El recuerdo de Víctor Manuel Esponda Jimeno

En estos días de encierro, he leído dos números especiales de la revista Carburo, que dirige el escritor y notario Javier Espinosa Mandujano.

El primero, que corresponde al mes de marzo, está dirigido, con justicia y en su totalidad, al investigador Víctor Manuel Esponda Jimeno.

En este texto, surgido desde la admiración y la cálida amistad, Antonio Cruz Coutiño traza la biografía intelectual del antropólogo e historiador chiapaneco, un infatigable en el trabajo de campo, quien dejó, al quebrarse su vida a los 64 años por un infarto, una obra destacada para entender Chiapas y muchos proyectos inconclusos.

Solo en una ocasión tuve la oportunidad de hablar brevemente con el doctor Esponda, cuando nos encontramos en una feria del libro de la Unach, y pudimos intercambiar textos. Él previamente me había solicitado algo de lo que yo había escrito sobre la historia del periodismo. Ambos teníamos amigos en común, así que nos saludamos con alegría y con la sensación, que deja la persona generosa, de que ya habíamos compartido otros espacios amistosos.

Gracias al texto de Toño, he podido completar la trayectoria intelectual de Víctor Manuel Esponda. Sobre su nacimiento no me queda claro, porque aparecen dos fechas diferentes: 1952 y 1953, pero con el día perfectamente definido: 18 de noviembre, y el lugar: San Cristóbal de Las Casas, ciudad en donde estudia la primaria y secundaria.

Después radica en la ciudad de México, en donde cursa la licenciatura y la maestría en etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, bajo la guía de Ángel Palerm y de Gonzalo Aguirre Beltrán. Su mundo se ensancha: aprende inglés, francés e italiano.

En los setentas regresa a Chiapas. Realiza estudios de campo para Conasupo-Coplamar, colabora con Franz Bloom y Gertrude Duby, en Na Bolom, ingresa después al INAH y, por un breve periodo, al Instituto de Estudios Indígenas de la UNACH. Su verdadera casa sería el Instituto Chiapaneco de Cultura, cuando Andrés Fábregas Puig lo invita a colaborar, y se convierte en uno de los miembros fundadores de Cesmeca, ese centro de estudios tan importante, que hoy pertenece a la Unicach.

Víctor Manuel, lo recuerdan sus amigos, como un caminante épico, conocedor de senderos maravillosos y de caminos poco explorados de Cintalapa y Jiquipilas, pero también de Cancuc, Chanal, Tenejapa, Ocosingo, en fin, de medio Chiapas. Su afición era gastar la suela en el trabajo de campo. Era subir cuestas. Era hablar con la gente. Era encontrar y descifrar vestigios. Era también reencontrar sus orígenes y su árbol genealógico, con sus heráldicas y sus historias familiares.

Su tesis doctoral, publicada con el título de La organización social de los tzeltales, es una aportación fundamental; tampoco hay que olvidar Cancuc, etnografía de un pueblo tzeltal de los Altos de Chiapas ni Presencia de Calixta Guiteras Holmes en Chiapas. Su obra como compilador y editor es imprescindible, como Homenaje al profesor Prudencia Moscoso Pastrana, los textos reunidos de Gareth W. Lowe, la reedición de Historia de Chiapas de Manuel B. Trens y Música vernácula de Chiapas de Thomas A. Lee, entre otros muchos textos históricos importantes.

El trazo de Toño Cruz es un homenaje, inaplazable y necesario, a un antropólogo e historiador de un corazón que palpitó al ritmo de Chiapas, y que ayudó a enriquecer la memoria de nuestra sufrida entidad. No hay que olvidar el maravilloso texto del doctor Fábregas Puig, publicado pocos días después de la desaparición de Víctor Manuel Esponda y disponible en https://www.chiapasparalelo.com/opinion/2017/01/victor-manuel-esponda-jimeno-antropologo-chiapaneco/

El número dos esta magnífica revista reúne ocho cuentos de Javier Espinosa Mandujano, anotados por Consuelo González Pastrana, Héctor Cortés Mandujano, Míriam Grajales, María Elena Grajales, Raúl Ortega y un servidor.

Yo me encargo de comentar “Los arrayanes”, un cuento raro de este escritor, porque al final, en lugar del pincelazo trágico, como nos tiene acostumbrado, aparece la ironía, el destello y la risa.

Ojalá que esta revista esté pronto disponible en internet, que es la vía ahora para acercarnos a la creatividad diaria.

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