¿Qué es la nueva normalidad?
Hay términos o conceptos que son difíciles de asimilar, aunque se utilicen de manera reiterada. Eso ocurre con la palabra “normalidad”, esa “cualidad o condición de lo normal” según la definición de la Real Academia de la Lengua. Es decir, cualquier lector se habrá quedado como un servidor: igual. Como lo anterior no aporta nada al contenido del concepto aparecen también otras definiciones que hablan de aquello que “se halla en su estado natural”, que es “habitual u ordinario” y “que sirve de norma o regla”.
En definitiva, de manera común se utiliza normalidad para referir lo que no se sale de preceptos y modelos establecidos. Si ello es así, hoy en plena pandemia del Covid-19 el mundo entero se encuentra repitiendo como si fuera mantra, y México no es una excepción, que pronto se espera llegar a una “nueva normalidad” o, simplemente, que tras dejar la vida confinada que buena parte de la población tiene, se deberá dirigir hacia una “nueva normalidad”.
Busqué en las páginas de internet si los gobiernos del país definían en qué consistía tal situación o, al menos, aclarar algo que me guiara, como a cualquier ciudadano. Encontré en la página del Gobierno de la Ciudad de México un apartado que bajo el título de “Hacia una nueva normalidad” dice que “Regresaremos más fuertes pero distintos” tras la pandemia. Hasta ahí, ninguna sorpresa ni sobresalto, lo que sí me llamó la atención por utilizar un eufemismo, es lo que continua:
Construiremos juntos una Nueva Normalidad en la Ciudad de México sustentada en la igualdad de derechos para garantizar el acceso igualitario y generalizado a los derechos económicos, políticos, sociales y culturales con el fin de disminuir las desigualdades, las cuales solo se hicieron más evidentes en esta emergencia sanitaria.
La frase es contundente puesto que la norma anterior, la normalidad precedente al Coronavirus, era la desigualdad social, para resumir todas las injusticias mencionadas en el citado párrafo. Hablar de desigualdad social, de injusticia social, implica adentrarse en la creación y distribución de la riqueza, por una parte, pero por otra representa entender la cierta aceptación de esa desigualdad como normal. En resumen, existe el deseo de modificar la injusta normalidad precedente por otra nueva normalidad. Hay que pensar que esa “nueva” sea ecuánime, justa.
Ahí es donde entra la construcción de la normalidad moderna, como la analizó Michel Foucault, y que llevó consigo una serie de técnicas disciplinarias aplicadas a la sociedad y a los cuerpos de cada individuo para quedar sometidos al poder en turno, el marcado por la economía capitalista y los preceptos morales de la emergente y dominante burguesía desde el análisis histórico clásico. Normalidad significa un orden, reglas establecidas, pero sobre todo porta en su contenido su anverso, la anormalidad. Conductas y prácticas sociales consideradas anormales y seres humanos anormales.
Los lectores de nuestro periódico en línea son, con certeza, conocedores y críticos de las injusticias de la sociedad en la que vivimos. Desigualdades sociales que tras el confinamiento aumentarán porque la crisis económica prevista no quedará ceñida a México, sino que será mundial y afectará a una economía que se mueve en parámetros globales, por las lógicas dependencias del mercado interconectado dado que la autarquía es prácticamente imposible en nuestro tiempo. Esa situación, y otras muchas resultantes, o visibles, debido a la pandemia del Coronavirus darán materiales para múltiples análisis. Sin embargo, en lo personal, hablar de “nueva normalidad” me causa cierto pavor, porque en sí misma la normalidad implica una rigidez excluyente para acciones sociales consideradas “anormales”, lo mismo que pueden serlo seres humanos para el poder en turno.
La normalidad aparta y expulsa, no tiene problemas para discriminar si no es que eliminar a los diferentes. Si ello es así, no resulta creíble que las nuevas normalidades expuestas y repetidas hasta la saciedad por los gobiernos en el mundo olviden las medidas disciplinarias y de mayor control sobre la población. Si la normalidad intimida, la nueva normalidad no es muy esperanzadora, ni avizora futuros halagüeños.
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