La vida de seis mujeres
Casa de citas/ 487
La vida de seis mujeres
Héctor Cortés Mandujano
Entre anhelos y recuerdos (Plaza y Valdés-Unicach, 1997), de Marie-Odile Marion, es un libro que se queda dando vueltas en nuestra memoria por lo terrible de las vidas que nos cuenta. Son seis mujeres lacandonas, sujetas al capricho de los hombres que las rodean y de los que no siempre escapan ilesas.
A Na’k’in, la primera (p. 17), “su padre la entregó a los leñadores por una caja de munición”. A la muerte de su marido, ¡a los once años!, Na’k’in volvió a la casa de su padre y éste, un poco después, lo cuenta ella con su propia voz (pp. 24-25): “Me dio a los Mendoza y ellos le dieron una caja de parque para su escopeta”.
[Marion dice en su prólogo que este documento (p. 11) “de corte antropológico testimonial, deja la palabra –de forma directa o indirecta– a varias de mis informantes”.]
Chanacté, la segunda entrevistada, cuenta que a su madrastra Es la casaron con su papá cuando era muy “chiquita”; el hombre la asustaba y ella (pp. 51-52) “lloraba y se escondía. Un día se huyó; mi padre dijo que pronto regresaría, que nada más había ido al bosque a orinar, pero no regresó. Quizás el tigre se lo comió”. El padre toma otra mujer que de pronto se le muere (p. 55): “Se cayó y se murió. Nada más se cayó, ni siquiera habló. Ahí mismo la enterramos”. Otros hombres matan a su padre y se va con su hermanita Chanes, casada con C’ayum (p. 63): “Así es como mi cuñado se volvió mi marido y yo me quedé con mi hermanita”. En la historia de Chanacté se habla de algo recurrente en las demás historias: la muerte por enfermedades, que a veces parecen epidemias (p. 67): “Murieron varios más de mis compañeros; en un mes toda una casa se vació”.
En Lacanjá, Chana’k’in, la tercera, cuenta una costumbre de los lacandones. El joven que quiere quedarse con una muchacha debe trabajar para el padre de ella. No todos aguantan la labor y mejor abandonan la idea. Dice ella (p. 95): “Estos hombres son como tlacuaches, puro llorar hacen.” [En los primeros meses de vida, los niños no tienen nombre; se les llama och (p. 22), “lo cual significa tlacuache”.] También Chana’k’in comparte marido con su hermana.
[Yuval Noah Harari dice en Homo Deus (Debate, 2016) que, como los lacandones (p. 214), “según los ¡kung del desierto de Kalahari y varios grupos de inuits del Ártico, la vida humana sólo se inicia después de haber puesto nombre a la persona”.)
Chanuc, la cuarta mujer, logra un triunfo ante la comunidad masculina: decide vivir con un hombre ajeno a su pueblo. Discuten ella y su madre y vencen en la discusión a los señores (p. 137): “Al cabo de dos horas de intensa y agitada deliberación, se autorizó a Chanuc desposar al forastero. Una primera terrible parecía haberse ganado”. No se gana. Lo amenazan con la muerte y el hombre tiene que irse. Las mujeres quedan sometidas al padre, a las decisiones de los hombres del pueblo y (p. 142) “nadie las quiere, nadie las ayuda”.
Ixiam es la más trágica de las historias. Esta lacandona bella tiene un hijo sin casarse y, después, un hombre malvado la quiere como suya. Para tomarla llega, acompañado de otro rufián, hasta su casa; como el padre se opone a darla lo matan y hacen luego una carnicería con toda la familia que no logra huir ni enfrentar a los asesinos: Machete y bala. Aunque ella, cuando ya ha sido raptada, logra escapar y hace que atrapen al criminal y a su compinche, el miedo de que ellos salgan de la cárcel y vuelvan a matar a los pocos que quedaron se le vuelve permanente compañía. Dice Marion que recuerda al padre y a la familia (p. 160) “con un gran sentimiento de ternura, compasión y vergüenza”. Los asesinos no fueron lacandones, sino mestizos.
