Mente abierta, Acceso abierto y Cultura libre
Hace ya más de un siglo que el patricio chiapaneco Belisario Domínguez Palencia (1863-1913) escribiera aquel memorable discurso con agudas críticas contra la dictadura de Victoriano Huerta, fechado el 17 de septiembre y pronunciado el 23 del mismo mes del año de su martirio y asesinato dos semanas después.[1] En una nota al final de su excepcional pieza oratoria, el médico y senador por Chiapas exhortó al pueblo mexicano a apoyar a la representación nacional y a todos aquellos que leyeran su escrito a sacar cinco o más copias para distribuirlas entre amigos y conocidos de todo el país. No dejó de clamar por un impresor honrado y sin miedo en cuya imprenta esta reproducción fuera menos difícil, más rápida y de mayor tiraje que a mano. Domínguez clamó, entonces, por las libertades de expresión, impresión y circulación, así como por el libre acceso a las opiniones. Incluso, fue más allá aún, pidiendo a la ciudadanía compartir la responsabilidad moral de socializar la información.
Hoy el acceso a la información y al conocimiento sigue estando en disputa frente a los modelos comerciales y políticos que establecen nuevas censuras sociales. Los cambios en el mundo plantean entre sus grandes desafíos la concentración de la información. Dicha concentración opera a través del desarrollo oligopólico de infraestructuras para el almacenamiento, la conservación, la apropiación y el acceso selectivo al conocimiento a través de transacciones monetarias amparadas en mecanismos jurídicos y contratos comerciales de prestaciones de servicios cuyos términos y condiciones pueden variar en sus actualizaciones periódicas. Es el poder de MAGA (Microsoft, Amazon, Google, Apple), a cuyo acrónimo ya podríamos agregarle una Z (Zoom), que, como dice mi colega, amigo y compadre Abraham Mena Farrera, han concentrado en los cien primeros días de la pandemia todo el volumen de información que les hubiera costado por lo menos veinticinco años reunir. No obstante, esta geopolítica, geoeconomía y geocultura de la información y el conocimiento desde arriba tiene sus contrapesos desde abajo.[2]
Por ejemplo, el amplio movimiento por el Acceso Abierto (AA) iniciado en el año 2000 ha venido denunciando cómo los regímenes comerciales imponen severas restricciones en la publicación, el acceso, la distribución y la lectura de muchísimo material producido con recursos públicos. Un modelo de privatización del patrimonio individual y colectivo se ha impuesto y la extracción de valor a toda costa ha devenido en el lucrativo modelo de gestión de esos patrimonios. Muchas bibliotecas de instituciones universitarias han estado pagando grandes cantidades de dinero por concepto de suscripciones para facilitar el acceso de sus comunidades a material valioso para sus proyectos académicos; recientemente, algunas de esas grandes instituciones norteamericanas y europeas han comenzado a cuestionar y a replantear sus relaciones con estos proveedores de servicios de información científica y a impulsar nuevas vías más sostenibles.
En este contexto de críticas al modelo comercial liderado por cinco grandes empresas del mercado editorial científico (Elsevier, Sage, Sprinter-Nature, Taylor & Francis y Wiley), asistimos a un refinamiento de los modelos mercantilistas y de evaluación de la información científica que comienzan a asumir el discurso del AA en sus nuevos planes y estrategias político-comerciales. En la práctica, lo hacen de manera limitada al poner solo una parte de sus colecciones en abierto o con menos restricciones de acceso a fragmentos del contenido de los textos. Mientras, siguen cobrando por la consulta de sus colecciones de revistas científicas o fondos especiales y venden literatura científica que controlan porque obtuvieron derechos para catalogarla, distribuirla y gestionarla con sus modelos de precios. Algunas veces la misma producción puede estar disponibles en repositorios abiertos de instituciones con las que tales empresas editoriales comerciales deben compartir dividendos de los pagos y estadísticas de accesibilidad y usabilidad.[3]
