¡Paletas, paletas!
El calor en la temporada de abril era bastante seco, la lluvia no parecía querer asomarse. Eva y Julieta tenían muchas ganas de salir a comer helados a la plaza central de su ciudad. La cuarentena no se los permitía. No era fácil para Belén y Matías explicarles a sus hijas pequeñas que debían mantenerse en casa y esperar a que la contingencia sanitaria pasara. Hacían el intento por distraerlas, pero continuaban insistiendo.
A Belén se le ocurrió que jugaran a ir a la paletería, ante esa idea Julieta, la mayor de sus hijas, dijo,
– Pero juguemos de verdad. ¡Yo quiero comer paletas de hielo!
El rostro de Belén se puso rojo, mientras Matías sonreía disimuladamente. Acordaron que el juego sería una tarde de fin de semana. Matías se comprometió con Belén a que cuando fuera por la despensa, compraría frutas de temporada para que les hicieran a sus hijas las anheladas paletas. Y así fue, mangos, fresas, duraznos y moras fueron las frutas elegidas para preparar las paletas. No les dijeron nada a las niñas, sería su sorpresa.
El sábado por la tarde, mientras Julieta y Eva jugaba a armar rompecabezas, Belén y Matías prepararon las paletas, sin que ellas los vieran. Belén preguntó qué hora era, las 6 de la tarde le dijo Matías. Hora de tirar la basura, esta vez le tocaba a Belén esa tarea. Juntó las bolsas, se puso el cubrebocas y salió a la calle.
Aunque el sol comenzaba a ocultarse el calor era aún fuerte. Al llegar a la esquina se percató que las calles estaban desoladas. Mientras volteaba del otro lado, se dio cuenta que el único que iba a casi una cuadra de distancia de ella era un señor mayor empujando un carrito de paletas de hielo. Un sombrero pequeño, como de palma, un pantalón color beige y una playera acompañaban la silueta y el andar cansado del vendedor. Recordó que la mayor parte de quienes vendían paletas de hielo eran adultos mayores. En plena emergencia sanitaria seguro las ventas estaban muy bajas y ellos necesitaban el salario y tenían que vender. -De haber salido antes lo habría visto y comprado paletas para hacerle el gasto- pensó.
Regresó a la casa. Se lavó las manos, rocío su ropa y zapatos con gel antibacterial casero y fue a la cocina. Entusiasmado, Matías le mostró un letrero que había diseñado de manera creativa, para jugar a la paletería con las niñas. Al observarlo Belén imaginó al señor paletero gritando: ¡Paletas, paletas! Y a mucha gente a su alrededor, comprándole para mitigar el calor de la temporada.
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