Tanteadito, tanteadito

Rita revisó el reloj, las 6 de la tarde, ya faltaba poco para que la tía Chepita y el tío Toño llegaran con Viviana y Carolina, sus primas. El motivo era que Julián, su esposo, les había invitado a cenar molletes. Recientemente él  los había cocinado en casa y como sabía que a los tíos les encantaban, se animó a consentir a la familia. La cita era a las 8 de la noche.

La tarde quedó fresca, después de la fuerte lluvia que duró casi dos horas. Rita pensó que podría preparar una bebida calientita para acompañar la cena. Descartó el café. Buscó en la alacena, encontró una bolsita con pinol, recordó el rico sabor con leche y se decidió a hacer la bebida.

Habría sido tan sencillo entrar a un buscador en la internet para indagar el modo de preparar la bebida. Prefirió recordar cómo la hacía su mamá y su tía Linda. Buscó sus ingredientes, leche, pinol, azúcar mascabado, canela. Todo iba muy bien.  Vertió la leche, azúcar y al momento de añadir el pinol se quedó en pausa.

—¿Qué tanto debo ponerle de pinol? Me gustaría que quedara un poco espesito, no tan ligero.

Justo en ese instante, recordó las frases tan sabias que escuchaba de pequeña y que solían usar su mamá y tías cuando preparaban los tamales. La mesa del comedor se convertía en un laboratorio gastronómico con ingredientes para el mole y los tamales, masa, manteca de cerdo, hojas de plátano,  aceitunas, pasitas, ciruela pasa, almendras, plátanos, carne de pollo. Algunas de las preguntas que solían hacer a quien guiaba la travesía culinaria eran:

—¿Qué tanto de manteca le pongo a la masa?

—¿Así está bien de agua y de sal?

La tía que estaba en la estufa preparando el mole respondía:  — Tantéalo, que la masa no vaya a quedar ni muy grasosa, ni muy aguada, ni muy salada. De buen tanto.

Rita volvió a la preparación del pinol y dijo, de acuerdo, yo también le iré tanteando la cantidad de pinol.  Al cabo de unos minutos ya estaba lista la bebida y el aroma era delicioso. Lo había logrado. Faltaba saber qué opinarían los invitados.

— Mmm, ¡qué bien huele acá en la cocina! Rita, ya me ganaste, yo no he comenzado a preparar los frijoles para los molletes.

Julián había  llegado a la cocina para empezar a cocinar.

—Estás a tiempo, apenas van a dar las 7. Iré por los bolillos a la panadería, seguro están recién salidos del horno. Es la hora.

— Rita, antes de irte, ayúdame. ¿Qué cantidad de frijoles crees que deba poner a freír? Solo he preparado molletes para nosotros dos y ahora seremos más.

El rostro de Rita sonrió  y sin titubear  respondió:  ¡No te angusties amor! Ni mucho, ni poquito, tanteadito, tanteadito.

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