Los obrajes de la ciencia

Pensar qué tipo de sociedad tenemos entraña pensar qué tipo de ciencias hacemos. Del mismo modo, deliberar sobre la sociedad en que quisiéramos vivir es reflexionar en la ciencia que necesitamos hacer. Una sociedad democrática en el mundo de hoy, que es más y menos colonial / moderno al mismo tiempo, sería impensable sin articular robustamente los obrajes de la ciencia o, con otras palabras, los espacios del pensamiento científico, del trabajo de investigación, creación y producción cultural en un proyecto social donde los conocimientos como bienes públicos sustenten las apuestas colectivas, en distintas escalas geopolíticas y geoeconómicas.

Los científicos se han visto siempre obligados a justificar ante la sociedad los modos de obrar de la ciencia. Poco a poco, no sin tropiezos y procesos inquisitoriales en el camino, se han ganado un lugar en la sociedad y el reconocimiento público. Ese lugar de conocimiento y de reconocimiento ha llevado a la ciencia y a los científicos a grandes conquistas y, también, a falsos profetismos sobre la utilidad social, política y económica del conocimiento con el fin instrumental de controlar y dominar la sociedad y la naturaleza para la extracción de valor en nombre de ideales de progreso. Como hemos dicho antes, la fe en la ciencia ha jugado junto a los poderes configuradores de las sociedades modernas, a la vez que la crítica a la ciencia ha abierto brechas de desconfianza y apostasía en el discurso salvacionista. Por eso, al platearse los límites del uso y la apropiación social del conocimiento científico no pueden soslayarse las mediaciones culturales, así como tampoco puede olvidarse la propia naturaleza humana de quiénes comparten o no sus pasiones por la ciencia.

Sin embargo, los científicos han aprendido que el amor a la ciencia por la ciencia misma tiene condicionantes, condicionalidades y condiciones históricas, sociales, culturales y políticas concretas. Los debates sobre la integridad científica y académica han evidenciado el lugar de la ciencia en la estructura social, es decir, en la matriz de relaciones de dependencia recíprocas y simultáneas en las que nos tejemos, una matriz social de relaciones de poder y dominación social. De ahí que todo ejercicio de reflexividad individual y colectiva lleve a darle vueltas a las relaciones entre ciencia y sociedad. Los científicos son parte de la sociedad, tienen obligaciones y derechos como ciudadanos e intereses como profesionales e individuos. Su inmunidad es tan relativa como la del rebaño mayor del que forma parte. Resienten las mismas vulnerabilidades que la sociedad con las restricciones, los ataques o las alteraciones a los sistemas de protección durante los cambios de políticas de los distintos gobiernos.

Los debates y las autoevaluaciones han devenido en tomas de conciencia de cómo cambian en el tiempo las normas, valores y metas que cristalizan en estructuras de poder, convenciones culturales, mentalidades y culturas académicas. Al analizar los procesos de cambio que bajo las políticas neoliberales han tenido efectos desocializadores, emerge un elemento claro, que se desdobla más bien en dos, a saber: la conciencia progresiva del aislamiento relativo, de la tendencia al trabajo individual, al individualismo, a la competencia y de la fragmentación de las comunidades en territorios o cotos de reivindicación de temas o temáticas, amistad incondicional y prebendas personales por acumulación de méritos. Ello lleva al reconocimiento de los límites fijados, las demarcaciones impuestas y las regulaciones del quehacer y los modos de ver y contar de las comunidades académicas como grupos laborales o de amigos, muy lejanas de devenir en comunidades epistémicas.

Hilo estas ideas iniciales para plantear que el apoyo social a la ciencia no es algo que se deba mendigar a los políticos ni reclamar a la sociedad coyunturalmente. El apoyo tendría un sentido estructural constituyente si la sociedad reconociera plenamente que la ciencia, los científicos y sus obrajes, integran el patrimonio público y están al servicio del bien común. La responsabilidad de que esto no sea tan así, es, en buena instancia, de nosotros mismos, los académicos y científicos, que aceptamos nos encerraran junto a la evidencia del valor social de la actividad científica en nuestras “torres de marfil,” “palacios de cristal” o “fortalezas del saber.” La vida intramural no sella ningún pacto social edificante con la sociedad, más bien lo hipoteca porque neutraliza y funcionaliza la crítica dejando el agenciamiento en manos de actores del mercado, religiosos y políticos que persiguen sus propios fines de autoreproducción.

