La presencia, la ausencia y el silencio….
Por Florentino Pérez Pérez
El feminismo es una forma de vivir
Individualmente y de
Luchar colectivamente.
Simone de Beauvoir
A Dorian Andrea
Es lunes nueve de marzo. El discreto sonido del aire acondicionado recorre los pasillos de la oficina que se encuentra semidesierta y el silencio de las compañeras ausentes se escucha y resuena con gran intensidad, como un eco de las voces de indignación de las marchas de ayer en diversos puntos de la geografía del país y del mundo.
El silencio acusa y se revela sobre esa enorme y pesada carga cultural en la que crecimos, donde los roles asignados y asumidos reproducen, eficientemente, la inequitativa sociedad patriarcal en la que crecimos y nos naturalizamos.
La abundante información que leo en los medios de comunicación me produce un sentimiento ambivalente: de profunda alegría por las múltiples voces que se dejaron oír y de deseo e interés de que estas protestas prevalezcan y sean el punto de partida para un diálogo nacional con las autoridades, en donde quepan todos las formas de pensar y de actuar del feminismo, agraviadas o vulneradas en el ejercicio de sus derechos humanos, y se construyan colectivamente veredas y senderos de justicia, equidad y seguridad para todas las mujeres.
Romper el miedo y atreverse a marchar para expresar la insatisfacción de la sociedad injusta e inhumana en la que vivimos, requirió de mucha energía acumulada y activa ahora por el acoso, el hostigamientos, las violaciones sexuales y los feminicidios, que se incrementaron de forma alarmante en los años recientes.
Ayer fueron los colores del dolor y miedo, pero también la insumisión frente a una realidad agotada, de relaciones humanas y afectivas desiguales, que se vino construyendo socialmente a lo largo de la historia, y de la misma forma debe de cambiarse.
Hoy es el silencio y la ausencia insoportable de las mujeres la que habla. Esta realidad esta incompleta, mutilada.
Más allá de las ideologías, calificaciones y descalificaciones, razones y sin razones, debemos, sin que esto signifique abdicar a las banderas reivindicativas de sus derechos, profundizar los espacios de diálogo y formación, que desestructuren las relaciones de dominación del patriarcardo y, desde los distintos espacios académicos y laborales, familiares y espirituales, permitan continuar derribando –desde sus cimientos–, las bases que sostienen esta forma de sujeción y dominación hacia las mujeres.
Ya no hay tiempo para esperar. El tiempo del cambio es ahora.
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