En el campo de la ciencia es notable como depositamos resultados de investigación financiada con recursos públicos en revistas cuya visibilidad y acceso tienen un costo que pagamos individual o institucionalmente. Si no pagas, no publicas, no accedes, no lees, no sabes, no estás actualizado con lo que se dice en esos circuitos del meanstream bajo el control de élites académicas. Es el mismo extractivismo de siempre, las mismas asimetrías geográficas, dependencias económicas y lingüísticas e intercambios desiguales. Como antes, se podría terminar estudiando nuestra historia en archivos europeos o en bibliotecas norteamericanas capaces de concentrar, archivar, catalogar y poner a disposición conocimiento e información a partir de su valor de cambio, aunque sea a “bajo costo.” Nuestros bienes comunes de información dejan de ser bienes públicos, de estar al servicio del común, y la propiedad de la información y el conocimiento que es por su ethos comunal, se privatiza bajo el régimen de las mercancías. Como ha subrayado enfáticamente Eduardo Aguado, parte de la colonización ha sido la apropiación de nuestros bienes culturales y parte de la colonialidad, la atadura a dispositivos de producción de subjetividades y sujetos del conocimiento.[4]
Tanto académicos, científicos e intelectuales como las instituciones en las que trabajamos o las que trazan las políticas educativas, de ciencia y cultural, nos debatimos entre varias contradicciones. ¡Qué bueno! La contradicción de ver con orgullo nuestras obras en las bibliotecas de las principales capitales del mundo, de ser parte del catálogo de prestigiosas casas editoriales, de constatar en las principales librerías físicas o virtuales la venta de ejemplares de nuestros libros y de publicar en las revistas más prestigiosas según rankings ad hoc, mientras que algunos de esos trabajos aparecen en repositorios digitales, revistas abiertas, en nuestras páginas en Academia o en blogs personales para el acceso sin restricciones de un público amplio, sobre todo académico porque difícilmente alcanza a los sectores gubernamentales o a los actores sociales de los que se habla a partir de sus propias donaciones de saberes, reflexiones, vivencias y experiencias. Predominan distintas lógicas egocentradas, de prestigio y reconocimiento que se sobreponen: no tenemos empacho de vender y de compartir al mismo tiempo con tal de salir del anonimato y del silenciamiento provinciano. Incluso, presenciamos algunos extremos cuando los profesores venden sus libros a los alumnos con los que aprendieron y desarrollaron sus argumentos, cuando se contrabandean citas entre clubes selectos de autores/amigos y tutores/tesistas o cuando una revista científica discrimina los artículos publicados entre “citables” y “no citables” para negociar su índice o factor de impacto solo en base a los primeros.
Sin embargo, si vamos un poco más allá no para resolver las contradicciones sino para ser más conscientes de las mismas, debemos reconocer la amplia estructura de la desigualdad que hay detrás de la visibilidad, el acceso, el consumo y las citas, así como que las brechas no sólo están dadas por el poder adquisitivo, la capacidad de distribución o el poder de venda de una marca o un sello en el mercado de bienes culturales. Además, éstas pasan por la concentración de poder de editores/proveedores cuyo posicionamiento pagan para garantizar likes, consultas, descargas, citas e ingresos, al ser los primeros en los resultados de los principales motores de búsquedas. La ecuación es sencilla, “los grandes” siguen vendiendo y monopolizando los recursos del conocimiento porque pagan posicionamientos y/o acumulan clicks, mientras que “los pequeños”, con sus colecciones en abierto en repositorios, quedan relegados en la periferia a los últimos resultados de las búsquedas o son citados en un tercer plano como colaboradores de “los grandes” cuando en realidad son los editores y los trabajadores culturales que hicieron posible el “bien común de información”. Entonces, queda el espacio de la resistencia y la marginalidad creadora que no es poca cosa para seguir en la lucha por lo común y lo público como lo han venido haciendo, por ejemplo, las radios comunitarias y las editoriales independientes, colectivas y autogestionadas.
Al final, en los campos del conocimiento, las ciencias, las humanidades y las artes, se termina respondiendo a un modelo centralizado y centralista, verticalista, jerárquico y jerarquizante, donde un poder, con su autoridad central, domestica y refuerza las relaciones de dependencia para existir en esa gran escena o gran mercado de las ideas. Se sacrifican principios y valores académicos para ganar en vistas, descargas y citas. Nuestras instituciones aceptan, también, este modelo. De manera que la presencia notoria es una carrera a toda costa, aunque se vendan, se transfieran derechos o se borre la fuente original que hace posible el trabajo mismo al encadenarse el producto en los circuitos legitimados de reconocimiento. Sabemos que en la raíz del problema está en la economía política de la visibilidad, el reconocimiento y la accesibilidad de la “ciencia periférica”[5] porque, como bien sentenciara el propio Aguado, “la ciencia que no se ve, no existe.”
