El celofán color amarillo
Era domingo de Pascua, Alba se había propuesto cocinar ejotes capeados rellenos de quesillo. Abrió el refrigerador, sacó los ejotes que previamente había lavado y se dispuso a cortarles las orillas (siguiendo la receta de su mamá). Al terminar recordó que no había sacado el quesillo. Buscó al interior del refrigerador y se dio cuenta que no había. Sin embargo, al fondo vio un trozo cubierto con papel celofán amarillo que le salvó la comida, era queso crema.
Abrió el papel celofán, enseguida se topó con la capa de papel aluminio y después sacó el queso. No pudo evitar cortar una rebanada y saborearla antes de iniciar la labor de cocinar. El queso crema era de sus favoritos. Observó la etiqueta, provenía del municipio de Ocozocoautla, mejor conocido por la población chiapaneca como Coita.
Comenzó a preparar los ejotes, la parte que menos le parecía divertida era cuando tenía que costurarlos para evitar que el queso se saliera y el capeado quedara bien. En esa labor estaba cuando el papel celofán atrapó su atención. El color amarillo le traía muchos recuerdos.
Su memoria se remontó a la niñez, veía los quesos en casa, sus papás solían obsequiarlos a los familiares que les visitaban. Recordó las charlas que escuchaba, en ellas siempre mencionaban que los quesos chiapanecos eran deliciosos, por eso eran tan preciados por quienes los recibían. Había una diversidad de ellos, desde el queso fresco, el crema, el de doble crema, el quesillo, el que tenía verduras y chile, el queso asadero hasta el famoso queso bola. Entre los nombres de algunos municipios donde los producían recordó Cintalapa, Rayón, Pijijiapan, Villaflores, Villacorzo, Ocosingo, Ocozocoautla.
En su imaginario el celofán color amarillo con el que cubrían los quesos era representación de un sabor muy grato al paladar y un sabor para compartir con los seres queridos.
– Comprá el del papelito amarillo, del que viene de Pijijiapan, ése sale bueno – . Solía decir la tía Inés a doña Gloria, mamá de Alba, cuando ella le preguntaba qué queso le sugería comprar.
Alba se puso contenta de haber terminado de costurar los ejotes, capeó los huevos y bañó ahí cada montoncito de ejotes. Se dispuso a freírlos, los escurrió del aceite y luego los dejó cocinar en caldillo de tomate, agregó hierbas de olor para que la comida tomara sabor.
Mientras tapaba la olla y percibía el aroma de la comida se quedó pensando, cuántas historias tenían las cosas más comunes, como el celofán color amarillo.
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