Historias cotidianas
Leonor revisó la alacena, el refrigerador y comenzó a tomar nota de lo que faltaba en la despensa. También se habían terminado algunas cosas para hacer limpieza. Escribió en un post un mensaje para Patricio, Hijo, regreso al rato, voy a comprar la despensa. Adentro del refrigerador hay licuado. Besos. Dejó el letrero sobre el comedor.
Con la cuarentena a Patricio y a ella les había cambiado el reloj biológico, más a él, aprovechando que no iba a la primaria se dormía profundamente hasta después de las 9 de la mañana. Leonor, trabajaba en línea, desde casa, en diferentes horarios del día.
Hizo su ritual para salir, se colocó playera, pants, tenis, gorra, lentes para sol, cubrebocas. Dejó el gel antibacterial cerca de la entrada y salió al mercado. En las últimas semanas sus compras las hacía ahí, era importante apoyar la economía local.
Observó las calles, había pocos autos. Las personas que transitaban no todas iban con cubrebocas, ni todas mantenían la sana distancia. Iba algo apresurada. En su paso vio a una vecina del barrio, de avanzada edad caminando con dificultad, tratando de sostenerse de su bastón y la pared. Pasó a su lado pensando qué complicado sería para la señora enferma andar saliendo por el mandado, además se dio cuenta que no llevaba cubrebocas. La vecina hizo una pausa y Leonor también. Decidió regresar y preguntarle si le podía apoyar en algo. Por su mente pasó lo de sana distancia, sin embargo, era importante ayudar a la señora.
La vecina no reconoció a Leonor, y menos como iba vestida, pero sintió confianza, le tomó la mano y se fue apoyando en ella para caminar. Al principio, a Leonor, le costó seguir el paso de la señora, mientras cruzaban la calle y avanzaban se fue acoplando a él. La llevaba a una caseta telefónica. Fueron conversando. El rostro apacible y la voz tranquila de la vecina le hizo parecer a Leonor como si hubieran platicado desde siempre. En realidad, era la primera vez que lo hacían, había visto a la señora muchas veces en las actividades de la iglesia a la que ambas asistían, solo habían intercambiado miradas y saludos. Tenía rato de no verla, ahora la salud de su vecina estaba muy deteriorada.
Llegaron a la caseta, Leonor la ayudó a subir un escalón y a sentarse mientras la señora daba el número telefónico a la empleada. Se despidió de ella y siguió su recorrido. Su mente y su corazón iban con un mar de sentimientos. Se le hicieron varios nudos en la garganta, pensó en tantas personas mayores que estaban solas. El rostro de agradecimiento de la vecina se le vino a la mente. Siguió su paso.
Cerca del mercado la sana distancia se había olvidado, mucha gente sin cubrebocas. Un auto se detuvo a mitad de calle ante un vendedor ambulante, a preguntar por unos tines. – Vaya ocurrencia- pensó Leonor. Más adelante en otro puesto se dejaba escuchar la canción Help, ayúdame, de Tony Ronald, pero en versión de música de banda. El calor estaba en su apogeo.
A la entrada del mercado había un señor colocando gel antibacterial a quienes ingresaban. Leonor sacó su lista, hizo su ruta, compró su despensa. Era una odisea salir de ahí, mucho comercio ambulante, parecía que la gente había olvidado la cuarentena. ¿Acaso era la quincena que había ocasionado tal aglomeración? La economía local estaba bastante precaria ante la contingencia sanitaria, la gente necesitaba vender, ése podría ser otro motivo. Buscó la acera menos congestionada, guardó distancia del señor que iba delante de ella, alcanzó a escuchar que hablaba por teléfono y con tono alto decía: ¡Aquí en el centro hay mucha gente! ¡Vinieras!
Al pasar por un puesto de tacos vio a una mesera y un mesero en la entrada, la chica con el cubrebocas en la garganta, como tomando un receso de él y el chico portándolo bien. A donde quiera que volteara encontraba diferentes situaciones. Iba pensando, cuántas realidades en las historias cotidianas, ésas de a pie, y ahora en tiempos de cuidado de la salud afloraban más. Patricio vino a su mente, ojalá ya se hubiera levantado, eran casi las 12 del día.
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