Todas hieren, la última mata
Casa de citas/ 475
Todas hieren, la última mata
Héctor Cortés Mandujano
Palabrología (Planeta, 2014), de Virgilio Ortega, tiene un largo subtítulo propagandístico que aclara el sentido del volumen: Un apasionante viaje por el origen de las palabras.
El autor escribe capítulos sobre temas específicos (la medición del tiempo, Egipto, Grecia, Roma…) y en ellos usa y explica la etimología de un sinnúmero de palabras. Etimología, dice en el prólogo, es, según su propia etimología (p. 8), “la ‘verdadera palabra, la ‘palabra auténtica’ ”.
Al explicar la procedencia en el nombre de los meses dice que febrero (p. 21) “viene del mes latino februarius, que era el mes de las purificaciones o februa. […] En ese festival de las februa, los celebrantes azotaban a la gente (sobre todo a las mujeres) con unas februa, o tiras de piel de macho cabrío, para así purificarla. Nuestra fiebre (del latín febris) aún tiene que ver con esas purificaciones”.
(A mí esto me hizo recordar que, en mi finca, los adultos solían azotar a los niños para hacer que crecieran. Pero era el 24 de junio, el día de San Juan, de ahí que se haya popularizado la amenaza de una Sanjuaneada cuando uno se portaba mal.)
Exacta la sentencia de la página 29: “ ‘Todas hieren, la última mata’, dice un reloj de sol hablando de las horas”.
Cuando habla de la estatua de Zeus Horquios, aclara que la segunda palabra viene (p. 79) “de orkhis, ‘testículo’, como en orquídea, por la forma de los tubérculos de esta bella planta”. Un testículo y una flor vienen de la misma palabra, qué cosa. También de allí viene la palabra testigo, dice en la misma página, “que siglos después jurarán poniendo las manos sobre sus partes pudendas: ‘por mis testes’ (el testículum sería el diminutivo)”.
Dice que los griegos corrían desnudos, es decir (p. 83), “gimnós, de donde viene gimnasia, que sería algo así como ‘ponerse tan en pelotas’ ”. Y eso ocurrió, cuenta Piñera, porque Orsipo fue el primero en ganar una carrera y al ir corriendo se le cayó el taparrabos: “Por eso le imitaron todos después”.
A los individuos particulares los llamaban en Grecia (p. 94) “idiotes, de donde procede la palabra idiota, que es quien no se ocupa de los asuntos de la polis, sino sólo de lo idion, de ‘lo privado’ ”.
En “Vamos al Coliseo” cuenta sobre las cuatro luchas que se ofrecían como espectáculo al pueblo (p. 124): “Lo primero es animales versus animales (todavía decimos en latín esa palabra, versus o, abreviado, vs., que procede del verbo vertere, ‘verter’, ‘volver’, que es lo que hace el arado al final del versus o ‘surco’, lo cual nos dará desde los versos del poeta hasta animadversión o ‘aversión del ánima’ y, aquí, de unos animales contra otros”.
Me llamó la atención que formidable venga de (p. 144) “formidabilis, que provoca formido, ‘terror’, ‘miedo’, ‘espanto’ ”.
Metáfora, dice Ortega (p. 155), “viene del griego: meta, ‘más allá’, y pherein, ‘llevar’, por lo que una metáfora nos ‘traslada más allá’, que es como llaman aún en Grecia los medios de ‘transporte’: metaphorés”.
Mamotreto significa, también viene del griego, “alimentado por la abuela” (p. 174), “por exageración de los muchos años que el niño había estado mamando; se pondría tan ‘gordinflón’ que la palabra empezó a aplicarse a los ‘libros muy abultados’ ”.
Cónyuge, sobran explicaciones, significa, como se hace con los bueyes (p. 195), “unir con un yugo”.
Roborar significa “dar fuerza con la rúbrica”; me llamó la atención porque usualmente se usa la palabra corroborar referida a una persona cuando en realidad, dado el prefijo co, alude a varios. Se dice (p. 196) “lo roboré con mi propia mano”, “lo corroboramos con nuestras propias manos”.
También analiza palabras usadas en la religión (p. 213): “Yahveh o Jehovah es el nombre que Dios se da a sí mismo en la Biblia. Pero como en hebreo no se escriben las vocales, sólo se ponen esas cuatro consonantes: Y H V H, a las que se llama el tetragrámaton, las ‘cuatro letras’. Y, para poder pronunciarlas, se le añaden vocales que dan Yaveh, con su variante Jehovah”.
Dice Virgilio Ortega que (p. 231) “Misógino es quien ‘odia a las mujeres´; podría existir la palabra filógino, que ‘ama a las mujeres’, como existe la palabra filántropo, que ‘ama al hombre’ ”.
Se pelea con las definiciones de la Academia, del diccionario (p. 264): “Hagan ustedes una prueba: lean a un amigo las 45 palabras con que la Academia describe al ‘león’, pero sin decirle que es el león: ¡creerá que es un acertijo!”.
***
Leo El cerebro musical (Random House, 2016), compilación de cuentos de 1996 a 2011 de mi admirado César Aira. En ellos hay, en general, ciertos procedimientos que Aira ha vuelto más o menos familiares para quienes somos sus lectores asiduos. Por ejemplo, el hecho de que se mencione como lugar de infancia o de estancia vivencial de los personajes Coronel Pringles, que es donde nació Aira, o que sus personajes sean escritores argentinos, como él, o que se llamen ya más directamente, como ocurre en varios, César Aira (“El espía”, por ejemplo).
Lo otro está ligado a un hecho nimio sobre el que se reflexiona y el cuento se constituya en la serie de reflexiones sobre el hecho desdoblado: dos niños que juegan al número mayor (“El infinito”) o un turista que compra libros de Duchamp cada vez más baratos (“Duchamp en México”).
Uno más es quebrar la anécdota hacia algo inesperado que abra las puertas a algo todavía menos lógico, en el estirar la liga de la historia hasta que reviente, como en “El cerebro musical” o “ El Té de Dios” o “Picasso”… En fin.
Comparto contigo lector, lectora algunas líneas de este gran fabulador. Dice en el inicio de “Picasso” (p. 23): “Todo empezó el día en que el genio salido de una botella de leche mágica me preguntó qué prefería: tener un Picasso, o ser Picasso. Podía concederme cualquiera de las dos cosas, pero, me advirtió, sólo una de las dos”. Más adelante dice (p. 26): “Picasso (el histórico) dijo una vez: ‘Querría ser rico, para vivir tranquilo, como los pobres’ ”.
Otro inicio. El de “El Té de Dios” (p. 67): “Por una vieja e inmutable tradición del universo, Dios festeja Su cumpleaños con un suntuoso y bien provisto Té al que acuden como únicos invitados los monos”.
En “Taxol” insiste en que lo que va a contar es verdad. Lo ha hecho antes, dice, pero esta vez es en serio (p. 257): “No podría haberlo inventado, porque, como se verá, no es mi estilo. (Justamente, he estado pensando en la necesidad, que se me hace urgente, de cambiar mi viejo y aburrido estilo)”.
El libro es una buena oportunidad para descubrir si lo amas o lo odias. No hay términos medios.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
Sin comentarios aún.