Corporizar el miedo
Dedicado a mi equipo de trabajo,
del cual aprendo todo el tiempo.
Karla, Xitlalli, Ana Laura, Ernesto, Rigoberto
A dos meses y medio de confinamiento por el virus del COVID, las etapas emocionales pasan silenciosamente y, casi al acecho, saltan a la vista en el momento menos oportuno y sin que deje de sorprendernos. Llama la atención las maneras en que esto sucede. Desde la aparición de seres fantásticos, hasta las ya famosas teorías del complot mundial; pasando por las luchas por las hegemonías mundiales, simplificadas en la “nueva” guerra mundial a la vista de todos, y las escenificaciones de las negaciones del peligro del contagio.
Nos hemos preguntado mucho porque la gente no obedece las indicaciones de no salir de casa. Independientemente de las explicaciones socioeconómicas tan manifiestas en un país que descansa económicamente en la informalidad, los comportamientos tan raros y, al mismo tiempo, tan nuestros, proponen actos que pueden parecer imprudentes, pero no es más que una de las maneras de afrontar nuestros temores.
México es un país latinoamericano que ha tenido en su historia la fatalidad como distinción. Suponemos que en esta parte del mundo todas las naciones lo compartimos. En mayor o menor medida, desde la Conquista, nuestras naciones han sobrevivido situaciones límite, solo recordemos las pandemias han estado desde hace siglos y también han diezmado las poblaciones. México ha enfrentado invasiones bélicas, terremotos, huracanes, etc. Como en Estados Unidos todas las generaciones han tenido sus guerras, aquí todas hemos padecido crisis económicas, sin excepción.
En Chiapas, la aparición de huracanes, inundaciones, deslaves que han desaparecido pueblos, erupciones volcánicas, movimientos telúricos, crisis fronterizas, etc., han mantenido en vilo el sentimiento de vulnerabilidad, pero también de resiliencia, esa rara forma de salir adelante pese a las adversidades. La resiliencia en su forma más bizarra sería una característica de enfrentar todas las calamidades en Chiapas. Es muy común ver y escuchar a gente que dice: “si de todas formas nos vamos a morir de algo”, con esa mezcla, también garbosa, de entender que “la vida no vale nada”, por lo que el Corona Virus es una más de las tragedias que debemos afrontar y, por supuesto, salir avante. Una más de las que vendrán, ¿cuál es el problema?
En Chiapas la gente ha quitado escombros, rescatado gente y cuerpos, sabe de lo que se trata cuando entiende y “mira” lo que tiene enfrente. Ha visto un rio crecer veinte veces más de su cauce y sabe lo que pasará. Observa una “culebra de viento” y de inmediato conoce las consecuencias. Pero, de pronto, si le dicen a la gente que dejará de tener vida familiar, abandonará el contacto con la gente, en bares, partidos de futbol y fiestas, la cosa cambia. Que no asistirá a velorios ni podrá dar abrazos de pésame, ni salir de su casa para hacer de su cotidianidad lo que ha hecho todo el tiempo, nada de compras o ir a misa y nunca saludar de beso… todo por un virus, una insignificancia que nunca verá en su vida y lo único que le han dicho es que puede matar y dejarle sin trabajo, y además la mitad del mundo está sumido en el temor y crisis generalizada al grado de paralizar todas las ciudades y toda actividad productiva. Y quien le dice y machaca eso es principalmente la autoridad gubernamental, quizá la institución, por mucho, más desacreditada de todas.
Por eso hay que corporizar el miedo, darle rosto, ponerle forma y esencia. Un virus, no nos dice nada, pero si alguien se roba el líquido de las rodillas para venderlo a los traficantes internacionales que tendrán sus bases en algún lugar remoto del mundo que no conocemos, entonces “alguien” está dando la orden de asesinar ancianos y gente en los hospitales. Ese “alguien” es eso: una persona, un grupo, un cuerpo.
En Coita, el ya famoso municipio al occidente de Chiapas, apareció hace un par de meses, en medio del confinamiento, un hombre lobo. Entonces sí, la gente comentaba que lo había visto y hasta tratado de atrapar. Se dice hicieron redadas para darle caza, se juntaron personas con palos, machetes y cuchillos y no guardaron la distancia para no generar contagios. Se dice. Pero tal vez fue al revés. A lo mejor nadie salió de sus casas por temor al ataque del licántropo, ahí funcionó el imperativo y la gente se recogió en los hogares. No fue el gobierno, ni la policía, ni los medios, sino la cultura popular que sí supo organizar los miedos.
En Carranza, ahora en el centro del estado, hace días quemaron una camioneta con utensilios sanitarios y amagaron a los médicos que participaban en labores de limpieza del COVID. Después, apedrearon drones que venían con el personal de Salud y sobrevolaban el pueblo, El argumento: “están echando veneno para matar a la gente”. El miedo no funciona si no sabemos qué es. ¿Quién sería tan malvado en hacer una cosa así? El gobierno, por supuesto, pero también otras fuerzas del mal, quien sabe para qué fines obscuros. El sentido de supervivencia en comunidad se vuelve concluyente. “Alguien” o “algo” trata de hacernos daño
No por nada en el país ha causado un revuelo la ley seca de alcohol. El cuadro es más que evidente: nos quieren matar poco a poco, por eso las colas –sin sana distancia, ni protección, claro está- para comprar cerveza en los pocos lugares donde hay. ¿Ignorancia? Más que eso. Tal vez una protesta en abierto por semejante afrenta. La canallada que significa no dejarnos salir y estar dentro sin poder siquiera beberte una cerveza, tiene su propia insignia. Es como quitarle el último deseo a la víctima mortal antes de subir al cadalso.
Por supuesto, la corporización del miedo atraviesa todas las clases sociales. Las convocatorias a las fiestas para “inmunizar el rebaño”, a contagiarse todos, a mil pesos la entrada, todo incluido, para crear inmunidad es una muestra de terror ante lo que no se conoce. Sea cierto o no, es una tremenda muestra de cómo la cultura urbana burguesa opera para solventar los miedos. Una especie de inmolación colectiva, tipo David Koresh del episodio aquel de Waco, Texas.
Entre el hartazgo y la angustiosa espera del “cuando esto termine” y porque nadie sabe absolutamente en el mundo cuando finalizará o se normalizará la pandemia, los cuerpos maniobran deseos y sensibilidades, son válvulas de escape que proveen un sinnúmero de proyecciones. Por eso vivimos y estamos sobreviviendo esta historia que ya nos marcó para siempre y poetizaremos el resto de nuestras existencias.
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