El reto cotidiano

Chiapas 8M

A mis amigas, compañeras, colegas, estudiantes, maestras en la vida,

 en especial a mi mamá y abuelitas.

Romelia decidió que esa tarde llegaría puntual a su cita, salió de casa y se dirigió a la zona centro de la ciudad. Como llevaba tiempo a su favor fue caminando sin prisa,  deseaba disfrutar el paisaje.

El clima era muy frío, a lo lejos Romelia alcanzaba a observar las montañas,  no tardaría mucho en bajar la neblina; alzó la vista y parecía que las nubes viajaban con prisa, qué contradicción, justo el día en que ella iba con calma. Ya casi se acercaba la primavera.

– No cabe duda, febrero loco y marzo otro poco-  pensó.

En la calle principal por la que transitaba iba una diversidad de personas, por un lado, la gente local como transeunte, por otro, los comerciantes informales locales y externos, así como los turistas nacionales y extranjeros. En ese mar de gente de todas las edades se percató que,  la mayoría, eran mujeres.

En cada una de esas mujeres había un mundo de historias, sueños, necesidades,  alegrías, tristezas, miedos, esperanzas, luchas internas, luchas colectivas. Recordó que pronto sería 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, un día de conmemorar las luchas que otras mujeres habían iniciado con anterioridad y que se continuaba haciendo para la reivindicación de los derechos de las mujeres.

Llegó al punto de reunión, se sentó en una banca a esperar a Liliana,una de sus mejores amigas. Ella siempre era puntual. Revisó el reloj, faltaban diez minutos para la hora fijada del encuentro. Una señora vendiendo pastelitos caseros le ofreció su vendimia, Romelia, preguntó el precio de uno con relleno de fresa, lo compró y le dio las gracias. Observó el rostro de la vendedora, sus ojos se habían alegrado cuando le hizo la compra, siguió su camino cargando su canasta, le faltaban muchos por vender, al momento de tomar su pastelito Romelia se percató de ello.

Mientras llevaba el pastel a su boca, Romelia se quedó pensando cuántas mujeres luchaban a diario, de manera distinta, unas en silencio, callando por miedo a más violencia, mujeres en contextos y dinámicas diferentes; algunas mujeres sin saber siquiera la existencia de la conmemoración de un 8 de marzo, pero resistiendo a sus situaciones, sin darse por vencidas; otras más con la ardua tarea de visibilizar los derechos de las mujeres y la violencia ejercida por una sociedad machista y quizá algún grupo con cierto grado de indiferencia ante estas luchas.

Vinieron a su mente sus ancestras, las abuelitas que habían resistido expresiones de violencia, mujeres fuertes a las que admiraba y que también eran maestras en su vida. Visualizó a su mamá, un ejemplo de fortaleza en medio de la tempestad, sin saber del feminismo le había inculcado valores que Romelia llevaba presentes, el respetarse, el amarse, el valorar su ser mujer, el luchar por sus metas, el no callar ante el menor indicio de violencia, el saber alzar la voz.

Para Romelia era indudable que las tareas de estas luchas no estaban resueltas, menos en la sociedad actual con la violencia desbordada en diversos sectores. El 8 de marzo no era el único día en que se debía visibilizar esta situación sino que era el reto cotidiano para trabajar desde lo individual, en colectivo, en lo institucional, en cada sector de la sociedad. Una sociedad que buscara ser incluyente, que respetara los derechos de todas las personas y garantizara una vida libre de violencia, con justicia, más allá de los discursos. Era una tarea de todas las personas.

Su mirada siguió el trayecto de la vendedora de pastelitos, había caminado casi una cuadra y se había detenido, otra chica se acercaba a comprarle.  La reconoció de inmediato, era Liliana con su inconfundible boina color ladrillo y su cabello suelto.

 

-¡Hey Lili!! Esta vez llegué antes que tú. – Gritó desde la banca Romelia.

– Esa Rome. ¡Una vez al año no hace daño!- Le respondió Liliana sonriente.

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