Crónica de la intervención, II
Casa de citas/ 492
Crónica de la intervención
(Segunda de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
Crónica de la intervención II (Conaculta, 1992), de Juan García Ponce, avanza, complejiza y explicita aún más las escenas sexuales de la primera parte, pues aquí Mariana y María Teresa, tan idénticas que parecen la misma, se conocen. Además, María Inés pide permiso a José Ignacio, su marido, para acostarse con Esteban, el amante de Mariana (p. 62): “Quiero acostarme con esteban y voy a hacerlo, pero quiero hacerlo con tu autorización”. José Ignacio accede y luego es él, quien, a partir de una propuesta similar, se acuesta con Mariana.
Anselmo, el amante original de Mariana, vuelve de Japón. Su justificación es una perífrasis de una famosa frase de Borges (p. 166): “El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Anselmo”. Y sigue siendo amante de Mariana, con la venia de Esteban.
No sólo los hombres se sienten confundidos con las identidades de las mujeres. Mariana, antes de acostarse con José Ignacio, camina con él y le dice (p. 231): “Por estas calles camino siempre con Esteban y antes caminaba con Anselmo. ¿Tú también eres el mismo?” y luego (p. 242) “Varias veces hicieron el amor, fueron el amor, Mariana y José Ignacio”, con la anuencia de sus respectivos amante y esposa.
En una reunión donde se hallan los cuatro, Mariana y María Inés deciden tener sexo entre ellas (p. 264): “¡Qué espectáculo se ofrece a los testigos! Mariana y María Inés desnudas en la cama de Esteban, revelada una por la otra”; (p. 265): “Esteban y José Ignacio pudieron contemplar y conocer a través de la contemplación la imposible posesión de Mariana y María Inés por sí mismas”.
Evodio, el chofer de María Inés, comienza a tener fantasías, que a él le parecen reales, de encuentros sexuales con su patrona. Y comienza a alejarse de la realidad, conforme las imágenes que le dictan sus deseos lo atosigan dormido y en vigilia. Eso, como dice el clásico, “terminará en lágrimas”.
En esta fraternidad erótica que los personajes van creando, José Ignacio invita a Fray Alberto (otro de los personajes centrales de esta extensa novela) y a Estaban para que, en su casa, en su biblioteca, donde los recibe, hagan suya a María Inés, su esposa, a la que entren por delante y por detrás. Evodio, el chofer, desde la rama de un árbol, ve lo que hace y lo que hacen a su patrona, y su locura se acrecienta. Piensa, dice el narrador, que esa sesión sexual, esas acciones (p. 293) “hubieran sido hechas sólo para Evodio”.
La primera línea de la novela nos cuenta la pasión lúbrica de Mariana, quien tiene sexo, al mismo tiempo, con Anselmo y Esteban. Lo mismo hace María Inés con los dos hombres, quienes incluso le piden que repita las palabras de Mariana, y ambos se acomodan, uno delante, otro atrás, como lo hicieron con aquella (p. 310): “Anselmo (A María Inés). Pídeme que Esteban te lo meta por atrás”.
Esteban trabaja como fotógrafo en los preparativos para la Celebración del Festival Mundial de la Juventud, que en realidad son las Olimpiadas del 68. Aquí la novela ingresa al tiempo histórico y describe las marchas estudiantiles, la matanza del dos de octubre, el aspecto simiesco del presidente Díaz Ordaz (p. 374: “el miope mandril convertido en primer mandatario”), sin mencionarlo explícitamente.
En la matanza estaban Esteban, Mariana y Anselmo. Los dos primeros son muertos (p. 435): “Casi desde el principio, Mariana fue alcanzada por algunas de las balas en las piernas. Anselmo la levantó antes de que llegara al suelo. Las balas que lo hirieron en el pecho, en las piernas, tocaron también el cuerpo de Mariana y desfiguraron su cara. Los cuerpos sin vida se separaron en el piso… […] Después fueron arrojados junto con otros muchos cadáveres a una de las calles laterales”.
Esteban logra salvarse y su depresión es tanta que no quiere ni ver a María Inés; en tanto, Evodio, cada vez más loco, entra a la biblioteca donde se encuentra Ignacio y sorpresivamente lo mata a brutales golpes de atizador. Y huye. No lo encuentran y para no dar pábulo a habladurías deciden presentar el asesinato como muerte natural (p. 472): “A José Ignacio no lo había matado nadie. Había muerto. Sin embargo, había sido Evodio y su acción revelaba un rencor inaudito cuyo motivo María Inés no se podía explicar”.
María Inés, luego de un tiempo, sigue siendo amante de Esteban y luego de Fernando Romero y luego… Podría haber ocurrido de otra forma, dice la novela al final (p. 525), “pero ésa sería otra novela. Y también la misma”.
Paul Ricoeuer dice en su famoso y largo ensayo Tiempo y narración (del que hablaré en algún momento) que lo que experimente el lector –se refiere a las sensaciones, claro, no a los hechos– debe, antes, experimentarlo el autor, de modo que el escritor que trama y escribe una novela va creando, al mismo tiempo, a su propio lector, que es él mismo, y a otro, otra, otros, otras, semejantes a él. Y esta idea parece volverse realidad en esta ambiciosa novela de García Ponce, donde el lector, la lectora y el autor comparten la misma experiencia radical. Leerla es sentirla.
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Conseguí una de las novelas de Sergio Galindo, que ni mi amiga Nedda (especialista en su obra y quien me ha regalado un montón de libros de él) ha encontrado: El hombre de los hongos (Joaquín Mortiz, 1976), ilustrado por Leticia Tarragó.
Recuerdo haber visto la película homónima, cuando yo era un adolescente, en el desaparecido Cine Alameda, de Tuxtla. Todo sonaba bien. La dirigió Roberto Gavaldón, el libreto es de Emilio Carballido (a quien, por cierto, Galindo dedica la novela), encabezan el reparto Isela Vega y Ofelia Medina, y se estrenó en el mismo año en que apareció el libro. Me llamó la atención, en aquel tiempo, porque de algún modo desafiaba las convenciones, la anécdota central: el amor entre una mujer blanca y un hombre negro.
Mi ejemplar es lindo, con letras grandes y lleno de ilustraciones. Emma cuenta su historia de niña, a partir de que llega a su hacienda rica Gaspar, un niño negro que su papá encuentra en el campo y se lo regala, como si se tratara de un animal, de una mascota; Emma y Gaspar se enamoran; su hermana Lucila y su mamá, cuando él ya es un joven apuesto, se le ofrecen y él las rechaza: ama a Emma. A su mamá se la come el leopardo y su hermana volverá a Gaspar, para hacerla sufrir, uno de los tantos hombres de los hongos: gente a la que pagan para que pruebe los hongos y muera, en caso de que sean venenosos, lo que ocurre con frecuencia.
Emma no defenderá con pasión su amor por Gaspar, porque, dice (p. 17), “no nací para combatir y todo lo he aceptado con una mansedumbre que si no hubiera estado disfrazada de desprecio habría rayado en la estupidez”.
Su padre tiene un leopardo, Toy, de mascota y ella lo ama, aunque en una de ésas mata a su mamá, quien ordenaba azotarlo (p. 115): “Uno puede amar a un animal sin mesura y con la confianza de que ese amor será siempre correspondido”.
Galindo es un escritor que no decepciona. Todos los libros suyos que he leído hasta hoy, me dejan contento.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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