Nuestro próximo encuentro

Casa de citas/ 496

Nuestro próximo encuentro

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo el librote, en dos volúmenes, La historia de Genji (Atalanta, 2010), de Murasaki Shikibu. Mi ejemplar es bellísimo (edición de Royall Tyler, traducción de Jordi Fibla), con pasta dura, largo y ancho, pesado (907 páginas el primer tomo), lleno de explicaciones, dibujos, descansos visuales.

La novela fue escrita hace más de mil años en Japón (alrededor del año mil) y se le reconoce como una obra maestra que ha servido de base para otras novelas, para el teatro, la danza, el cine… Su autora (p. 12) “fue una mujer cuya obra figura en la literatura y la cultura japonesas a la altura de los poemas homéricos, las obras de Shakespeare y En busca del tiempo perdido de Marcel Proust en occidente”.

No es una lectura fácil para alguien no oriental y por eso se agradecen tantas notas aclaratorias; además, no tiene suspenso ni da importancia dramática extrema a los abandonos, las muertes, las relaciones que terminan. Hay muchas historias paralelas y de pronto aparecen personajes de los cuales poco se sabría si no fuera porque los amables editores y el traductor explican esos sucedidos. La narración es oblicua, elegante, sutil, morosa.

Me llamó la atención que se diga que todas las relaciones eróticas (Genji es muy, muy mujeriego) se hacía frente a los sirvientes, porque ellos no eran vistos más que como parte del decorado: no se les menciona en esas escenas (que también son sutiles, nada gráficas) más que de paso.

El volumen I es prácticamente la vida y la muerte de Genji: es hijo del emperador, pero con una concubina, de modo que, aunque es un ser privilegiado, no puede ser el heredero. Lo vemos en toda la novela, desde pequeño, enamorando mujeres con un ritmo frenético. Claro, es apuesto, de una belleza deslumbrante (en esto insiste mucho la autora); incluso su perfume es embrujador.

Algo que también es muy significativo es que las horas tienen nombre de animales. Cito en extenso. La hora del Buey es (p. 47) “aproximadamente entre las dos y cuatro de la madrugada”; la hora del Jabalí es (p. 114) “alrededor de las nueve de la noche”; la hora del Mono es (p. 260) “aproximadamente entre las tres y cinco de la tarde”; la hora del Tigre es (p. 265) “aproximadamente las tres de la madrugada”; la hora de la Oveja es (p. 555) “hacia las dos de la tarde”; la hora de la Liebre es (p. 599) “entre las cinco y las siete de la mañana”; hay la hora del Perro y la Rata (p. 660) y la hora de la Serpiente (p. 683). [En el rancho donde nací llamaban al medio día “la hora del Loco”.]

[Dice Roland Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso (Siglo XXI, 1982, p. 216): “En el haikú japonés, el código quiere que haya siempre una palabra que remita al momento del día y del año; es el kigo, la palabra-estación”.]

Hay también (p. 322) “el día de la Serpiente”. [En Historia General del Arte Mexicano. Época Prehispánica, tomo II (Editorial Hermes, 1981), de Raúl F. Guerrero, dice que en los aztecas (p. 164) “el mono, el lagarto, el conejo, el zopilote real, el venado (son) signos de los días y de los meses”]; también, en Genji, el año se relaciona con un animal. “El primer canto del ruiseñor” (p. 521) es el primer día del año.

Según las costumbres de la época era necesario escribir una carta luego de tener sexo. Genji manda la carta (p. 174) “requerida después de que un hombre hubiera pasado la noche con una mujer”.

La novela está llena de pequeños poemas. Me encantó este que hace símil de una mujer con un vejuco de flores (p. 495): “¡Oh, guirnalda de zarcillos, dime qué largo y sinuoso tallo te condujo hasta mí!”.

Genji, que ha enamorado a tantas mujeres, concluye (p. 557) “es evidente que las mujeres han nacido para que las embauquen”.

Genji tiene varios hijos. Lo ven junto a su hijo, Yugiri, de 18 años y dice la narradora (p. 675): “Genji parecía mucho más el hermano mayor del joven caballero que su padre, e incluso un hermano sin demasiada diferencia de edad entre ellos”.

Genji es tan atractivo que hasta un hombre opina (p. 693): “Si yo fuera mujer, incluso su hermana, desearía estar cerca de él. Así lo sentía cuando éramos jóvenes. ¡No es de extrañar que las mujeres no se le puedan resistir!”.

Cuando muere la mujer que siempre estuvo cerca de él (Murasaki), Genji se aparta a sufrir a solas. Cuando aparece en público lo ve un monje (p. 916): “La luz de su rostro superaba incluso a la brillantez que había tenido en el pasado. Contemplarlo era tan maravilloso que, sin ninguna razón concreta, el anciano monje lloró sin poder reprimirse”.

Es tan sutil la autora que decide no contar la muerte de Genji y en el final del primer tomo deja una página en blanco con sólo el título y una breve explicación (p. 907): “Kumogakure. Desvanecido en las nubes. Este capítulo está en blanco. El título evoca la muerte de Genji”.

ILustración: HCM

***

 

La historia de Genji II se refiere ni siquiera al hijo, sino a Niou, el nieto de Genji, y a Kaoru, su rival en amores, pues estos dos jóvenes se enamoran y poseen a la misma mujer. Esta segunda parte es más compleja, anárquica, dispersa.

Kaoru desea a dos hermanas (Naka no Kimi y ôigimi), pero ôigimi decide dejar de comer y morirse, porque sabe que el hombre intenta engañarla. Niou toma como concubina a Naka no Kimi y se casa con otra. Naka no Kimi se siente herida y, para desviar la atención de Kaoru, le habla de Ukifune, su hermanastra.

Aparece Ukifune y los dos hombres deciden tenerla. Los dos le hacen el amor y ella finge ahogarse para quitárselos de encima. Se ordena monja. Kaoru sabe que no está muerta y la busca; supone que Niou sí ha seguido teniendo contacto con ella. El conflicto amoroso queda en suspenso.

La novela parece inconclusa y dice Royall Tyler en la introducción que (p. 10) “se ha sugerido que la autora murió o que se vio obligada a dejar la obra sin terminar”.

Hay muchos poemas, como ya he dicho; éste me encantó (p. 169): “Mi amor no conoce destino ni tiene fin; para mí el único límite es nuestro próximo encuentro”.

Mi admirado Emilio Carballido tiene una obra linda que se llama Zorros chinos. Aquí encuentro la razón (p. 346): “Tanto en China como en Japón se creía que los zorros cambiaban de forma. Adoptaban especialmente la forma de una mujer joven y hermosa” (en el caso de la obra de Carballido, como lo sugiere el título, son hombres jóvenes y buenos amantes, que satisfacen a esposas insatisfechas).

Aquí de nuevo un hombre halaga la apostura de Niou, el nieto de Genji, quien, por cierto, también huele de maravilla (p. 380): “Pero Su Alteza de la Guerra posee una hermosura sorprendente. Si fuese mujer, de buen grado estaría a su servicio íntimo”.

La novela concluye con una fórmula que, dice la nota de pie de página, es una fórmula de conclusión de un relato en Japón (p. 395): “Eso parece ser lo que contiene el libro”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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