¿Y la escuela pa’cuando?
No es que sea devoto de la cantante Jennifer López, ni de las letras de sus canciones, pero a veces ciertos apócopes populares son muy pertinentes; este es el caso del pa’cuando expresado en forma de interrogante en una de sus últimas melodías. De hecho, me gusta el pa’cuando?, y espero que sirva para condensar la preocupación de este artículo.
“El colegio es un campo de batalla al que los niñxs son enviados con su cuerpo blando y su futuro en blanco como únicos armamentos, un teatro de operaciones en el que se libra una guerra entre el pasado y la esperanza”. Con esa rotundidad se expresa Paul Beatriz Preciado en uno de los ensayos que componen su libro Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce (2019). No se trata de un libro sobre la escuela sino que entre las diversas reflexiones que incumben, en especial, al cuerpo y la sexualidad contemporánea aparece una de ellas dedicada al papel de la escuela en el establecimiento de las normas sobre el aprendizaje sexual, y de los roles sociales de niñas y niños. No hay que olvidar la figura que representa este autor en la actualidad y su oposición a autodefinirse en un mundo que obliga a delimitar quién se es, a establecer una identidad propia y ajena.
La discusión en torno del papel homogeneizador y de sometimiento a las normas jugado por la escuela no es nuevo; ni tampoco lo es el carácter de reafirmadora de las diferencias sociales existentes en la sociedad. Pero dicho ello, salvo contadas excepciones es difícil encontrar opiniones que le nieguen su necesaria existencia en el modelo de sociedad establecido; su función como formadora de ciudadanos y constructora de individuos con conocimientos básicos para desenvolverse en el mundo que nos ha tocado vivir.
Sin embargo, en tiempos de pandemia la escuela ha quedado aparcada en la mayoría de los debates que comprometen al desarrollo del confinamiento y de la salida del mismo. Es decir, en estos momentos se ha asumido esa diferenciación social existente en la sociedad dado que quienes cuentan con las posibilidades económicas para tener acceso a las nuevas tecnologías han podido seguir sus clases, vía virtual, aunque sea con dificultades. Todo lo contrario ocurre en zonas rurales y en las más deprimidas de las ciudades, lugares donde lo anterior resulta una entelequia, por decir lo menos.
“Qué importa los idiomas que se enseñan allí si la única lengua que se habla es la violencia secreta y sorda de la norma”, vuelve a recordar Paul B. Preciado respecto a la escuela. Violencia simbólica, estructural, que aunque Preciado centra en la definición del cuerpo y de los roles de hombre y mujer en la sociedad reafirma también, como ya dije, las diferencias sociales expuestas con claridad por sociólogos como Pierre Bourdieu. En México, como en otros países, tales diferencias se observan cada vez con mayor nitidez, al extremarse la separación entre los más pudientes y quienes cuentan con menos recursos.
Tal circunstancia, que no es desconocida a las reflexiones académicas, sino todo lo contrario, tampoco es ajena al conocimiento de funcionarios y políticos, sin embargo, es poca la imaginación puesta al servicio de encontrar soluciones a la disminución de las diferencias sociales teatralizadas y reafirmadas en la escuela. Empero, las soluciones han sido siempre las mismas, y México no es una excepción, y se dan con reformas educativas efectuadas en casi todos los gobiernos en turno. Maquillar la realidad por encima de las reformas estructurales de fondo.
La pandemia desnuda muchas realidades, una de ellas es el papel de la escuela, institución que ha pasado a un segundo plano en los debates públicos y no parece que los tiempos perdidos por el confinamiento interesen en demasía; mucho menos la desventaja que ello representa para las niñas y niños que no han podido recibir clases con regularidad.
Pese a todas las críticas que la escuela acumula por su papel normalizador, de las que también soy partícipe, no cabe duda que esta institución es uno de los pocos caminos que todavía hoy existen para romper las estructuras patrimoniales, hereditarias, que visibles o simuladas están presentes en todas las sociedades para la reproducción del poder.
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