¿Por qué AMLO no alcanzará la gloria?
Desde que llegó al poder, el presidente López Obrador ha dicho que quiere pasar a la historia como un buen presidente. Creo que su intención y sentimientos son genuinos. Tampoco hay elementos como para sostener que, en muchos de sus actos de gobierno, intente ser congruente con esa máxima autoimpuesta. Más aún, pretender hacer una buena gestión que cambie las inercias del país es un reto formidable, pero precisamente por eso nadie debería dejar de reconocérselo. Los desafíos son enormes y el fardo del pasado es una carga monumental que va a contracorriente de los deseos presidenciales.
Nadie puede negarle al actual presidente que mientras estuvo en la oposición fue un líder consistente. Si no el único, fue de los pocos que condenó el régimen de Salinas y de los gobiernos neoliberales que se vinieron en cascada desde esa época hasta topar con Peña Nieto. Forjó como una suerte de misión su opción por los pobres y ha sido consecuente con esas ideas. Nadie se puede sentir engañado al respecto, su bandera y oferta política fue esa desde el inicio de su larga lucha.
El otro eje sobre el cual sustentaba su movimiento era el tema de la corrupción y aunque igualmente ha sido o ha tratado de ser congruente con la idea de combatirla, una inercia de ese tamaño no es posible erradicarla de la noche a la mañana y nadie le exige que eso se acabe en las próximas 24 horas porque, de lo contrario, se le retira el apoyo y pierda por ese hecho legitimidad ante la ciudadanía que lo llevó al poder.
Pero los líderes siempre tienen luces y sombras. El golpe brutal que significó que algunos de sus funcionarios mientras gobernaba la Ciudad de México fueran exhibidos como cómplices de un empresario corrupto y de políticos sin escrúpulos, es la prueba indeleble de que el mal se encuentra más cerca de lo que en ocasiones uno supone. Hoy, la red familiar de Manuel Bartlet, el actual director de la CFE, levanta sospechas sobre la actuación de algunos funcionarios. Si bien no se acusa directamente al director de CFE, lo cierto es que su posición en el gobierno da lugar al sospechosismo, como diría Santiago Creel. Por fortuna, la rápida actuación de la Secretaría de la Función Pública, la corrección de los altos directivos del IMSS y la importancia mediática que tiene la pandemia por el coronavirus, han contribuido a un manejo más o menos adecuado de las cosas, lo que en otras épocas hubiese sido un escándalo. Como se sabe, el hijo de Manuel Bartlet vendió o intentó vender con sobre precios ventiladores mecánicos al IMSS de Hidalgo para atender la contingencia sanitaria. En acto no pudo consumarse debido a una denuncia hecha a los medios de comunicación, de modo que terminó por suspenderse la compra.
El destino, además, le preparó al presidente una gran prueba que no aparecía en su horizonte. La pandemia por el virus SARS cov 2 que, independientemente de su manejo, obliga al presidente a tomar decisiones quizás no las que quisiera, pero al menos aquellas que no dañen o afecten en menor medida sus planes para el país. En otras palabras, AMLO está obligado a decidir en condiciones poco propicias e incluso hasta contrarias, frente a los proyectos que se están ejecutando o en vías de realizarse.
Salvo en el caso del Ejército, en el resto de sus programas prioritarios (becas, pensiones, obras de infraestructura, etc) el presidente no ha modificado prácticamente en nada esas medidas. Los apoyos a la población vulnerable son medidas correctas y es un acierto del gobierno actual que no hay por qué no reconocer.
Si mientras luchaba desde la oposición el actual presidente señalando los errores de los gobiernos anteriores y la admirable terquedad con que no cejaba en su empeño al denunciar las atrocidades de las autoridades que le antecedieron, hoy resulta que la vertiente obstinada de su carácter deviene en lastre en el ejercicio de la máxima magistratura. La debacle económica que está resultando debido a la plaga que significa el avance del coronavirus, ha implicado ajustes en el gasto del gobierno, la dispersión (así le llaman ahora) de recursos para la población vulnerable y el congelamiento de los salarios de los altos funcionarios, cosa que incluye la suspensión de los aguinaldos.
Sin embargo, los grandes proyectos de este sexenio, como el tren maya, el aeropuerto de Santa Lucía y la refinería de Dos Bocas o la kafkiana venta del avión presidencial, no han recibido modificación alguna sino que continúan tal cual se planeó desde el principio de este gobierno. Como la terca realidad es más poderosa que todas las fuerzas de la naturaleza juntas, la refinería de Dos Bocas, por ejemplo, llega en el peor momento de precios internacionales del petróleo y cuando en otros países ya opera la transición energética. De ahí que seremos, en el mejor de los casos, autosuficientes en energéticos frente a un entorno internacional que los demandará menos o a muy bajos precios que, desde luego, no compensaran los costos de la inversión.
Ciertamente, muchos de los problemas que ahora ponen en un predicamento a este gobierno no los originó AMLO, es la más abyecta de las herencias de administraciones anteriores en las que fuimos gobernados por una partida de delincuentes de cuello blanco y que hoy todos pagamos las consecuencias. No pocos son, también, los empresarios que participaron de la rapiña porque así debe calificarse lo que ocurrió en el país y el desastre que ahora padecemos del sistema de salud es consecuencia de todo esto. Y en donde más indignante resulta este diagnóstico es en las entidades del sur del país donde se invirtieron ríos de dinero para el sector salud y que ahora opera como si fuese una zona de desastre, con el resultado mortuorio de vidas humanas que pudieron haberse salvado.
Al presidente no le gusta que le digan que las condiciones obligan a hacer cambios en la agenda que tenía preparada para gobernar. Más aún, le aterra que le digan que cambiar es o será la prueba irrefutable de sus incongruencias. Pero no se observa en el horizonte quienes de la ciudadanía le piden o le exigen tal cosa, salvo la minoría de los socialtiradores que se han autoimpuesto dinamitar su gobierno desde el inicio.
Es verdad que la actual coyuntura sanitaria exige recursos para afrontarla, pero resulta temerario obtenerlo solamente por una de las vías (la reducción de salarios, que está bien y, hasta donde se sabe, los altos funcionarios han aceptado), sin modificar planes y programas de gran envergadura asumidos por este gobierno. Ojalá haya el tiempo y la sensibilidad para corregir las estrategias de ahorro e inversión debido a los imponderables que se han presentado. Nada de ello es incongruencia, sino elemental sentido de realidad. Si el presidente es incapaz de reconducir su gobierno frente a los males que le ha tocado sortear, lamentablemente veremos a un gobernante que tuvo la voluntad de pasar a la historia, pero la tozudez de su carácter le impidió su camino hacia la gloria.
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