Brasil, intensificadas ahora por el fascista de Jair Bolsonaro, hablan de la fortaleza cultural de estos pueblo y de su firme decisión de defender los derechos que les corresponden como seres humanos y como configuraciones sociales y culturales. Hagamos votos porque el Gobierno Mexicano entienda que en la variedad cultural está la riqueza del país y apoye a los pueblos indígenas a llevar a la práctica sus propias decisiones.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 6 de septiembre de 2020.
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