El Día Mundial de los Refugiados
En el año 2001, la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), declaró al 20 de junio como el Día Mundial de los Refugiados, lo que en esta ocasión aconteció en medio de la peor pandemia contemporánea que aún enfrenta el planeta. Por lo menos el canal oficial de televisión del Estado, estuvo exhibiendo un breve documental que recuerda la tradición mexicana de refugio. La fecha de celebración del Día Mundial de los Refugiados coincide con la del 20 de junio de 1951 en la que la ONU aprobó el llamado Estatuto de los Refugiados. Según cálculos de la propia ONU, son 257 los millones de personas que viven fuera de su país natal, lo que hace un 3.5% de la población total del planeta. De ese total la ONU distingue entre inmigrantes y refugiados. Estos últimos según cálculos del organismo internacional, suman los 20 millones de personas.
En efecto, con altibajos, México ha logrado sostener una política externa que se destaca entre otros aspectos, por su apertura hacia los inmigrantes y los refugiados. Estos últimos son aquellos que han debido dejar su lugar de origen debido a algún tipo de persecución, por lo general, de naturaleza política. En México, en los años del Cardenismo, en el siglo pasado, la más famosa presencia de refugiados políticos fue la de los republicanos españoles que llegaron a nuestro país después del golpe de Estado que protagonizó Francisco Franco, un traidor de baja estofa que gobernó a España por 39 años. Se ha escrito bastante sobre esta inmigración forzada, incluyendo un libro sobre los refugiados republicanos en Chiapas: María Mercedes Molina Hurtado, En tierra bien distante. Refugiados españoles en Chiapas, editado por el Instituto Chiapaneco de Cultura en 1993. La propia familia chiapaneca Fábregas-Puig, fue resultado de la presencia, primero del inmigrante, mi abuelo Don Antonio Puig y Pascual que llegó a Tuxtla Gutiérrez en 1902, a resultas de negarse a pelear las guerras de África además de buscarse la vida. Fundó la Papelería, Librería e Imprenta El Progreso y fue un personaje muy querido en la capital chiapaneca. Años después, en 1940, llegó a Tuxtla Gutiérrez el joven Andrés Fábregas Roca que en tierra chiapaneca se transformó en un educador formidable, en un intelectual de primera importancia, dejando un legado invaluable al pueblo chiapaneco.
En mi caso, debo la vida al exilio español y también mi formación intelectual que se inició en mi propio hogar, escuchando hablar a mi padre. Después, ya en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, tuve el privilegio de escuchar los cursos de Pedro Bosch-Gimpera, uno de los pre-historiadores más importantes del siglo XX; también, cursé una introducción a la arqueología con José Luis Lorenzo Bautista, gran arqueólogo, teórico de la disciplina; así mismo, fue fundamental el curso de Introducción a la Etnología que nos dictó el inolvidable Ángel Palerm; conocí al doctor Juan Comas, el padre de la antropología física en México y a Santiago Genovés, quien llevara a cabo el viaje por mar en aquellas famosas barcas RA 1, RA 2 y Akal. La gran paleógrafa española Concepción Muedra, también nos impartió un curso de paleografía extraordinario. Pero no sólo los republicanos españoles forjaron a generaciones de jóvenes antropólogos mexicanos. Paúl Kirchhoff, miembro del Partido Comunista Alemán, llegó como refugiado a México huyendo de los nazis y es uno de los fundadores de la Escuela Nacional de Antropología e Historia; lo mismo Johanna Faulhaber y Barbro Dhalgren, socialistas ambas, que encontraron en nuestro país a una nueva tierra y que destacaron formando antropólogos físicos la una y etnohistoriadores la otra. En Chiapas, vivió Gertrude Duby, socialista suiza que tuvo que abandonar su país ante el avance del fascismo. En los años de la década de 1970, llegaron a México los chilenos que venían de escapar de la brutalidad impuesta por el asesino del Presidente Salvador Allende, el miserable Augusto Pinochet. También en esa década recibimos a los haitianos que hicieron aportes importantes a las ciencias sociales en México: Gerard Pierre-Charles, Susy Castor, Guy Pierre, Jean Casimir, inolvidables forjadores de jóvenes intelectuales mexicanos. Y que decir de los guatemaltecos como Carlos Navarrete que ha forjado a generaciones de arqueólogos mexicanos y latinoamericanos, quien fue nuestro profesor y guía por los caminos del México arqueológico. Los escritores de Guatemala han dejado honda huella en la literatura de México: Augusto “Tito” Monterroso, genio del cuento corto; Luis Cardoza y Aragón, narrador profundo del dolor de una América Central herida por el imperialismo; José Luis Barcárcel, filósofo que forjó a cientos de jóvenes pensadores mexicanos en la aulas de la UNAM; Alaide Foppa, gran luchadora social, iniciadora del feminismo en México, asesinada en su natal Guatemala por una oligarquía insensible y rapaz. Carlos Illescas, incomparable escritor de sonetos, que ha dejado un legado invaluable a la literatura mexicana. No me olvido del maestro argentino Rodolfo Puigross y su curso dictado en la ENAH sobre el feudalismo en América. La lista de refugiados en México que vivieron contribuyendo de manera importante en las ciencias, en las artes, en la vida intelectual, es grande. Amaron profundamente a México de cuyo pueblo estuvieron siempre agradecidos. Algunos lograron regresar a sus terruños como el Dr- Francisco Comesaña y su esposa, la Señora Chonchiña Concheiro, que murieron en su querido pueblo de Tuy en Galicia, después de vivir largos años en México. Por cierto Manuel Rivas, el excelente narrador español, escribió una biografía novelada del Dr. Comesaña y de su esposa que se titula El lápiz del carpintero (2015).
Hagamos votos porque México siga siendo un hogar universal para todos aquellos que en su tierra natal sufren de persecución política o de discriminación. El aporte de los inmigrantes y de los refugiados ha sido y sigue siendo vital para la vida del país.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala, a 20 de junio de 2020.
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