El negacionismo de la ciencia que hoy constamos expuesto en el anticientificismo, el antiintelectualismo y el antiacademicismo, obliga a reconocer que hay que prestar más atención a la relación entre ciencia y sociedad. La ciencia es un obraje que le pertenece a la sociedad. Si la palabra obraje hace ruido, podríamos decir en términos más económicamente correctos que, la ciencia es una empresa, una empresa social cuyo encargo y responsabilidad es validada y financiada por la sociedad a la que le pertenece, le sirve y le rinde cuentas. La ciencia es parte del ensamble de instrumentos que integra la sinfonía social, es decir, uno de los obrajes de la obra humana en su conjunto.

El lector habrá notado que sigo una lectura general sobre la estructura cultural de la ciencia enfatizando en el conjunto de valores y normas culturales que rigen la actividad científica en un sentido confesamente mertoniano.[1] Para reexaminar los fundamentos, los objetivos y las justificaciones que legitiman a la ciencia en su conjunto tendríamos que considerar una agenda amplia con distintas dimensiones epistemológicas, pero no es el caso. Me limito a la ciencia como obraje, como espacio institucional de políticas del conocimiento y de relaciones humanas y sociales de poder-saber-hacer.

Investigar-es-trabajar.-Pulso-Noticias.

El asunto de los valores de los científicos y del valor de la ciencia está acompañado de una ineludible discusión sobre las desigualdades y las diferencias evidentes al interior del campo científico y en el exterior, en el conjunto de todos los campos culturales y de la vida misma. La producción, circulación y acceso al conocimiento están mediados por una compleja geopolítica que embebe los conocimientos y saberes en relaciones de fuerza sociales y simbólicas, en tramas de poder, legitimidad y representación. Tanto las limitaciones geográficas y lingüísticas, como los condicionamientos materiales y culturales, definen arriba y abajo relaciones de dependencia, asimetrías e intercambios desiguales. De ahí la fuerza de las políticas para modular y constituir regímenes de institucionalidad con grados variables de autonomía de las comunidades y formas de socialidad de sus académicos, al proyectar intereses sociales y narrativas de un deber ser de la sociedad que definen un proyecto, estrategias para obstaculizar o favorecer, trabar o destrabar cursos futuros, ampliar o restringir márgenes de acción determinados. En pocas palabras, la soberanía del campo científico está relacionada con la misma soberanía del campo político, es decir, sus autodeterminaciones dependen de las voluntades culturales y las determinaciones económicas que dominan en los contratos sociales.

En otros trabajos hemos hablado de la desmercantilización del conocimiento y la información científica como recursos cruciales para el desarrollo científico, social y humano pensando más en su valor de uso que de cambio. Sin duda, nos remitimos a una parte de procesos de cambios culturales más amplios, complejos y lentos. En la raíz de las transformaciones están las estructuras de poder por lo que es un reto pensar cómo las resistencias críticas pueden devenir en tejidos alternativos que marquen la diferencia.[2] Si nos preguntamos para qué investigamos y trabajamos en la producción de conocimiento y para quiénes o en beneficio de quién, las cosas adquieren mayor sentido.

Así podemos ver cómo la democratización de la ciencia y de la sociedad van juntas en cuanto redistribuciones de poder efectivas de recursos, bienes y servicios, que ataquen las desigualdades y modulen su reproducción. Frente a la infodemia, la infoxicación, o el “estrangulamiento infocognitivo”, a los extractivismo culturales y a la ciencia neoliberal, comercial, mercantil, corporativa o contractual o para la muerte,[3] la democratización supone más que transferencias, un acto de ciudadanía que remite a situaciones de hecho y a fuentes de derecho al conocimiento, a la información y la comunicación. Democratizar el acceso, la traducibilidad y apropiación del conocimiento es una herramienta pedagógica para el cambio de la sociedad y de la ciencia con sus hacedores porque, como hemos remarcado hasta aquí, somos parte del problema.

