Nuestros muertos por covid

El covid nos acerca más a la fragilidad de la vida. Amigos y parientes nos dejan un adiós callado. Se van con discreción, los enterramos con rapidez y los lloramos con cobardía a escondidas.

Nuestros muertos aumentan a medida que se prolonga la guerra contra este virus que nos mantiene sitiados. Ha encontrado rendijas en las puertas y en las ventanas y se ha introducido a nuestras casas.

Las bajas son dolorosas. Se han marchado tíos, primos, amigos. Algunos han sobrevivido a la batalla con secuelas en las piernas y en los riñones. Otros cargan una depresión y una tristeza profundas e insoportables.

Mi primo Nicolás Acero, activista, abogado de campesinos y hábil ejecutante de la danza del Calalá, no resistió la embestida, y se fue después de dos días de malestar y poca oxigenación. Se resistía a creer que su malestar se debiera al covid; él pensaba que era dengue.

Ayer domingo mi prima Sarita Díaz Mendoza falleció después de estar intubada durante una semana en el ISSSTE. De nada valió los medicamentos que su hija consiguió después de largas jornadas de búsqueda en farmacias de Tuxtla y de San Cristóbal.

La recuerdo activa y sonriente. Parecía no cansarse nunca, no obstante que debía emplear dos muletas para moverse, por la secuela de una polio que sufrió en la niñez y que le dejó una pierna debilitada.

En Suchiapa no se «perifonean» las defunciones.

A las tres de la tarde de ayer mismo fue enterrada en el panteón de Buena Vista, en el municipio de 20 de Noviembre. La despedimos con dolor infinito, con la luz de su paso por este mundo y con el hueco inconmensurable de su partida cuando apenas había llegado a los 50 años.

Nuestros muertos son muchos. Nunca sabremos quizá cuántos han caído a causa del virus. Pero un recuento rápido de parientes y conocidos nos llevan a cifras más altas que las oficiales.

En mi pueblo, Suchiapa, los decesos se han incrementado tanto que las autoridades municipales han tenido que prohibir el perifoneo sobre sepelios. Por años, al menos desde los sesenta, nos hemos informado de defunciones, venta de carne de pollo, res o pescado, incluso de bodas y divorcios, a través de los anuncios por “tocadiscos” o altoparlantes.

Hoy de las muertes nos enteramos por la comunicación directa de los familiares. Mi hermano dice que está bien que no “se anuncien las defunciones”, porque han sido tantas que no permiten levantar el ánimo.

Y así andamos, con el alma desparramada por el suelo, con incertidumbre y tristeza. Hay espacio desde luego para la gratitud, porque varios parientes y amigos han sobrevivido al virus. Algunos la han pasado mal, otros se han curado con tés y con medicamento diversos recetados por los médicos para domar la enfermedad.

Hay claroscuros. Alegrías por los restablecidos y lágrimas amargas para los caídos en este combate cruento y desigual.

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