30 años de inmigrante en México
Entiendo que estas páginas no tienen que recoger anécdotas personales, seguramente de poco interés para los lectores, aunque el título del artículo refiera mi experiencia personal. Por tal motivo, recordar que el día de la Independencia de México, 16 de septiembre de este año, cumplí 30 años de vivir en México no implica recopilar anécdotas, o batallitas acumuladas en estos años, sino reflexionar brevemente, como procuro siempre, sobre la condición de emigrante. Ponderación sesgada por la experiencia personal, no puede ser de otra forma, ya que la migración suele tratarse desde una perspectiva más sociológica, olvidándose de la vertiente subjetiva de los involucrados.
La construcción de los Estados nacionales, y la supuesta protección de sus fronteras de todo aquello considerado ajeno, se ha convertido en tema recurrente de las problemáticas sociales del mundo actual. Las experiencias del exilio o el refugio solo comparten con el emigrante, casi siempre por motivos económicos, la condición de estar fuera de su país de origen. En lo personal, alejarme de mi ciudad de nacimiento, Barcelona, la asumí en 1990. No sin escollos, como en cualquier cambio radical, hoy en día la vivo con total naturalidad. De hecho, muchas más personas me siguen viendo como foráneo; una circunstancia que ni yo mismo me planteo. No me levanto o acuesto pensando de dónde soy, o replanteándome mi identidad personal, sino que me inquietan las cosas que me preocupan, sin ponerle bandera a los problemas.
Son tantas las ayudas que recibí en mis primeros andares dedicados a aprender en tierras chiapanecas que no puedo, ni debo, enumerar a todas las personas, porque si me dejara a alguien sería injusto, pero ellos saben de mi reconocimiento y afecto. Incluso muchas de esas personas ya no se encuentran entre nosotros, por desgracia. Por ello, debo considerarme un privilegiado en comparación con muchos de los emigrantes que buscan por caminos inciertos un mejor futuro que el que les depara su tierra natal. De ahí que la migración siga marcada por la diferenciación social y por el origen de los involucrados. No es lo mismo un jeque árabe que se instala a vivir en la costa mediterránea española, que los africanos que llegan a las mismas costas en inestables embarcaciones. Ese ejemplo es extensivo a cualquier lugar del mundo, y México tampoco representa una excepción.
Choques culturales los tenemos en cualquier viaje, incluso si el desplazamiento se produce en un mismo país, sin embargo cuando la estancia en un territorio se prolonga se convierten en constantes hasta que empiezas a dominar los distintos códigos culturales con los que te familiarizas. En mi caso, fueron más sorpresas que colisiones, y hoy disfruto o sufro como cualquier chiapaneco o mexicano de la cotidianidad que nos toca vivir.
Soy un migrante privilegiado, desde el inicio, que no quiere decir tener la mesa servida simplemente por ser extranjero, como también cierto pensamiento local atribuye por tener esa condición. Solo quien conoce las circunstancias del migrante sabe que batallar solo no es fácil, pero siempre el emigrante tiene objetivos que cumplir, de lo contrario no se plantea abandonar su tierra, y dejar atrás familia y amigos. Trabajar por esos objetivos es un distintivo del emigrante. No siempre se logran, por supuesto, pero muchos sí y esa es la gran satisfacción.
Muchas personas me han preguntado, durante años, por qué cambié una ciudad como Barcelona por estas tierras tropicales. La verdad, no extraño la ciudad condal, sino que disfruto mis breves estancias en ella. Camino y me muevo como si nunca la hubiera abandonado, pero ello no impide decir que en México tengo mi vida, mi hogar. Tampoco es extraño escuchar a muchos migrantes, que llevan años asentados en algún país, añorar su lugar de origen, aunque en su actuar demuestran las complejidades del discurso puesto que en ningún caso se plantean dejar la tierra de adopción, aquella donde han nacido hijos y nietos.
Tras 30 años y muchas experiencias vitales a las espaldas, me preocupa la emigración no por una cuestión personal, sino por lo que sufren muchas personas que ven en la salida de su país la única opción para tener una vida digna. En las últimas décadas, el movimiento de seres humanos, más allá de los obligados por conflictos políticos, se ha establecido como referencia de debates internacionales alentados por los Estados nacionales atrincherados en sus fronteras, y con discursos de exaltado nacionalismo que criminaliza a seres humanos que solo buscan un mejor futuro. Nada augura cambios tras esta pandemia, todo lo contrario, parece que las restricciones al movimiento poblacional serán mayores. Atrincheramiento tras los muros nacionales que, como migrante, no puede más que entristecerme y repugnarme, al mismo tiempo.
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