El desarrollo de la sociedad basado en el conocimiento debe redundar en un desarrollo participativo, democrático e incluyente. Para incidir en este buen sentido histórico se debe reflexionar sobre las segregaciones y desigualdades que en distintos planos o niveles abren brechas sociales entre generacionales, sexos, géneros, razas, grupos étnicos y lugares de origen o residencia. En el mercado de las ideas la desinformación, la exclusión, la desconfianza y falta de transparencia cuentan tanto como las formas de presentar los resultados de investigación (escrita, oral y/o visual) y la medición de los resultados, alcances o impactos (la gestión de cómo y qué se evalúa). Las instituciones reguladoras de ese mercado no pueden actuar como zombis para cumplir sus misiones estableciendo, por ejemplo, sesgos de financiación y mayores desequilibrios entre los temas de ciencias exactas, tecnologías y ciencias aplicadas y los temas de ciencias sociales, artes o humanidades. ¿Cómo se desdibujan las aportaciones asimétricas a la ciencia? Podría ser con mayor control social y con el rediseño de la arquitectura y el mapa de la producción científica sobre pilares alternativos.

Algunos de esos nuevos pilares pueden ser la ciencia de frontera y la ciencia ciudadana. La primera rompiendo las fronteras sociales construidas entre distintas disciplinas del conocimiento y poniendo en evidencia que no tienen diferencias epistemológicas para construir proyectos y producir saberes transversales e incluyentes. Y, la segunda, trabajando en investigaciones en conjunto con la sociedad, integrando como actores centrales a científicos y ciudadanos para la construcción de conocimientos.[4] La llamada ciencia ciudadana invita a la participación activa de la ciudadanía en proyectos de investigación abiertos, tanto produciendo datos como analizándolos en conjunto, para atender problemas cotidianos muy relevantes como la contaminación ambiental, la situación de los bosques, los ríos y mares o la memoria de procesos históricos. Así la apropiación social de la ciencia deja de ser un discurso para convertirse en una actitud cotidiana, intercambio de intuiciones e ideas, capacidad de sorpresa y generación de nuevas preguntas sobre lo realmente significativo para los actores que colaboran y se integran en el desarrollo de la historia de la ciencia.

La observación colectiva entre académicos de distintas disciplinas y entre científicos y ciudadanía, abre la colaboración horizontal, la interacción constructiva, las aportaciones de datos, análisis y tiempo, conocimientos y métodos sobre las formas de reprocesarlos. Sobre todo, ataca a las estructuras de poder internas y externas de las torres, los palacios o las fortalezas. Poco a poco los patrones y tendencias de comportamiento de los científicos podrían devenir en culturas académicas abiertas, colaborativas, interactivas e insertas en la sociedad integrando una inteligencia colectiva y potenciando los rendimientos científicos y el impacto social de los conocimientos y las ideas. Los vasos comunicantes serían más capilares contribuyendo a la diseminación social del conocimiento, la reflexividad social y la movilidad social de la ciencia.

La construcción de nuevos ensambles entre ciencia y sociedad podría potenciar el desarrollo de capacidades académicas y de investigación, la optimización de los recursos humanos y las combinaciones virtuosas que fortalezcan la agencia del Estado para articular respuestas oportunas a los grandes problemas estructurales y coyunturales de la sociedad y de la humanidad. El contrato social de la ciencia puede reescribirse siempre que la sociedad asuma a la ciencia y al conocimiento como bien público y participe en la defensa de su importancia social. Siempre que la ciencia asuma a la sociedad como sujeto de derecho y redefina el papel que debe asumir junto a otros actores extraacadémicos para modular las desigualdades existentes. Siempre que se articule una agenda integral donde quepan todas las agendas de lucha de la sociedad, como las feministas, ambientalistas y de la salud, en el paradigma nuevo de transformación de la matriz social. En ello tienen cabida los sectores de la innovación productiva, las pequeñas y medianas empresas, que se favorecerán de importantes aplicaciones de conocimientos relacionadas con la producción. Si algún día vemos más allá de un gobierno sexenal y logramos que Estado, sociedad, mercado y ciencia apuesten juntos, con todas sus capacidades en alianza, para precisar sus responsabilidades y acciones e integrar las piezas virtuosas pero dispersas de la matriz productiva y social, entonces la movilización social será sorprendente y un entramado político-cultural de nuevo tipo será la matriz de otro modelo social.

