Poder y pandemia
Hace lustros que los antropólogos se preguntaron cómo explicar los orígenes del poder. Trabajando en África y en Asia en los territorios coloniales de sus países, los antropólogos observaron con detenimiento y por tiempos prolongados, la forma de vivir de muchos pueblos a los que calificaron de “primitivos” en referencia a que lo que observaban eran las “primeras formas” de vida Cultural. No tardó el término en volverse peyorativo y “primitivo” fue usado por los sectores dominantes de las sociedades metropolitanas como sinónimo de “salvaje” o “atrasado” y otras lindezas. Pero volviendo al tema sobre los orígenes del poder y usando la sencilla pero devastadora definición de Max Weber de que el poder es la capacidad de alguien de imponer sus propios deseos aún en contra de la voluntad de los demás, es interesante observar cómo se repiten modalidades, que no contextos, en esto de ejercer el poder en la actualidad. En efecto, los antropólogos observaron, por ejemplo entre los bosquimanos (pero hay muchos casos más) que al momento de la necesidad de salir a cazar, se juntaba la gente para elegir quién conduciría al grupo de cazadores. Después de deliberar alguien salía electo y revestido de poder: durante la cacería y hasta que esta terminara, todos obedecerían al escogido por la sencilla razón de que era el más apto para conducir al grupo en semejante situación. Por eso los antropólogos llamaron a ese tipo de poder “liderazgo situacional”. Una vez superada la situación en que ese alguien ejercía el poder sin discusión, se terminaba, el todo poderoso regresaba a ocupar su estatus dentro de la organización social tribal. En otro tipo de situaciones, los antropólogos observaron a sociedades que en una determinada época del año se reunían para intercambiar bienes con el propósito de establecer un equilibrio de tal manera que nadie acaparara más que el resto del grupo de parentesco, sean clanes o linajes. Existe un libro que desde su título es atractivo y que leí hace décadas allá en Long Island: Figthing with property (peleando contra la propiedad) escrito por Helen Codere. En las páginas de ese espléndido libro, Helen Codere describe cómo se lleva a cabo la ceremonia del intercambio entre los pueblos Kwakiutl de la Costa Oeste de los Estados Unidos al iniciarse el invierno. Los jefes tribales que lo son por edad y sabiduría, depositan el poder en uno de ellos para que vigile el intercambio, mismo que no termina hasta que el último miembro del grupo está de acuerdo con lo que le tocó. La descripción de la antropóloga es vívida, testimoniando la presencia de la misma en los momentos en que acontece el intercambio y la sociedad mueve todos sus resortes para que al final, todos sus miembros queden satisfechos y la vida vuelva a sus cauces acostumbrados. El liderazgo situacional fue muy discutido entre los antropólogos y no fuimos pocos los que nos introdujimos al análisis político en antropología a través de esos debates. Finalmente las sociedades de la desigualdad, como en la que vivimos, establecieron al poder como una ocupación de “tiempo completo” en el contexto complejo de los Estados. Pero eso es otro rollo.
En la actual situación que vivimos en México, me ha dado curiosidad observar el funcionamiento de algo muy similar al “liderazgo situacional”. Todos los días vemos el ritual: un médico, un epidemiólogo, sentado en una mesa desde el Palacio Nacional, dicta lo que todos debemos obedecer so riesgo de caer víctimas del terrible virus. Él nos indica cómo debemos lavar las manos, como usar el gel, en qué momentos salir de la casa, a qué distancia debemos permanecer unos de otros, y por supuesto, la indicación de que mientras él no nos diga en qué momento se terminó el peligro, sus instrucciones deben seguirse al pie de la letra. Los periodistas que asisten al ritual proceden, a una señal del epidemiólogo, a preguntar. Es notorio como para toda pregunta, el médico tiene respuestas. Además responde sin titubear, haciendo gala de su formación académica. No hay tema que se le trate que no responda. Incluso, cuando lo provocan, sabe muy bien decir “eso no me corresponde” y página vuelta. El ritual se repite, por eso es ritual. Todos los días, a las 19 horas, en el Palacio Nacional, quien hoy tiene el poder debido a la pandemia, comienza diciendo la fecha, la hora, el lugar y el propósito de la reunión: comentar acerca de cómo va la pandemia y la conducta que debemos seguir en consecuencia. Sin duda, el médico demuestra, todos los días, por qué está al frente: sabe de qué se trata el asunto y cómo manejarlo. Todos dependemos de su conocimiento, su discernimiento y su capacidad para sortear a la pandemia. Igual pasaba con el cazador bosquimano mientras la cacería estaba en proceso. A él se le obedecía porque de su sapiencia y habilidad, dependía el éxito de la empresa. Uno que otro Gobernador a veces vocifera y ruge, pero nada puede hacer ante la sapiencia del médico, ante un “liderazgo situacional” que funciona. Los “chayoteros” publican noticias falsas que, haciendo gala de buen sentido del humor, el médico de marras destruye todas las tardes a las 19 horas desde el Palacio Nacional. Siempre sale fortalecido del ritual que invariablemente termina con el “quédense en casa” repetido tres veces. No duda incluso de acompañarse de otros médicos para después demostrar que él también conoce los temas de todos. Haciendo gala de una habilidad notoria, el médico agradece a sus acompañantes sus intervenciones no sin antes dejar en claro que él mismo las podría hacer. No hay ni un movimiento que sobre o que falte de su parte. Es el perfecto “líder situacional” de los antropólogos.
En algún momento pasará la pandemia y con ello terminará la amenaza. La sociedad volverá a una “normalidad” que no será la misma. El “líder situacional” desaparecerá. Los financieros se verán fortalecidos y los políticos volverán a la palestra. Quizá el médico, en la sala de su casa, recordará los momentos en que tuvo el poder de lograr que México se quedara en casa.
Ajijic, encerrado en casa, ribera del Lago de Chapala. A 18 de abril, 2020.
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