Sobrevivientes del covid

Encerrarse durante la pandemia ha sido privilegio de pocos. Y ese sector, en este Chiapas de desigualdades, ha comenzado a salir a la calle. No tenía muchas opciones: el encierro también enferma y desgasta.

La carga viral ha disminuido es cierto, pero no ha desaparecido. Tuxtla Gutiérrez, que fue el epicentro de la pandemia en Chiapas del 15 de mayo al 30 de junio, ha visto mermar los contagiados a cinco, a dos, en los últimos días, después de que el 3 de junio, según las autoridades sanitarias, registró el pico con 77 personas contagiadas. Si ese número lo multiplicamos por 30 o por 50, como sugieren algunos especialistas, veríamos la dimensión real del problema.

Vivir la pandemia y sobrevivir a ella deja marcas. Las más terribles son las económicas: el incremento del desempleo y de la pobreza, pero también los padecimientos psicológicos a raíz del familiar enfermo o muerto, de la ausencia del calor humano de las reuniones y de la falta del trabajo presencial mismo.

Los dueños o empleados de pequeños negocios, de puestos de frutas y tienditas, tuvieron que trabajar durante la pandemia y enfrentarse al virus con protecciones escasas. La mayoría se contagió. Solo los malestares los obligaron a quedarse en cama o de plano a ser hospitalizadas. Después, apenas convalecientes, debieron regresar a atender a los pocos clientes que llegaban a los establecimientos.

Muchos tuvieron que gastar en medicinas, en nebulizadores, en oxígeno. Sin ingresos, vendieron pertenencias. Un amigo, dueño de un bar en Suchiapa, remató el coche que compró el año pasado. Más de tres meses sin clientes y el contagio lo obligaron a aceptar la primera oferta de compra. Repuesto de la enfermedad, confía en reponerse también en lo económico.

Foto: Isaac Guzmán

Las personas que sufrieron la muerte del padre, de la madre o de los abuelos, quedan resentidas. Una amiga, quien perdió a su esposo de 63 años, está enojada con los chinos, con el gobierno, con todos los posibles culpables por el contagio de su pareja, quien debió trabajar en plena pandemia.

En mi pueblo, Suchiapa, junio fue un mes terrible, con más de 50 muertes de las que ocurren regularmente en ese periodo. Ahora hay más movimiento en la Calle Central, la zona del comercio ambulante y establecido. Las personas, que se habían encerrado, ya salen, protegidas en su mayoría por cubrebocas. Un sobrino, que padeció el covid junto con su esposa y sus hijos, estima que en el pueblo ya casi todos sufrieron el contagio; “estamos inmunizados”, dice.

Hay historias de sobrevivencia increíbles. Un amigo, con sus más de 150 kilos, sufrió y padeció el virus en su casa, con dolores musculares y de cabeza, pero lo superó. Otro más, que está dializado desde hace más de un año y que vive con diabetes e hipertensión, requirió nebulización por una semana, pero no tuvo mayores complicaciones por el covid. Personas de más de 80 años, con alguna morbilidad asociada también se enfrentaron al virus y lo vencieron.

En el recuento de daños hay buenas historias de superación. Aun así hay heridas; los huecos dejados por quienes se marcharon en esta pandemia no se llenarán nunca. Muchos sobrevivientes arrastran las secuelas del virus: pulmones dañados, cansancio crónico, depresión, tos, agitación nerviosa y problemas renales.

Tuxtla regresa a la rutina, a “la nueva normalidad”, con una carga de pesar y de tristeza que tardará mucho en dispersarse. El virus todavía golpea, pero al parecer con menor intensidad, de acuerdo con los datos oficiales. Ojalá que así sea.

 

 

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