Breve historia del mañana
Casa de citas/ 490
Breve historia del mañana
Héctor Cortés Mandujano
Luego de que su primer libro (De animales a dioses. Breve historia de la humanidad) se volvió un éxito mundial de ventas, Yuval Noah Harari (1976), profesor de historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, publicó el segundo, que acabó de leer: Homo Deus. Breve historia del mañana (Editorial Debate, 2016).
Me gustó el primero (lo comenté en otra Casa de citas), pero no quise comprar éste, de modo que lo leí porque mi amiga Adriana me lo dio prestado. Harari, es evidente, ha leído muchos libros complejos, científicos, llenos de datos y ha construido el suyo volviendo amables, legibles, amenos aquellos. Mérito no menor.
Homo Deus es un muestrario de temas. Cito algunas ideas que, creo, te pueden interesar lector, lectora.
Dice Yuval Noah que la humanidad actual se ha acostumbrado a vivir en la guerra, pero lo que mata a la gente no son balas ni misiles, sino algo más cotidiano (p. 26): “El azúcar es ahora más peligrosa que la pólvora” y lo dice de nuevo, con otras palabras (p. 29): “Para el norteamericano o el europeo medio, la Coca-Cola supone una amenaza mucho más letal que al-Qaeda”.
Esta es una idea que escribió también en su primer libro, pero vale la pena insistir (p. 48): “La ciencia dice que nadie alcanza la felicidad consiguiendo un ascenso, ganando la lotería o incluso encontrando el amor verdadero. La gente se vuelve feliz por una cosa y solo una: las sensaciones placenteras en su cuerpo”.
Habla de la no comprobación de que exista el alma (p. 119): “Los científicos han sometido al Homo sapiens a decenas de miles de singulares experimentos y han escudriñado hasta el último resquicio de nuestro corazón y el último pliegue de nuestro cerebro. Pero por el momento no han descubierto ninguna chispa mágica. No existe una sola evidencia científica de que, en contraste con los cerdos, los sapiens posean alma”.
Los medicamentos contra la depresión y para el manejo de emociones, dice Yuval, se prueban primero con ratas, lo que es válido sólo si quienes fabrican pastillas (p. 144) “presuponen que el comportamiento de las ratas está acompañado de emociones como las humanas. Y, efectivamente, este es un supuesto común en los laboratorios de fármacos psiquiátricos”.
No se sabe si los animales tienen imaginación o pueden suponer cosas que no oyen, ven o huelen (Google o la Unión Europea, por ejemplo), pero (p. 171) “los sapiens dominan el mundo porque ellos son capaces de tejer una red intersubjetiva de sentido: una red de leyes, fuerzas, entidades y lugares que existen puramente en su imaginación común. Esta red permite que los humanos organicen cruzadas, revoluciones socialistas y movimientos por los derechos humanos”.
No existe una historia total, no se puede (p. 200): “La historia no es una narración única, sino miles de narraciones alternativas. Siempre que decidimos contar una, también decidimos silenciar las otras”.
A la religión, dice Yuval, no le interesa la espiritualidad, sino el sometimiento a los ritos, y sus enemigos los hace en casa (p. 210): “Así, la revuelta protestante contra la autoridad de la Iglesia católica no fue desatada por ateos hedonistas, sino por un monje devoto y ascético: Martín Lutero”.
Cuenta que los murciélagos salen en bandada, por la noche, a buscar alimento. No todos lo consiguen (p. 230): “Con el fin de superar esta incertidumbre de su vida, los murciélagos se prestan sangre. El vampiro que no consigue encontrar una presa volverá al hogar y pedirá algo de sangre prestada a un amigo más afortunado. Los vampiros recuerdan muy bien a quien prestaron sangre, de modo que, en una fecha posterior, si el amigo vuelve al hogar con las manos vacías, se acercará a su deudor, quien le devolverá el favor”.
Hay muchos contrasentidos en nuestra sociedad actual (p. 248): “A lo largo de la historia, profetas y filósofos han argumentado que, si los humanos dejábamos de creer en un gran plan cósmico, toda ley y orden desaparecerían. Pero en la actualidad, los que plantean la mayor amenaza para la ley y el orden globales son precisamente aquellas personas que continúan creyendo en Dios y en sus planes universales. La Siria temerosa de Dios es un lugar mucho más violento que la atea Holanda”.
No somos libres, afirma Yuval. No tenemos control de las combinaciones químicas que nos determinan (p. 312): “Los procesos electroquímicos cerebrales que culminan en un asesinato son deterministas o aleatorios o una combinación de ambos, pero nunca son libres”. Y más (p. 317): “Experimentos realizados en Homo sapiens indican que, al igual que las ratas, los humanos también pueden ser manipulados, y que es posible crear o aniquilar incluso sentimientos complejos tales como el amor, la ira, el temor y la depresión mediante la estimulación de los puntos adecuados del cerebro humano”.
La guerra, la medicina, la aplicación de las leyes, la circulación de automóviles y casi todas las actividades humanas se pueden volver más eficientes con el uso de algoritmos inteligentísimos (p. 349): “El dilema más importante en la economía del siglo XXI bien pudiera ser qué hacer con toda la gente superflua. ¿Qué harán los humanos conscientes cuando tengamos algoritmos no conscientes y muy inteligentes capaces de hacer casi todo mejor?”; además (p. 350): “La idea de que los humanos siempre tendrán una capacidad única fuera del alcance de los algoritmos no conscientes es solo una ilusión”; y también (p. 353): “De hecho, a medida que pasa el tiempo, resulta cada vez más fácil sustituir a los humanos con algoritmos informáticos”. Páginas adelante (p. 415), resume, “según el dogma biológico actual, emociones e inteligencia no son otra cosa que algoritmos”.
Los nuevos proyectos del siglo XXI, dice Yuval (p. 382), “alcanzar la inmortalidad, la felicidad y la divinidad” van a crear “una nueva casta superhumana” que, evidentemente, estará integrada por quienes puedan pagar los altos costos que supondrán los chips, operaciones, medicamentos y demás, que serán necesarios para que se dé el salto de Homo sapiens a Homo Deus. Y agrega (p. 422): “Cuando el automóvil sustituyó al carruaje tirado por caballos, no mejoramos los caballos: los retiramos. Quizá sea ya la hora de hacer lo mismo con Homo sapiens. […] Si desarrollamos un algoritmo que cumpla mejor la misma función, las experiencias humanas perderán su valor”.
Y sigue (p. 428): “Supongamos que los algoritmos no conscientes pudieran finalmente superar a la inteligencia consciente en todas las áreas conocidas de procesamiento de datos; ¿qué se perdería, si es que se perdería algo, al sustituir la inteligencia consciente con algoritmos superiores no conscientes?”.
Contrario a tiempos pasados, donde la información era difícil de hallar, el dataísmo ahora nos echa el aluvión encima, pero tanta información no necesariamente no nos hace informarnos porque hay mucha basura en ella. Dice Yuval (p. 430): “En tiempos antiguos, tener poder significaba tener acceso a datos. Hoy en día, tener poder significa saber qué obviar”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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