Los “otros” y aceptados emigrantes
Las noticias sobre caravanas desde Centroamérica que se dirigen a la frontera mexicana parecen no acabarse, como tampoco lo hacen las distintas posiciones expuestas, desde las instituciones públicas y los actores de la sociedad civil, respecto al trato que deben recibir los emigrantes. Hombres, mujeres y niños caminan con la mirada puesta en el gigante del norte. Un nuevo sueño americano que no cesa porque nada parece cambiar en sus lugares de origen. Pueblos y ciudades de países atravesados por desigualdades sociales y violencias endémicas. Situaciones, algunas de ellas, no tan alejadas de las que se viven de este lado fronterizo y, en concreto, en suelo chiapaneco. Como si la pasada historia colonial compartida volviera a unirnos, a pesar de los muchos cambios políticos y territoriales producidos en 200 años.
Estos emigrantes, como otros que cruzan territorios y países en todo el mundo, buscan mejores condiciones de vida o escapan de situaciones de guerra, como aquellas que llevan años lacerando partes del mar Mediterráneo. Hechos claramente ejemplificados con las balsas, las pateras, que se lanzan al mar en busca de llegar a las costas de cualquier país europeo.
El mundo global desmonta las fronteras nacionales a través de los medios de comunicación y transporte, pero sobre todo por la red digital que abre oportunidades de conexión y relación con cualquier lugar del planeta. Así, todos los movimientos transnacionales vividos diariamente a través del mercado económico y de los intercambios culturales se han tornado comunes, aunque para ciertos seres humanos esas posibilidades parecen seguir cerradas, limitadas a las fronteras de los Estados nacionales, como si fueran otra forma de los históricos guetos humanos.
Frente a los emigrantes rechazados, repudiados, e incluso criminalizados sin ningún tipo de información más que la surgida por la manipulación de los discursos políticos y los medios de comunicación, aparecen aquellos seres humanos que no son estigmatizados e incluso su presencia es recibida con entusiasmo por los Estados. Los migrantes dejan de ser simples extranjeros para convertirse en parte de la “colonia” de un país en suelo patrio, cualquiera que sea esa patria, porque México no es un caso singular en esta forma de tratar a esos “otros” extranjeros.
Hoy las divisiones entre los seres humanos no son estamentales, como lo fueron en la Europa que diferenciaba a la nobleza y al clero del resto de la población, el llamado “tercer estado” en Francia. Tampoco se aplican de forma abierta, o al menos legislada, las divisiones coloniales en los territorios que sufrieron la sujeción a una metrópoli imperial. Pero ello no significa que las divisiones racialistas, las discriminaciones sociales y, sobre todo, los repudios por la condición económica hayan desaparecido. Por el contrario, la polarización parece crecer en consonancia con la desigualdad que aumenta en el mundo. Ese territorio habitado por seres humanos que hace pocas décadas todavía se creía que iba a arribar a metas de justicia social impensables en cualquier periodo de la humanidad.
Mientras se está cada vez más cerca de cualquier lugar del planeta; se conocen destinos del orbe sin necesidad de pisarlos y se degustan alimentos hasta hace poco tiempo exóticos para nuestros sentidos, se instalan más barreras para ciertos grupos humanos porque la condición de transfronterizo no la otorga el país de origen, sino la condición económica y social. En próximas entregas se verán algunos ejemplos.
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