Ayotzinapa: racismo y barbarie
Durante el fin de semana pasado, el canal 14 del Sistema de Radio y Televisión del Estado Mexicano, ha estado exhibiendo informes, programas especiales, documentales, entrevistas, acerca del caso conocido como Ayotzinapa. Como es ampliamente sabido, no sólo en el país, sino internacionalmente, durante la noche del 26 de septiembre y la madrugada del 27, del año 2014, ocurrieron en la Ciudad de Iguala, estado de Guerrero, una serie de acontecimientos violentos que al final resultaron en la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, localizada en Ayotzinapa, una pequeña localidad casi conglomerada con la ciudad de Tixtla, en el estado mexicano de Guerrero. Ayotzinapa era una hacienda cuyo dueño original fue un tal Sebastían de Viguri que, impresionado por los pronunciamientos de José María Morelos y Pavón, lanzados en la ciudad capital de Guerrero, Chilpancingo, en 1813, repartió una parte de su hacienda a campesinos, justo el 16 de septiembre de 1818, destinando otro sector de sus tierras para ser trabajadas con el propósito de obtener recursos para los ancianos o enfermos en general. En el transcurso del tiempo y con los cambios producidos en el país, la antigua hacienda se convirtió en un poblado pequeño en el que se construyó la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”. Es información ampliamente difundida que en general las escuelas normalistas del estado de Guerrero, han estado asociadas a movimientos y luchas sociales como las encabezadas por los legendarios guerrilleros Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, ambos egresados de la escuela normal de Ayotzinapa. Así que la Escuela Normal “Raúl Isidro Burgos” siempre estuvo bajo la mira de la policía y del ejército, con la convicción de que eran “nidos de guerrilleros”. Así, y para mencionar un caso cercano a lo sucedido, el día 12 de diciembre de 2011, hubo en enfrentamiento en la ciudad de Chilpancingo, entre normalistas de la “Isidro Burgos” y policías estatales y federales, que pasó a los registros periodísticos como “el conflicto de Ayotzinapa”. En aquella ocasión, dos estudiantes fueron asesinados por los policías, mientras que un trabajador murió a resultas de quemaduras en el momento en que los estudiantes intentaron incendiar una gasolinera. En 2014, los estudiantes de Ayotzinapa, como todos los años, se disponían a asistir a las marchas que en la Ciudad de México conmemoran la masacre del 2 de octubre de 1968, misma en que el ejército y bandas paramilitares perpetraron en México una de las matanzas más terribles de la historia contemporánea del país. Como parte de los preparativos para asistir a la ciudad de México el 2 de octubre, los estudiantes habían estado tratando de secuestrar autobuses para usarlos en el traslado de los contingentes. Los días 25 y 26 de septiembre, trataron de secuestrar autobuses en la propia ciudad de Chilpancingo, lo que no lograron porque intervino la policía. En la tarde del día 26, los estudiantes decidieron ingresar a la ciudad de Iguala con el mismo propósito. Habían logrado apoderarse de un autobús de la línea Costa Line, el número 2513 además de dos vehículos de la línea Estrella de Oro con los números 1531 y 1538. Al ingresar los estudiantes a la central de autobuses de la ciudad de Iguala, lograron secuestrar dos autobuses más de la Línea Costa Line, los números 2510 y 2012, y uno más de la Línea Estrella Roja, el número 3278.
