El vicio del lobo, las mañas del zorro
Casa de citas/ 472
El vicio del lobo, las mañas del zorro
Héctor Cortés Mandujano
Después me hice aficionado a los caballos
que, como todo el mundo sabe,
son la forma intermedia del aire
Luis Arturo Guichard,
en “País sin trenes”
Reviso la solapa del libro Realidad y márgenes. Poesía 1992-2012 (Coneculta-Chiapas, 2013), de Luis Arturo Guichard, y me doy cuenta de que he leído todos los libros publicados hasta esa fecha por este filólogo, traductor, ensayista y poeta nacido en Tuxtla Gutiérrez en 1973.
He dado cuenta, creo, en Casas de cita anteriores del disfrute que fue leer su ensayo Hacia el equilibrio. Lecturas de poesía española reciente y su edición crítica de la Poesía reunida de Joaquín Vásquez Aguilar.
Conversé con él fugazmente, hace años, en un restaurante tuxtleco; le mandé mis notas y él me envío, en archivo electrónico, sus cinco libros de poesía (Los sonidos verdaderos, Nadie puede tocar la realidad, Versión aérea, Campanas subterráneas y Margen de espejo), que ahora releo en este libro físico.
Son veinte años los que hay del primero al quinto libro. Tesón y búsqueda, confianza y desconfianza de lo que escribe, dudas y certezas se cuelan en sus versos, lo mismo que sus andanzas por muchas ciudades y países regados en la vastedad terráquea.
En “Atlanta”, poema en apariencia autobiográfico, habla de (p. 217) “ese jovencito de veintitrés recién cumplidos que decidió irse a vivir al extranjero”; Luis Arturo vive en Salamanca y es profesor de Filología Griega en la Universidad de Salamanca desde 2002.
En “Seré materia” cita a Simónides (p. 61): “Soy un muerto, y un muerto es mierda, y la mierda es tierra/ y si soy tierra, entonces no soy un muerto: soy una divinidad”.
Amante como soy de los árboles, gocé su poema “Mecánica vegetal”, en cuyos versos escribe (p. 93): “El árbol se mueve más que nadie/ pero no pierde el tiempo/ cambiando de lugar,/ tiene entre sus anillos/ todos los caminos del mundo”.
Dice en “Capitales” (p. 97): “Esos viejos que pasean los domingos/ frente a las vitrinas cerradas,/ oyendo el fútbol en la radio,/ son mi idea más pulida de tristeza”.
Del extenso poema “Serpiente de lluvia y luna” me impactaron estos versos del VI (p. 130): “Los que nazcan bajo la sequía/ no sabrán estar solos/ porque desearán alimentarse de otros”.
En el II y amoroso de los “Poemas de la derrota necesaria” me hallé con estos versos (p. 140): “presentirte/ era pretenerte, penetrarte, prealumbrarme”.
Escribe en “Lamento de Abelardo” (p. 154): “Yo no sé si la tierra y la raíz se desean/ pero por algo llevan tanto tiempo juntas”.
Mi apartado favorito es “Duermen furiosamente” del libro Campanas subterráneas. Es raro que haya humor en la poesía y que este no sea simplón o solamente chistoso; aquí hay un humor irónico, que supone un ejercicio intelectual, un sonreír sardónicamente. [Dice Virgilio Ortega, en Palabrología (Planeta, 2014) que lo sardónico recibe ese nombre (p. 281) “de la hierba sardonia que […] al masticarla produce una contracción de los músculos de la cara similar a una sonrisa”.]
Dice en el tercero, sin título y escrito en prosa (p. 301): “A todos nos gustaría ser modernos y trabajar el camaleón en la poesía, pero todos acaban siendo pequeñas lagartijas que comen mosca y eructan largamente”, y en el cinco (p. 304): “Lo único que nos queda es intentar ser completamente modernillos y caminar la cuesta arriba de otro siglo, llevando a cuestas muchos, pero que muchos pixeles”.
Y de “Noche oscura del hipotálamo” tomo este verso con que arranca el fragmento tres (p. 322): “¿Quién dice que al fondo de todos los poemas duerme un caballo?”.
Me encantó leer, de nuevo, la poesía de Luis Arturo Guichard.
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Dice Nadia Villafuerte en “El trío más inesperado”, el epílogo que escribió para mi Casa de citas, volumen I (Tifón, 2018: 286): “¿Podríamos pedirle a Héctor Cortés Mandujano que dejase coincidir en su Casa de citas al trío más inesperado: ¿Salma Hayek, Rigo Tovar y Marlon Brando? ¿Por qué no?, sería su respuesta”.
Cité eso porque recién terminé de leer el eBook Sobre la escritura, de James Joyce, editado por Federico Sabatini, a partir de espigar pensamientos, ideas, fragmentos de sus libros y sus cartas, y traducido por Pablo Sauras.
Lo que más me gustó del volumen son las notas lectoras que Joyce hace sobre Ibsen, Dostoievski, Dafoe, Stendhal, Chéjov, Gide, Proust, Hemingway y varios más, de quienes yo también me he nutrido.
A lo que iba. En la página 34 Joyce hace una cita que me llevó por un sendero inesperado: “Il lupo perde il pelo ma non il vizio, dicen los italianos. El lobo puede perder la piel, pero no el vicio”.
Su referencia me llevó a una canción (del argentino Roberto Livi) que interpreta Raphael y que dice (supongo que derivado del mismo refrán italiano): “El zorro pierde el pelo, nunca las mañas”.
Quién lo hubiera pensado: Joyce y Raphael, tan ajenos como Rigo Tovar de Marlon Brando, diciendo más o menos lo mismo.
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Dice mi admirado y divertido Eulalio González “Piporro” en el documental El Piporro, una leyenda norteña (Clío, 2003), realizado por el cineasta Juan Antonio de la Riva, a propósito de los necios que creen que el hábito hace al monje (cito de memoria): “Si el gorro hiciera al Piporro, cualquiera que se pusiera el gorro sería Piporro”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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