Soberanía en las nubes
Al pie de mi ventana veo las nubes pasar. Desde mi escritorio, el cielo azul sede ante las nubes grises jaspeadas que forman figuras caprichosas y se cargan de humedad. Esas nubes están libres al viento hasta que estallan en llanto y, con sus lágrimas, se va otra vez la señal de Internet en casa. Ellas me recuerdan que estoy atado al pésimo servicio del Telmex para poder relacionarme con el mundo, trabajar en mis proyectos y sentir la libertad de viajar. Como muchos usuarios residenciales y corporativos, estamos cautivos de la precaria infraestructura de los servicios en las nubes sin las más mínimas garantías como consumidores y productores de información. Toda esta presentación parece una bobería pero, más allá del guiño literario, la discusión sobre una tendencia global que es parte de la nueva realidad no lo es.
Hace unos días, en una Europa liderada por los gobiernos de Alemania y Francia, se anunció el proyecto para crear una nube. Se denomina GAIA-X. La “European Cloud” busca construir un ecosistema europeo de computación que conecte a los usuarios del espacio europeo con proveedores para el respaldo y manejo de la información. Al igual que la “Chinese Cloud”, esta búsqueda de “soberanía tecnológica” procura establecer nuevos estándares y poner límites a la dependencia de las empresas oligopólicas concentradoras de la información del mundo. Ambos proyectos convocan a las empresas propias, aunque no excluyen a las foráneas, para ganar algo de terreno en un mercado dominado por grandes empresas de tecnologías como Google, Amazon y Microsoft que conforman la “Nube Estadounidense.”[1]
Algunas batallas por la soberanía se siguen dando en los espacios aéreos nacionales cuando algún avión sobrepasa el paralelo tal o más cual y algún cometa o papalote se tropieza con otro, pero hoy asistimos a intensas disputas por asegurar el control de otras nubes: las de la información. La soberanía de los datos en las nubes va más allá de un conjunto de reglas, estándares, estatutos, normativas o políticas nacionales o panregionales. El mercado de las nubes es una cuestión de durísima competencia entre gigantes tecnológicos y una parte de la compleja economía política de las naciones o lo que queda de ellas reformuladas en bloques regionales que se disputan el liderazgo digital.
Los recursos en la nube son cada vez más importantes para millones de usuarios por lo que su control por algunos proveedores es un gran negocio. La seguridad, la transparencia y la analítica de los datos tienen su propio peso en el mercado. Data is money and a big business. Atesorar datos es la banca del futuro inmediato. Billones de películas, horas de conferencias, música y videos, documentos digitalizados, informaciones personales y un larguísimo etcétera, están en la red y el llamado Internet of Everything[2] conecta de manera inteligente a personas, procesos, datos y objetos que generan decenas de zettabytes de datos todos los días en el mundo.[3] El régimen de la Internet de Todo que debe garantizar los derechos y los deberes de quiénes entregamos datos y quiénes los controlan, es precario y leonino a favor de los segundos: las plataformas tecnológicas estadounidenses. Es bien difícil cambiar de proveedor de servicios en las nubes y nuestra capacidad de elección es restringidísima porque esas grandes empresas con tecnologías de almacenamiento y potencia de procesamiento están fuera de jurisdicción y vigilancia, acaparan la visibilidad, controlan las oportunidades y se blindan entre ellas mismas para regular los precios.
Somos muchos los que guardamos nuestros directorios, datos personales, fotos, archivos diversos desde las facturas hasta los mensajes, en los servicios de almacenamiento que nos ofrecen los proveedores de teléfonos, ordenadores, tabletas y otros equipos que aparentemente nos regalan para engancharnos a los paquetes de servicios. Son muchas las instituciones en todos los niveles y esferas que han renunciado a desarrollar sus arquitecturas tecnológicas o, al menos, a tener sus propios servidores para albergar los proyectos, los resultados de sus comunidades y hasta operar los procesos administrativos, académicos, productivos, así como las páginas web, sus bibliotecas, repositorios, servicios y productos digitalizados. Es decir, pagan por un servicio de almacenaje y operación en la nube en nombre de la eficiencia y la eficacia económicas, la protección de los datos, la seguridad digital ante hackeos o huelgas que impidan acceder físicamente a los edificios donde están los data centers. Esas nubes no siempre están en México o el país de origen de la información porque los costos que ofrecen las empresas locales son poco competitivos en el mercado, cuando no se duda se su profesionalidad, y se termina pagando a empresas fundamentalmente norteamericanas.
Así las cosas, resulta que nuestro patrimonio está en manos extranjeras que un día podrían apelar a los contratos para decirnos “chao” o “se han actualizado las reglas de operación y el costo se incrementa tanto porciento,” por lo que si quieres tener acceso a tus propios datos debes pagar tanto más. Si tienes el dinero, pagas; si logras hacer algo con tus respaldos, puedes intentar buscar otro proveedor; pero qué pasa si no lo consigues porque no hay tal otro, te recortan cada vez más los fondos con las políticas de austeridad, el ingeniero que tiene los respaldos de información se movió a otro trabajo mejor remunerado o se perdió el disco duro por problemas de voltaje, humedad o por la caída de un muro en un temblor. “¡Adiós Lolita de mi vida!,” como despedía a las pelotas cuando se iban de jonrón el gran locutor deportivo Bobby Salamanca. La dependencia es bestial, la vulnerabilidad inconmensurable y la soberanía digital un espíritu burlón. Se trata de un extractivismo de nueva generación sin regulación, ni contemplaciones.