El autobús 2513 de la Línea Costa Line fue recapturado por el chofer que logró escapar con las llaves. Para sintetizar: después de apoderarse de los tres vehículos en la terminal de Iguala, los estudiantes formaron una caravana de cuatro autobuses y enfilaron hacia el norte de la ciudad, sin saber a ciencia cierta en dónde estaba la salida para alcanzar las carreteras que los llevarían a Ayotzinapa. Para impedir que los autobuses se acercaran al centro de la ciudad de Iguala, en donde se celebraba un acto del Ayuntamiento, los policías iniciaron un cerco que terminó en una nutrida balacera y el secuestro posterior de 43 estudiantes. Los relatos de los sobrevivientes, acompañados con videos obtenidos en los teléfonos, muestran la brutalidad policiaca y del ejército que intervino también en los acontecimientos. Los estudiantes gritaban que no estaban armados y que varios de ellos habían caído bajo la lluvia de balas. Pero ejército y policías, más grupos que después se supo eran de sicarios, seguían disparando. Aquella noche hubo una terrible matanza y el secuestro de 43 jóvenes entre 17 y 22 años. Todo México se enteró de cómo se fabricó una versión de los sucesos llamada “la verdad histórica”, para cerrar el caso. Se dijo que los estudiantes habían sido secuestrados por un grupo de narcotraficantes y quemados en un basurero al aire libre en una noche en la que llovió torrencialmente. Pasaron los años. Los padres de los secuestrados no dejaron de luchar contra esta versión. Se organizaron y llevaron a cabo marchas, plantones, mítines, exigiendo que sus hijos aparecieran: “vivos de los llevaron, vivos los queremos”. El día en que el actual Presidente del país, Andrés Manuel López Obrador tomó posesión del cargo, prometió reiniciar las investigaciones y formó un equipo especial, incluyendo una fiscalía, para cumplir tal propósito. El sábado pasado, 26 de septiembre, a seis años de los sucesos, se llevó a cabo un acto en el patio central del Palacio Nacional, para informar acerca del avance de las investigaciones del llamado “Caso de Ayotzinapa” reiterándose la promesa de que no habrá impunidad. Durante todo el fin de semana, la televisión pública pasó reportajes, entrevistas, documentales, acerca de los sucesos. Las revelaciones de conversaciones telefónicas, de la demostración de cómo se fabricó la “verdad histórica” a base de torturas incluso de reclusos que fueron sacados de la cárcel y obligados a ofrecer testimonios falsos, revelan la brutalidad si, pero no sólo eso, sino el grado de corrupción y de complicidad entre el Estado como tal y el narcotráfico. La revelación de los avances en las investigaciones señalan claramente a los responsables, desde el Jefe del Estado Nacional Mexicano, hasta el último policía que intervino en la masacre y la desaparición de los jóvenes. Además, las conversaciones telefónicas y aún la propia documentación producida para ocultar la verdad, revelan el racismo de los más altos funcionarios del Estado Nacional Mexicano. Las referencias a los padres de los estudiantes como “indios mugrosos” abundan. Uno no da crédito que un Jefe de Estado hable así de su propio pueblo. Para estos funcionarios, los padres de las víctimas no son ciudadanos con derechos, sino “indios mugrosos” que deben desaparecer. Uno se pregunta cómo, el país que hizo la primera revolución social del siglo XX, llegó a tal degradación. Pero también uno se explica porque los estados más atrasados del país, con mayores índices de marginación, pobreza y carencia de servicios públicos son Guerrero, Chiapas y Oaxaca: es en donde mayor número de pueblos indígenas se localiza. El racismo ha sido un componente del manejo del Estado Nacional Mexicano. Elites corruptas, una clase social hegemónica racista, sin escrúpulos para establecer complicidades con el negocio del narcotráfico, es lo que deja al descubierto el “Caso Ayotzinapa”. La violencia contra los estudiantes se ejerció porque los autobuses llevan droga hasta la ciudad de Chicago y eso era lo único que les importaba rescatar. Después de todo, no se puede tolerar que “indios mugrosos” echen a perder el negocio al que se refería el Mayo Zambada, el capo de capos, cuando dijo señalando a quienes ocupaban los más altos cargos de Estado, “trabajamos para ellos”. Si López Obrador cumple, como hasta ahora lo ha hecho, con aclarar el “Caso Ayotzinapa”, le hará un servicio invaluable a la sociedad mexicana y sentará una advertencia mayor para que nunca más se admitan en el manejo del Estado, a personajes como los que salen nombrados y tienen ya autos de arrestos, son prófugos de la justicia, escondidos en algún rincón del mundo, de donde tendrán que ser trasladados para que vean el triunfo final de “los indios mugrosos” a quienes masacraron con brutalidad inaudita.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 28 de septiembre, 2020.
- D. El “Caso Ayotzinapa” ha sido profusamente documentado, sobre todo, por periodistas que han arriesgado su vida para cumplir con su objetivo de informar. Una breve bibliografía a continuación: Anabel Hernández, LA VERDADERA NOCHE DE IGUALA, México, Editorial GRIJALBO; Fernando Escalante Gonzalbo y Jualian Canseco Ibarra,DE IGUALA A AYOTZINAPA. LA ESCENA Y EL CRÍMEN, México, Editorial Granito de Sal; Carlos Martón Beristain, EL TIEMPO DE AYOTZINAPA, Editorial Akal. Federico Navarrete, MÉXICO RACISTA, México, Editorial GRIJALBO; Nayar López Castellanos, AYOTZINAPA. UN GRITO DESDE LA HUMANIDAD, México, Editorial Ocean Sur. Sugiero especialmente el libro de Anabel Hernández.
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