A Cuti, la sexta mujer de este libro, su padre la entrega a un gringo depravado cuando ella era una niña. Llora y sufre quién sabe cuánto con este loco que, en 1993, porque ella no había querido sacrificar a una gallina (p. 169), “la mata a golpes”. Cuenta Marion en el epílogo (p. 172): “Cuti fue salvajemente asesinada a palos por su ‘marido’, quien le rompió las vértebras cervicales. Encarcelado en el penal de Ocosingo, el asesino fue insólitamente liberado por los campesinos zapatistas durante la insurgencia de enero de 1994”.
El libro hace apuntes de la selva, marco maravilloso para historias trágicas. Parece Entre anhelos y recuerdos, de Marie-Odile Marion, una materialización de algo que dice el Macbeth, de Shakespeare: Es bello y terrible.
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La forma inicial. Conversaciones en Princeton (Sexto Piso, 2015), de Ricardo Piglia, recoge artículos, entrevistas, charlas y conferencias de este gran narrador argentino, muerto en 2017, más centradas en sus lecturas que en su escritura.
En su variedad temática, las charlas se mueven hacia distintas direcciones. Habla de los blogs (p. 25): “Tiene algo primitivo, también, porque en general lo que se escribe es muy ingenuo, todos parecen escritores naif, quizás por el propio medio, por la búsqueda, un poco indiscriminada y medio desesperada, de lectores que tiene el que escribe un blog. […] Miles de escritores a la pesca de lectores. Todo es gratis, además”. Un contrasentido porque (p. 50) “etimológicamente, narrador quiere decir ‘el que sabe’, ‘el que conoce’ ”.
Pese a la velocidad con que se escribe y se publica en la red (p. 115), “yo en broma digo que seguimos leyendo a la misma velocidad que en los tiempos de Aristóteles. […] Para leer mil palabras se necesita un tiempo, porque hay que leer un signo y otro signo y otro signo”.
Piglia tenía claro que el escritor debía estar del lado de la imaginación y no de la realidad. Dice a quienes piden realismo al escritor (p. 121): “Los periodistas nos piden que les hagamos el trabajo”.
No le parece que un escritor escriba mejor con los años (p. 165): “La literatura se parece a los sueños, uno no sueña mejor a lo largo del tiempo. Lo que se aprende a medida que se escribe es lo que no se quiere hacer”.
[En el cine hay ejemplos claros de involución. El obvio es M. Night Shyamalan, quien después de escribir y dirigir la genial El sexto sentido (1999) se fue despeñando cada vez a abismos más absurdos que no hubiera querido filmar ni el Güero Castro ni actuar los hermanos Almada. El otro mal ejemplo es Tarantino; son irreprochables y magníficas sus dos primeras (Perros de reserva, 1992, y Pulp Fiction, 1994), las que le siguen tienen secuencias magníficas pero no hacen una película redonda; la más reciente, Había una vez en Hollywood, 2019, es un ejercicio donde se pueden prescindir de las primeras dos horas y centrarnos en la última. Tarantino hizo lo mejor al principio de su carrera y luego, creo, ha ido cayendo, cayendo.]
Piglia habla mal de las editoriales. Cree que nadie editaría hoy Ficciones, de Borges (p. 192): “Muy difícil, muy intelectual, y encima son cuentos. […] No es negocio”.
Recién vi Animales nocturnos (2016), una película de Tom Ford, y por eso me llamó la atención lo que dice Piglia (p. 222): “En el cine la distinción entre ficción y verdad se ha perdido, porque lo que vemos es siempre real”. En la cinta de Ford, un escritor manda su novela inédita a su exmujer, ésta la lee y el filme pone en escena su lectura. No hay distinción entre la vida “real” de ella y la representación cinematográfica de la novela. A mí, lo que contaba la novela me tenía con los nervios de punta y la vida de ella se me hacía anodina, aunque a los dos modos el cineasta da el mismo estatus de “realidad”. Tiene razón Piglia.
La cita que hace de Roland Barthes me parece perfecta (p. 237): “El que narra no es el que escribe y el que escribe no es el que es”.
Contactos: hectrocortesm@gmail.com
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