Nancy Cárdenas: precursora feminista
En estos días en que se ha recordado a Carlos Monsiváis a 10 años de su muerte -lo que está muy bien- me llegó la memoria de Nancy Cárdenas, muerta hace 26 años en la ciudad de México, un 23 de marzo de 1994. Había nacido en Parras de la Fuente, el lugar en donde nació el cultivo del vino en el Continente Americano, allá por 1597. Nancy Cárdenas egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en donde obtuvo su Doctorado en Letras. En la misma Facultad, Nancy fue catedrática de arte dramático. Escribió y/o adaptó obras como Aquelarre, Cuarteto, Diálogos de Refugiados, La Dorotea, Las Locas Abuelas, La Hiedra, Pedro Páramo, Pigmalión, El Pozo de la Soledad, Sida. Escribió Cuaderno de Amor y Desamor, 1968-1993, publicado en 1994. Filmó un largometraje documental titulado “México de mis amores” que estrenó en 1979. Nancy Cárdenas fue dramaturga, escritora, cineasta, locutora de radio y sobre todo, activista pionera por la libertad de escoger sexo y por supuesto, feminista, fundadora mejor dicho, del movimiento lésbico y gay. Más aún, Nancy Cárdenas es una figura indispensable para entender el movimiento lésbico-gay en México y en América Latina. Fue la primera mujer en México que habló sobre sus preferencias sexuales en un programa de televisión, 24 Horas, conducido por Jacobo Zabludovski, allá por 1973. Amiga muy cercana a Carlos Monsiváis con quien tenía frecuentes reuniones para conversar sobre sus mutuos intereses. Me consta que Monsiváis le tenía un aprecio especial y respetaba sus opiniones.
Nancy Cárdenas vivió un tiempo en una casona situada en la calle de La Higuera, la misma en la que estuvo localizada la famosa cantina La Guadalupana, en Coyoacán, Distrito Federal. Ahora en el mismo lugar, se encuentra un restaurante nombrado La Coyoacana. Aquella memorable cantina desapareció, no sin dejar profunda huella en sus parroquianos, entre los que me encuentro. Allí pasamos horas inolvidables con mi amigo Julio Sarmiento, haciendo rueda con varias figuras señeras de la antropología. Por supuesto, fueron varias las ocasiones en que departimos en esa cantina con Monsiváis y con Nancy Cárdenas. Eran aquellos los días iniciales de la segunda mitad de los 1960, los años previos al estallido de 1968. Como estudiante de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, tuve la oportunidad de entablar amistad con una persona a la que llamaré Nina, debido a que no sé en dónde se encuentra y menos si estuviera de acuerdo en que mencione su nombre. Nina y Nancy eran compañeras. Con Nina hicimos trabajo de campo en Amecameca, estado de México, en las prácticas estudiantiles que dirigía Guillermo Bonfil en 1966. Nina me invitó a comer en aquella casona de La Higuera en la que vivía junto con Nancy Cárdenas. Desde que conocí a esta última me impresionó su inteligencia, su hablar seguro, su sapiencia en temas del cine, el teatro, la literatura. Además, por vez primera, tenía ante mí, a una pareja de mujeres conviviendo sexualmente, compartiendo la vida. Ambas me acogieron con afecto y simpatía. Visité muchas veces aquella casa en la que también conocí a Carlos Monsiváis, lo que me permitió observar la estrecha amistad entre ambas mujeres y el brillante ensayista mexicano. Siempre salía deslumbrado de aquella casa ante las conversaciones y lo que lograba aprender escuchando a Nancy, a Nina, a Carlos, hablar de uno y mil temas. Por ellos leí a José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto, al propio Monsiváis, a los escritores de la “onda”, José Agustín, Gustavo Sainz, Héctor Azar, en fin, las figuras que animaban al mundo cultural de aquel México que viví como estudiante. Pasaron los días, el movimiento de 1968, los días estudiantiles. Nina dejó a la Escuela de Antropología. Un día me enteré que se había cambiado de casa para ir a vivir a la colonia de San Ángel Inn, en el D.F. Había pasado un lapso largo que no veía a mis amigas así que me dispuse a visitarlas en su nuevo domicilio. Era un edificio de departamentos, de esos que hay miles en la Ciudad de México. Pensé en qué motivos tendrían para dejar la hermosa casona de La Higuera y trasladarse a un departamento, dos mujeres lesbianas, en aquel México más intolerante que el actual, y seguramente compartir vecindario con una clase media prejuiciosa y moralista, hipócrita. Timbré ante la puerta que me indicaba el papel en el que llevaba apuntada la nueva dirección de Nancy y Nina. Nancy Cárdenas abrió la puerta y no pudo disimular la alegría que le dio el verme. Me abrazó fuerte. El departamento en cuestión era espacioso, con grandes ventanales, mucha luz, una estancia-comedor acogedora. Estaba a punto de preguntar por Nina cuando mis ojos sorprendidos vieron acercarse, saliendo de una de las habitaciones, a una famosa cabaretera, que en esos momentos estaba en el pináculo de su carrera. Nancy me la presentó efusivamente como su compañera. Estreché la mano de aquella artista del burlesque a la que nunca imaginé conocer tan de cerca y cuyo nombre también resguardo. Me quedé largas horas charlando con aquella pareja, compartiendo la mesa y algunos tragos. No volví a verlas. La vida de antropólogo me llevó por otros rumbos: Nueva York, el trabajo de campo, la redacción de la tesis de doctorado, la fundación del Departamento de Antropología de la UAM-Iztapalapa. Estando en Chiapas, en las tareas de la Comisión Autónoma para la Paz, me enteré de la muerte de Nancy Cárdenas. Hablé con Otto Shuman, el finado lingüista, amigo cercano de Nancy, quien me confirmó el deceso de mi amiga. Lamenté el no haber estado con ella, el no haber regresado después de aquel día en que compartí con ella la risa, la mesa, los tragos, y conocí a una de las luminarias de ese burlesque tan extraordinario, animador de las noches defeñas que no volverán y que han sido remplazadas por el aburridísimo y gringuísimo “tubo, tubo”.
Me ha extrañado que en los reportajes y documentales que se han exhibido en la televisión oficial para homenajear a Carlos Monsiváis, no se mencione a Nancy Cárdenas, ícono del movimiento feminista de México y de la lucha por la libertad sexual. Nancy Cárdenas, la muchacha de Parras de la Fuente, Coahuila, alta, delgada, con sus vestidos cortos, sus lentes, sus botas altas, su alegría, su inteligencia, es un personaje inolvidable.
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. A 6 de julio, 2020.
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