La arrogancia intelectual
Hace no mucho tiempo, el escritor e historiador, Héctor Aguilar Camín, en uno de esos programas de opinión calificó al hoy presidente de la república como alguien “pendejo y petulante”. Sin duda, fue un arranque emocional del escritor que hasta a sus propios interlocutores dejó sosprendidos. En una ”república imperial” como lo es México, con el tipo de vasallaje que se practica en torno al poder, no es poca cosa un atrevimiento de tal naturaleza. En pocas palabras, no hay que hacer demasiado análisis para concluir que Camín perdió los estribos y por alguna razón debió haber ocurrido tal cosa. Aguilar convirtió sus diferencias en un pleito de barandilla quizá por tratos injustos y hasta indebidos, pero la forma, dice el viejo adagio, es fondo y el escritor se arremangó la camisa para liarse a golpes en el cuadrilátero del barrio.
En un país tan vertical, jerárquico, racista y clasista, como el nuestro, no es ninguna novedad que académicos e intelectuales en general se sientan superiores. Aunque la mediocridad los desnude, la generalidad de los estudiosos que albergan las instituciones de educación superior públicas y privadas de México despliegan su sabiduría como semidioses, con un poder que les otorga el esfuerzo denodado del conocimiento que producen en la soledad de sus cubículos o sus espacios más íntimos. Desde luego, no podemos decir que todos los profesores o investigadores se comporten de esa forma, pero sí existe un segmento que de manera real o acaso porque se lo imagina, apela a un cierto linaje que le hace ingresar al selecto grupo de los privilegiados, una suerte de aristocracia académica que reivindica su genial impostura por lo que hereda y menos por lo que sabe. Para nuestra mala fortuna, muchos de estos que anidan en las instituciones académicas del país poseen o están ubicados en cargos de poder.
En nuestra tradición política, perfeccionada por el priismo y llevada a su máxima expresión por la generalidad de la clase gobernante, seducir a los intelectuales y académicos constituyó la manera de hacerlos copartícipes y hasta partidarios de sus propios proyectos políticos o, en los casos más recalcitrantes, neutralizar sus críticas u opiniones adversas al régimen.
Entre las disputas de la artistocracia intelectual de nuestro país figuran los conflictos entre Nexos y Vuelta, esta última obra del cacicazgo cultural de Octavio Paz, pero que siempre estuvieron al acecho de los favores de los gobernantes en turno. Ambos se criticaron de lo mismo, cual de las dos empresas culturales vivía de las lisonjas del régimen que se traducía en los nada despreciables emolumentos derivados de la publicidad oficial. El conciliábulo de Vuelta derivó en una relación cada vez más estrecha con la iniciativa privada, particularmente con el Grupo Televisa, sin dejar de disputar los favores del principe; mientras que Nexos continuo alimentando sus relaciones con funcionarios del gobierno, cosa que llegó a su máxima expresión en la administración de Carlos Salinas, pero continuó en los siguiente gobiernos hasta que llegó el comandante y mandó a parar.
Ninguna publicación vive de lo que pagan sus lectores, en proporciones diferenciales la mayoría se mantiene de la publicidad y la que se deriva del gobierno puede resultar un ingreso de recursos económicos particularmente relevantes. Sin embargo, nada de ello puede ser reprochable si los convenios se celebran con transparencia y bajo los criterios normativos que rigen contratos de este tipo. Todo esto para no hablar de las frecuentes y obscuras relaciones mediadas por dinero, que han caracterizado a los gobiernos posrevolucionarios y las publicaciones periódicas.
Para el caso de Nexos, la Secretaría de la Función Pública afirma que la empresa editorial que publica la revista mintió en un convenio celebrado años atrás y establece una ruda sanción contra la sociedad que tiene los derechos de esa publicación. Por un parte, cancela hasta por dos años la posibilidad de que cualquier organismo de la administración pública federal pueda contratar publicidad con la revista y, por otra parte, le impone una multa de casi un millón de pesos.
A estas alturas, no es ninguna novedad las diferencias que el director general de la revista, Héctor Aguilar Camín, tiene con el actual presidente de la república y ha sido pública la animadversión entre ambos. Como antecedentes inmediatos no solamente está el calificativo procaz esgrimido por el escritor en contra del presidente sino, también, el respaldo o incluso hasta la promoción del manifiesto en que se critica al actual régimen de la 4T y se hace un llamado a construir los contrapesos indispensables en todo gobierno democrático a través de incrementar el número de opositores en el Congreso.
Me temo que un arranque de intelectuales de este tipo no tiene futuro. Sus inconformidades aunque válidas, lamentablemente no se traducirá en sufragios por la simple y sencilla razón que ellos viven en un mundo aparte. Existe un océano de distancia entre lo que ellos viven y el común de los mortales de este país. Peor aún, desprecian el mundo del ciudadano común, esos lugares por ellos calificados como “arrabaleros” que los pinta de cuerpo entero cual racistas son.
Ciertamente, el presidente ha fustigado a este tipo de intelectuales que igualmente han sido “hijos predilectos del régimen”, que antes de cualquier cosa defienden intereses y viven en el confort que les da el hecho de pertenecer al selecto grupo de la “república de opinólogos” de los principales medios de comunicación del país. Aunque AMLO ha sido particularmente rudo con ellos, no veo de la otra parte ya no digamos la más elemental de las formas de urbanidad para conducirse, sino la más mínima autocrítica para sustentar de la mejor forma sus diferencias. Hay demasiada testosterona y un exceso de vulgaridad como para poder transitar a un razonable entendimiento sin anular las diferencias. A estas alturas, está claro que Nexos deberá aprender a relacionarse de otra forma con el ejecutivo en turno e imaginar la mejor estrategia de sobrevivencia que no sea la de vivir del presupuesto público vía la publicidad gubernamental, sin olvidar la sana autocrítica que le deben al país.
Extraordinario comentario y artículo, Efraín