Poeta: jardinero de epitafios
Casa de citas/ 471
Poeta: jardinero de epitafios
Héctor Cortés Mandujano
La palabra es dialéctica: si afirma algo, niega algo
Octavio Paz
Miscelánea III. Entrevistas, Tomo XV de sus Obras completas (FCE, 2003) son la recopilación de muchas charlas que Octavio Paz sostuvo con varias/os interlocutoras/es, entre quienes se hallan Emmanuel Carballo, Fernando Savater, Manuel Ulacia, Elena Poniatowska, Julio Scherer… e incluye el libro Sólo a dos voces, que escribió al alimón con Julián Ríos, que alguna vez reseñé en alguna Casa de citas anterior.
Aunque evidentemente hay repeticiones (misma pregunta, similar respuesta), los diálogos aquí no son espontáneos: fueron reescritos por Paz, antes de publicarse, de modo que, aunque se trate de una respuesta similar, hay en la respuesta nuevos datos, variaciones, agregados. El tomo rebasa las 700 páginas y en ellas Paz habla casi de todo [el título de esta columna corresponde a uno de sus versos]. Comparto contigo lector, lectora, algunas líneas memorables.
Dice, a propósito de la escritura (p. 28): “Cada vida, por modesta que sea en apariencia, no es inferior a la de un gran héroe. Así, digamos, Alejandro no es ni más ni menos interesante que un zapatero. Este criterio, en cambio, no puede aplicarse a las obras excepcionales. La vida de Góngora la puede tener cualquiera; lo que no puede hacer cualquiera es escribir las Soledades. Ahora que Góngora no puede enorgullecerse de haberlas escrito. No fue él, sino algo –el lenguaje, la inspiración o como quiera llamarse a esa fuerza impersonal– quien escribió ese poema”.
En el proemio a su entrevista con Paz, escribe el filósofo Fernando Savater (p. 64): “Cuando empecé a escribir, sólo me fascinaba el estilo ensayístico de dos prosistas en lengua castellana: Borges y Paz. Pero Borges se presta demasiado al amaneramiento como para que me decidiera a imitarle Abiertamente… […] En el fondo, sabía que escribir bien era, y es, escribir como Octavio Paz en El arco y la lira o Corriente alterna…”.
Dice Paz sobre la política en la literatura (p. 70): “¿Qué queda de las ideas políticas de Neruda? Poco de interesante. Pero en sus poemas está ese trapo sucio que vio un día, esa nube, la riqueza de lo particular, la resurrección del instante”.
No hace apología de su profesión (p. 90): “La literatura no es una profesión agradable: es un quehacer aburrido y sedentario que, además, implica sufrimientos y sacrificios”.
Aunque es proverbial la distancia de Paz con las religiones, cuenta que (p. 227), “un día, en Goa, en el centro de una civilización que no era la mía, entré en la vieja catedral. Celebraba la misa un sacerdote portugués, en portugués. La escuché con fervor. Lloré”.
Le preguntan sobre el mal. Responde (p. 309): “Sólo un ser libre es capaz de crueldad. Los animales no cometen el mal. […] La herencia más inapreciable del cristianismo es su concepción de la persona: cada hombre y cada mujer son un ser único y sagrado”.
De nuevo sobre la escritura (p. 315): “El escritor trabaja en soledad absoluta, sujeto a su personal desconcierto. Da lo mismo que escriba un mamarracho o una obra maestra”. Y sigue (p. 317): “Pero no creo válido pensar que el escritor sea una víctima, porque después de todo, por muy mal que le vaya a un poeta joven, le va peor a un campesino o a un obrero o a una señora de su casa o a un millonario con cáncer”.
La inteligencia de Paz es un caldero bullente, un péndulo (p. 349): “Escribir es una maldición. Lo peor es la angustia antes del acto de escribir; esas horas, días o meses en que buscamos sin encontrar la frase que va a abrir la llave para que mane el agua. Una vez escrita la primera frase, todo cambia: el proceso es apasionante, vital y te enriquece, cualquiera sea el resultado final. ¡Escribir es una bendición!”.
Sobre el futuro y la esperanza (p. 369): “A la entrada del Infierno, Dante escribió una frase que Marx amaba repetir, aunque él la aplicaba únicamente al sistema capitalista: Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate (“Dejad toda esperanza, vosotros los que entráis.”) Mientras haya hombres, habrá esperanza”.
Subvierte las sentencias que a veces se han vuelto lugares comunes (p. 395): “No todas las transformaciones sociales han sido obra de la violencia revolucionaria. Tampoco es cierto que la violencia sea la partera de la historia. Con frecuencia los frutos de esos partos violentos han sido fetos”.
En una de las charlas aborda el feminismo. De allí esta idea (p. 402): “Todos los actos humanos están teñidos de política, todo está contaminado de historia, pero lo que define al acto sexual no son las relaciones de dominación sino las relaciones biológicas. No la historia sino la naturaleza: el cuerpo”. Y más (p. 403): “El hombre no es solamente hombre, es también mujer. […] Deberíamos ser los hombres más femeninos y las mujeres más masculinas”.
Dice (p. 419): “En 1969 apareció Conjunciones y disyunciones, cuyo tema es el diálogo polémico entre los órganos genitales y los órganos faciales, la cara oculta y la cara descubierta”.
Cuando vivió en la India, con su mujer, Mari Jose, dice que veían a muchos pájaros mañana y tarde (p. 431): “Una mañana estábamos desayunando en el jardín y de pronto sentimos que descendía sobre nosotros en línea recta una sombra negra que chocó contra la mesa y desapareció. Era un gavilán ladrón de comida”. Dice después: “Será difícil que olvidemos las lecciones de aquel jardín”; ¿Qué lecciones?: “No sé, una amistad, una fraternidad con las plantas y los animales. Todos somos parte de lo mismo”.
Paz declara que (p. 449) Ladera este le parece su mejor libro de poemas y que (p. 472) fue fundador de un partido político con Heberto Padilla, Cabeza de Vaca, Carlos Fuentes y Demetrio Vallejo.
Responde (p. 504): “La tradición es algo que se aprende. Algo, también, que se conquista y se crea. Yo escribí el libro sobre sor Juana no por amor a la historia sino para tener una historia”.
De pronto salta de los libros a la vida (p. 511): “¿Sabe lo que más falta nos hace? No un saber enciclopédico y total sino una sabiduría para vivir todos los días. […] Además (y sobre todo): un Arte de Amar. […] Amar es un acto moral y espiritual y sensual: escoger a otra persona, es decir, a un cuerpo que es también un alma”.
El arte (pintura, escultura, novela) se ha vuelto mercancía (p. 519): “Como la poesía no puede convertirse en mercancía, ha sido aislada: la universidad o las catacumbas”.
Una última idea sobre la escritura (p. 551): “Uno escribe para ser uno mismo, pero en realidad uno escribe para ser otro, ese desconocido que escribe en nosotros”.
Habla del ingenio de uno de sus amigos, Gil-Albert (p. 677): “Una amiga nuestra, comunista muy ortodoxa, tuvo un hijo y Juan preguntó inmediatamente: ¿qué fue: hoz o martillo?”.
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