Es cierto que gran parte de nuestro patrimonio histórico está aún en anaqueles en soporte de papel como libros impresos o manuscritos. Las políticas de digitalización y catalogación digital de los archivos para preservar y robustecer los fondos hemerobibliográficos de nuestras instituciones requieren grandes cantidades de recursos, novedosas tecnologías y personal capacitado. Esta es una gran oportunidad de negocios para las empresas del giro, pero hay que tener claras políticas para recuperar, preservar, disponer y diseminar esos materiales en acceso abierto. Nuestras propias instituciones y las empresas pueden acordar proyectos de recuperación y catalogación digital de fondos compartiendo aprendizajes sobre estándares internacionales de gestión, normalización, validación y seguimiento sin perder ningún derecho patrimonial como autores y editores, ni ceder su prestigio académico al servicio de la sociedad, es decir, manteniendo los metadatos con el identificador digital como editor de la nueva versión y colocándola en los repositorios propios e internacionales que garanticen el libre acceso de las futuras generaciones. Estar en línea no significa alinearse con imposiciones, ni alienarse de un capital intelectual y una tradición o encargo social. Mayor perímetro de alcance no significa necesariamente mayor impacto social porque se podrían estar ampliando los servicios en los cotos privados. Lo ideal sería patrimonializar para la sociedad presente y futura, no con fines de lucro individuales o elitistas.
Hace unos días el jefe de la Biblioteca Hernán Santa Cruz, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Wouter Schallier, reflexionaba sobre las posibilidades de una Open science cloud en América Latina.[6] Aunque mostraba algunos grandes logros en cuanto a repositorios, plataformas digitales o bases de datos regionales como REDALYC-AMELICA y la Biblioteca virtual de CLACSO especializada en ciencias sociales y humanidades, dejaba claro lo difícil que es sostener estos proyectos como plataformas comunes y la enorme complejidad que supone desarrollar las capacidades propias para crear un gran ecosistema científico latinoamericano y caribeño sin restricciones. La creación y el fortalecimiento de redes de repositorios digitales abiertos a nivel regional e internacional es un gran reto pendiente de la debida atención política. Al pensar las posibilidades de una Ciencia Abierta en América Latina, se tiene que complementar la gran voluntad de la comunidad científica, con el desarrollo de espacios de interconexión, interoperatividad, integración y concentración de distintas plataformas en ambientes virtuales abiertos sin restricciones ni limitaciones para compartir servicios y datos y colaborar para avanzar. Construir una infraestructura integrada para el intercambio y el trabajo parece una utopía, pero una alternativa regional es imprescindible para la cooperación y el control de las publicaciones abiertas por parte de nuestras comunidades científicas y sociedades. Se trata de articular otro horizonte histórico reflexionando sobre el sentido de las búsquedas, las necesidades y los requerimientos comunes.
Las búsquedas de Acceso Abierto. Un concepto de AA ilimitado, libre y gratuito a la información en distintos niveles y ámbitos de la vida social que respete las licencias Creative Common (CC), el compartir igual, sin derivaciones comerciales con fines de lucro, acreditando la autoría. Un modelo de comunitarización dentro de la academia, de visibilizacción, reutilización o reapropiación en el ámbito global y en el ámbito local, en nuestra sociedad y el entorno comunitario. Se trata de la apuesta por una apertura, actualización y socialización entre iguales, por la horizontalidad, entre comunidades académicas y el público en general. De consolidar un espacio de AA de búsquedas, común, horizontal, colaborativo, sin tener que volvernos locos escudriñando en distintos repositorios o servidores, ni pagarle a nadie. De hacer todo lo posible para empoderar a la sociedad no solo “transfiriendo” conocimientos a una audiencia ampliada, si no articulándola en nuestras redes, dialogando y aprendiendo de sus resistencias cuando producen, conservan y circulan conocimientos para hacer justicias redistributivas. Compartir conocimientos y saberes para la comunitarización, la interlocución, la movilización colectiva y la acción política para resolver problemas comunes.
