Volverse una virgen

Casa de citas/ 488

Volverse una virgen

Héctor Cortés Mandujano

 

Lo primero que leí del historiador mexicano Juan Pedro Viqueira fue María de la Candelaria, india natural de Cancuc (FCE, 1993); leo ahora Encrucijadas chiapanecas (El Colegio de México-Tusquets Editores, 2002), con un subtítulo que explicita el contenido: Historia, economía, religión e identidades.

El volumen es ambicioso y, aunque está conformado de textos realizados para distintos consumos (tesis, conferencia, coloquio, ponencia), tiene la unidad que le da el ojo atento, la revisión y el conocimiento sólido de este hombre ya curtido en los avatares de la investigación. Me aclaró muchas cosas y lo hizo con amenidad.

Reflexiona en las “Consideraciones preliminares” (p. 39): “La política, al igual que la moral, sólo tiene sentido si pensamos que el curso del mundo puede ser modificado –aunque sólo sea en parte– por decisiones humanas, por actos e ideas”.

Esto es algo que no sabía (p. 50): “Hoy en día se sabe que los actuales lacandones son indios yucatecos que huyeron de las regiones controladas por los españoles y que sólo a principios del siglo XVIII se instalaron en la selva en la que hoy se les encuentra”.

Dice (p. 79): “En las Montañas Mayas, principal región indígena de Chiapas, lo único que abunda son las personas. En efecto, esta región, a pesar de ser una de las regiones más pobres de Chiapas, tiene una densidad de población muy superior a la del conjunto del estado (69 personas por hectárea contra 42)”.

En las “Observaciones sobre las fuentes estadísticas” dice algo que nunca hay que olvidar (p. 105): “El lector no debe olvidar que los que registran los censos del INEGI no son hechos ‘objetivos’, sino las respuestas que las personas dan a sus preguntas”.

Uno de los hechos que más analiza en el trascurso de su libro es la rebelión indígena de 1712. En “La cuestión religiosa” cuenta sobre Magdalena Díaz, quien por tener conflictos en Cancuc con María de la Candelaria, quien decía hablar con la “verdadera” virgen, se fue a Yajalón y tomó una decisión más radical: ¡volverse la virgen! (p. 227), “colocándose ella misma corporalmente en el altar mayor”.

Estas creencias sobre piedras que hablan y vírgenes que vienen a liberar pueblos, no sólo las creían los indios, sino también los soldados, sus jefes y las máximas autoridades españolas. El presidente de la Audiencia de Guatemala persiguió a cuatro brujas y (p. 250) “cuando la primera de las brujas cayó en sus manos, no dudó en condenarla a muerte, pasándola por las armas y colgándola en la horca, para que luego se le cortara la cabeza y se pusiera en la entrada del pueblo”.

En “La construcción de identidades”, Viqueira se hace (p. 261) “una pregunta rara vez planteada por los antropólogos e historiadores: ¿por qué hay indígenas en Chiapas?”. Las regiones divisorias fueron hechas al tuntún por los españoles, sin fijarse siquiera en que los habitantes ni siquiera hablaban la misma lengua; sin embargo, alguna vez se unieron, en 1712, justamente en contra de sus opresores (p. 279): “Una parte importante de los pobladores del valle de Huitiupán y Simojovel, así como de las Montañas Chamulas, se unieron a la sublevación. Ésta se convirtió así en la primera aventura común de estas tres regiones a las que hasta ese momento nada parecía unir”.

Los conquistadores no vieron la (p. 337) “impresionante diversidad humana, compuesta por una infinidad de identidades sociales basadas en las lenguas, las unidades político-territoriales y una multiplicidad de grupos de adscripción” y “tras haber sometido a sus habitantes buscaron homogeneizarlos de una manera brutal”.

Dice el historiador que (p. 342) “los dominicos llegaron a Chiapas en 1545, acompañando al obispo fray Bartolomé de las Casas” para fundar los pueblos indios, con un doble propósito: “reagrupar a los naturales que vivían dispersos en una multitud de caseríos” y “desmantelar las unidades político-territoriales prehispánicas más extensas a las que los indios de Los Altos habían pertenecido”. Los trajes que lucen, incluso, dice Viqueira, les fueron impuestos por los dominicos (p. 347) “para poder reconocer fácilmente a los naturales de cada pueblo”.

Afirma Juan Pedro Viqueira que (p. 400): “La inmensa mayoría de los indígenas actuales desciende de aquellos que participaron (o por lo menos se vieron estrechamente vinculados) en la rebelión de 1712. En cambio, hoy en día, los descendientes de aquellos que se mantuvieron al margen de la rebelión son ladinos”.

Mucho se aprende leyendo a Viqueira.

Ilustración: Alejandro Nudding

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Leo Biblioteca de México 112 (julio-agosto de 2009), cuyo tema me incita, me excita (es curioso cómo esta palabra se usa casi solamente en su connotación erótica-carnal): Poemas en prosa. Prosas poéticas, escritas por creadores de primer orden: Rimbaud, Schwob, Valéry, Ciorán, Díaz Mirón, Torri, Borges, Cernuda…

 

Dice Charles Baudelaire en “Del trabajo diario y de la inspiración” (p. 2): “Decididamente la inspiración es la hermana del trabajo diario”.

En el “Canto cuarto” (de Los cantos de Maldoror), el Conde de Lautreamont, cuyo nombre real era Isidore Ducasse, cuenta que sus brazos se le transforman en leños, dos pequeños erizos le vacían y ocupan los testículos, el ano se lo obstruye un cangrejo, que guarda con sus tenazas la entrada y (p. 8) “una víbora maligna ha devorado mi verga para tomar su lugar”. Vivió el Conde de 1846 a 1870. Me imagino el escándalo que provocó con sus ideas.

Alfonso Reyes escribe en “Martes” una crónica de cómo un hombre se despierta hecho bolas con la realidad y todo comienza a salirle mal (p. 40), “y el periódico de la mañana es un amigo bilioso, solterón. ¡Solterón!”.

Publica esta revista, que es una especie de libro antológico, una “Carta a Borges”, de Macedonio Fernández, un escritor y hombre extraño al que Borges admiraba y quería. Dice Macedonio (p. 51): “Tienes que disculparme no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa”.

De Vicente Huidobro publican un largo tramo de su gran poema “Altazor”. Lo he leído mucho y lo he citado varias veces, pero no resisto regalarte lector, lectora una de sus líneas magistrales (p. 57): “Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo”.

En “Fin del mundo del fin”, Julio Cortázar cuenta que en el mundo hay tanta gente que escribe que los libros van llenado los campos y el mar (p. 63): “Los pobres aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen paredes de libros y viven en cabañas de libros”

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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