Desde la perspectiva de los negocios debemos sumar, a esa dependencia de la infraestructura informática, la huella digital que dejamos todos los usuarios con nuestros consumos de información. Consumos que no han dejado de crecer más del 30% anualmente desde 2015[4] y que, con la actual teleinformatización acelerada de la vida por el uso intensivo de la tecnología, imponen una multiplicación descomunal del tráfico en la nube para el cual no estábamos para nada preparados este año. El banco de datos es lo suficientemente gigantesco como para que la minería de este siglo nos dosifique las dietas informativas que se les antoje en nuestros celulares o para que modulen las necesidades y políticas de las instituciones. Así, al recibir incidentalmente noticias que nos eligieron por nuestro perfil, vamos siendo infoxicados hasta el peligroso punto donde la reflexividad crítica de la vida misma es dosificada porque nos convencen de perder nuestra privacidad y de delegar el control de la cosa pública y las libertades individuales y sociales. Al consumir hechos, opiniones, artículos o imágenes, al generar nosotros mismos contenidos y noticias que relatan experiencias por encima de los hechos e interactuar con otros actores, formamos parte de una democratización de la información, aunque nos falte mucha alfabetización ciudadana para validar la información, discernir las opiniones, inmunizarnos ante la banalización del contenido y el volumen del entretenimiento, protegernos colectivamente y tomar mejores decisiones.
Se juegan muchas cosas que no alcanzamos a ver bien y, entre ellas, la economía del presente-futuro, así como las búsquedas de protección y autonomía individual y colectiva y nuestros sentidos de la responsabilidad ética particular y pública. Los campos de las ciencias, las artes y las humanidades no están exentos de estos debates porque en nuestros entornos no contamos con una cloud pública que ofrezca servicios sobre una red abierta al uso público. Por ejemplo, si observo mi propia realidad resulta que tengo todo el trabajo acumulado en Dropbox pues al moverme entre espacios y equipos es muy práctico, así como para compartir carpetas de trabajo con colegas o estudiantes y, aunque me suben el precio por más espacio año con año, no me alcanza el tiempo para hacer respaldos en unidades físicas en casa y, el otro día, cuando finalmente quise hacerlo, resultó un berenjenal tremendo. Por otro lado, todas mis clases y materiales docentes, como los de muchos colegas, están en el Drive de Google, en el OneDrive de Microsoft o en el iCloud de Apple. También, la prestigiosa revista científica en acceso abierto del centro donde trabajo y su excelente Reportorio Institucional,[5] dependen de un centro de datos cloud virtualizado de un proveedor domiciliado en Canadá. Llegamos ahí porque en México no sabemos de un servicio público y el servicio privado es tan caro que nuestro presupuesto no es suficiente, nadie financia el costo de mantenimiento y la reposición de los servidores propios, ni garantiza su accesibilidad a miles de usuarios, ni la velocidad de descarga y de subida, menos la seguridad ante ciberataques. También, porque nos resistimos a pagar a empresas depredadoras en Estados Unidos tanto como a renunciar a nuestros sueños y a cumplir nuestro encargo social.
En fin, habitamos la cloud global en condiciones de extremas desigualdades y precariedades porque en materia de política digital estamos en manos de los valores y los intereses de gigantes tecnológicos difíciles de desafiar. No hablaré de un deber ser de la “soberanía tecnológica” que suene a nacionalismo trasnochado o latinoamericanismo romántico, ni de la posibilidad de prepararnos con un ecosistema de datos mexicano o, en conjunto, latinoamericano y caribeño. Sin embargo, dígame usted honestamente, quién nos iba a decir que un día podríamos dejar de jaranear o maldecir a los proveedores privados, para preguntarnos en serio y en público cómo vivir en las nubes y qué hacer con ellas.
Citas y referencias
[1] Goda Naujokaitytė, “El nuevo proyecto franco-alemán de computación en nube para establecer estándares y desafiar a los líderes del mercado de EE.UU.” Science I Bussines, Bruselas, 5 de junio de 2020. [https://sciencebusiness.net/news/new-franco-german-cloud-computing-project-set-standards-and-challenge-us-market-leaders]
[2] El Internet de Todo, según la empresa de comunicaciones CISCO en 2013, “consiste en reunir personas, procesos, datos y cosas para conseguir que las conexiones de red sean más pertinentes y valiosas que nunca, convirtiendo la información en acciones que creen nuevas capacidades, experiencias más ricas y oportunidades económicas sin precedentes para las empresas, las personas y los países.”[https://www.cisco.com/c/m/es_es/tomorrow-starts-here/ioe.html]
[3] Un Zettabyte equivale a 1.000 millones de Terabytes o a 1 billón de Gigabytes. [4] “Cada vez más colgados de la nube.” The Smart City Journal, 20 de noviembre de 2015. [https://www.thesmartcityjournal.com/es/articulos/680-cada-vez-mas-colgados-nube] [5] Ambos proyectos de comunicación científica están entre los pioneros en Chiapas y los más reconocidos nacional e internacionalmente. Lea en: liminar.cesmeca.mx y repositorio.cesmeca.mx
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