Las necesidades de Mente Abierta. Nuestras instituciones tienen que aguzar sus políticas e innovar en consecuencia asumiendo sus compromisos y vocaciones. Por ejemplo, inducir a sus académicos a autoarchivar toda su producción en los repositorios institucionales para que puedan ser considerados en las evaluaciones y promociones académicas; retirar las restricciones autoimpuestas para publicar en sus repositorios el trabajo que sus académicos han divulgado con otros sellos editoriales. Estas nuevas prácticas basadas en la cultura de compartir podrían un alto a la carrera por el “factor de impacto,” porque priorizarían el “factor de responsabilidad”, es decir, contribuirían a reorientar a qué le damos valor en las evaluaciones de desempeño y de resultados académicos. Asimismo, estimular nuevos lenguajes como la publicación en revistas y periódicos de alcance masivo y la divulgación de resultados por medios audiovisuales para ampliar el alcance de la ciencia escrita a través de la ciencia oral y la ciencia visual. En materia de cultura científica se estaría ganando en legitimidad de una riquísima pluralidad de enfoques de investigación, de perspectivas transdisciplinarias e interculturales y de formas de divulgación e intervención pública en la sociedad en su conjunto.
Los requerimientos de Ciencia Abierta. Los desafíos no sólo remiten a la interoperatividad de los datos, el diálogo entre máquinas, la disponibilidad de información, la visibilidad de las publicaciones, la capacitación y la preparación. También, pasan por la certificación de repositorios, por la catalogación digital con los metadatos de todos los productos para su vinculación, traspaso e indexación en todos los buscadores, agregadores de contenidos o bases de datos y, sobre todo, por el empoderamiento de las personas. Más que consumidores de información, somos ciudadanos digitales que tenemos que ejercer nuestros derechos y cumplir con nuestras responsabilidades con lo público pensando en las futuras generaciones. La Ciencia Abierta solo será sostenible si se tienden puentes con la ciudadanía, si nos adscribimos a autorías comunitarias y a culturas de la creatividad colectiva, si se garantiza la participación y el ejercicio de derechos humanos al conocimiento y a la información, entre otros.
A estas alturas tenemos ante nuestros ojos los vínculos del Acceso Abierto, como parte de la Ciencia Abierta, con el movimiento por la Cultura Libre que impulsa en un buen sentido una concepción del conocimiento y la información comunitaria, colectiva, colaborativa y de dominio público, es decir, no individual, ni bajo la lógica mercantil que limita los derechos a la información y al conocimiento. La cuestión es cómo avanzamos en el desarrollo de un gran repositorio colectivo al servicio del acceso universal, libre, abierto y gratuito al repertorio mundial de saberes, conocimientos públicos, científicos, humanísticos y artísticos en tanto bienes comunes a favor del desarrollo democrático. Asimismo, siguiendo a Schallier y al propio Belisario Domínguez, cómo se colocan los contenidos en el ambiente de los usuarios y no a la inversa.
Citas y referencias
[1] Puede consultarse en: [https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2714/14.pdf]. El llamado segundo discurso del 29 de septiembre de 1913 puede leerse en: [https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2714/15.pdf]
[2] Manuel Castells Olivan. Comunicación y Poder. Madrid: Alianza, 2009.
[3] En México, el COLMEX ha conveniado con Jstor —un archivo digital centralizado con un acervo muy significativo, de los mayores del mundo— la digitalización y recatalogación digital de una parte muy significativa de su fondo editorial para disponer su acceso abierto, mientras que algunos de los libros más recientes y los artículos de sus revistas están en acceso cerrado, es decir, solo disponibles para descarga desde dicha plataforma previo pagos de cuotas o tarifas. También, están disponibles las revistas en Open Journal Systems (OJS) y una parte de los libros de tres años hacia atrás en su repositorio institucional: [http://repositorio.colmex.mx/]
[4] Eduardo Aguado-López y Esther Juliana Vargas Arbeláez. “Reapropiación del conocimiento y descolonización: el acceso abierto como proceso de acción política del sur.” Revista Colombiana Sociología. Vol. 39, Núm. 2, julio-diciembre, 2016, pp. 69-88. Un excelente análisis sobre el Acceso Abierto en América Latina puede encontrarse en: Indrajit Banerjee, Dominique Babini y Eduardo Aguado. «Tesis a favor de la consolidación del acceso abierto como una alternativa de democratización de la ciencia en América Latina», en Peter Suber. Acceso Abierto. México: Universidad Autónoma del Estado de México, 2015, pp. 13-48.
[5] Jean-Claude Guédon. “El acceso abierto y la división entre ciencia ‘principal’ y ‘periférica’”. Crítica y Emancipación. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, año 3, núm. 6, segundo semestre, 2011, pp. 135-180.
[6] Wouter Schallier, “Ciencia abierta en América Latina: a la nube y más allá”, Ciclo de diálogo abierto Bibliotecarios en tiempo de COVID 19, 01/07/2020 [https://www.youtube.com/watch?v=OQuXvYvou34]
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