Para empezar, podríamos transitar de una configuración de la ciencia colonial, desigual e inequitativa, a otra democrática e incluyente, así como de circuitos elitistas y excluyentes, a circuitos participativos y democráticos de coproducción y valoración de otros conocimientos. Podríamos trascender las limitantes que dificultan el trabajo de las comunidades científicas en favor del desarrollo y el bienestar de la sociedad. Dejar atrás las correlaciones asimétricas, la estructura centralista y vertical que discrimina y jerarquiza a las periferias, la participación de académicos del interior del país, de las instituciones estatales tan empobrecidas materialmente. Ganaríamos en una perspectiva intercultural, posdisciplinar, pluriversal.

Si desde nuestros espacios queremos participar activamente en el movimiento científico internacional, hay que converger en estrategias de trabajo en conjunto, todos los excluidos de los clubs de la excelencia, estrechando las diferencias y respetándolas profundamente. Solo el principio de la complementariedad, la asociación estratégica de recursos humanos, financieros y de infraestructura nos permitirá sobrevivir dignamente en el escenario de las relaciones científicas nacionales e internacionales. Por eso siempre he creído que la vía más potente para la internacionalización científica, es la de la integración local y regional que primero potencie la interacción científica descentralizada, policéntrica, que desde la periferia se mueva al dentro y devenga principal.

Los académicos, científicos y humanistas necesitamos trabajar para redibujar nuestras comunidades fragmentadas como comunidades epistémicas que tienen abierta una gran conversación que se llama ciencia. Esa conversación, nombrada por Jean-Claude Guédon, sólo está garantizada si es abierta con la sociedad toda aceptando la ética de la respuesta a la demanda del otro o la otra como táctica para abrir los caminos del futuro. Los obrajes de la ciencia son como los de cualquier oficio o actividad artesanal. El oficio del artesano intelectual se activa a diario conversando colectivamente, labrando y obrando a mano y con modernas máquinas para generar un saber. Sin olvidar que obrar es pensar y que “investigar es trabajar.”[5]

 

Citas y referencias

[1] Robert K. Merton, “La ciencia y el orden social” [1938] y “La estructura normativa de la ciencia” [1942]. En: La Sociología de la Ciencia, vol. II. Madrid: Alianza Editorial, 1977 [1973].

[2] Jean-Claude Guédon, “El acceso abierto y la división entre ciencia ‘principal’ y ‘periférica’”. Crítica y Emancipación. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, año 3, núm. 6, 2011, pp. 135-180. Jean-Claude Guédon, “Science that cannot be seen, does not exist; Science does not attract attention, does not either.” V Conferencia Internacional PKP sobre publicación académica, The Public Knowledge Project (PKP) y Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ciudad de México, 21 de agosto, 2013.

[3] Edgardo Lander, “La ciencia neoliberal.” En A. E. Ceceña (coord.). Los desafíos de las emancipaciones en un contexto militarizado. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO, 2006, pp. 45-94.

[4] Diego Golombek, ¿Qué es la ciencia ciudadana y cómo promueve el conocimiento abierto?, 9 de febrero de 2017. [https://blogs.iadb.org/conocimiento-abierto/es/la-ciencia-ciudadana-promueve-conocimiento-abierto/]

[5] César Guzmán Tovar, “Investigar es trabajar. Relatos sobre las condiciones para hacer ciencia en América Latina”. En: Alain Basail Rodríguez (coordinador), Academias asediadas. Convicciones y conveniencias ante la precarización. Buenos Aires-Tuxtla Gutiérrez: CLACSO / UNICACH-CESMECA, 2019, pp. 51-89. [http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20200210034630/Academias-asediadas.pdf]

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