La distópica realidad chiapaneca
La literatura considerada distópica tiene un amplio espectro de seguidores; 1984 de George Orwell es probablemente el mejor ejemplo de ello, aunque también hay otros textos igual de cautivadores. La literatura de temas distópicos es atractiva porque contiene una premisa bastante interesante: todos podríamos estar viviendo en una distopía y no saberlo.
Una sociedad distópica es imaginada como lo opuesto a la utopía. Mientras que una utopía es una sociedad lo más perfecta posible, una distopía es una sociedad que es imperfecta o incorrecta. Si el utopismo ofrece una visión de un mundo ideal, la distopía es la pesadilla que tememos que pueda convertirse en realidad.
En Chiapas en las campañas electorales y con políticos ya convertidos en gobierno vemos siempre las promesas de prosperidad y crecimiento económico, junto con mejor seguridad, servicios de salud óptimos y un empleo que garantice buenos ingresos .
Tres años después tratándose de gobiernos municipales y seis si hablamos de gobierno estatal; la realidad nos suena a los chiapanecos como una utopía que salió mal, como algo bueno en el discurso, pero que lastimosamente, todo resultó peor de como estábamos.
La clase política estatal nos vende utopía y lo hace en terreno fértil; en un lugar en donde los pobres quieren por lo menos escuchar que dejarán de serlo, pero los hechos desnudan a una nomenclatura que no sabe de cultura política, solamente busca sus intereses y que no tiene visión, que solo entiende a la administración pública como la “chamba del día a día” y no como la oportunidad de lograr el desarrollo. Sin visión de futuro, nos llevan a la distopía.
Esa falta de visión que la hemos sufrido incontables veces ha tenido un costo intangible: para el chiapaneco modernizarse no significa una oportunidad; significa una amenaza.
La revolución mexicana fue una amenaza para la “familia chiapaneca”. El desarrollo estabilizador, denominado también “milagro mexicano”, una especie utopía nacional, fue otra propuesta para Chiapas con resultados distópicos puesto que terminó en descapitalización del campo. Del neoliberalismo solo nos llegaron los efectos negativos en forma de más pobreza y ensanchamiento de las brechas que nos separa del resto del país. Hay más servicios y manufacturas en el norte y más subsidios en Chiapas.
Incluso en los días actuales, la velocidad del cambio tecnológico y la economía basada en el conocimiento -que son los nuevos motores económicos al impulsar la demanda, la creación de empleo y el crecimiento- representan también una amenaza para el chiapaneco; por ejemplo, la plataforma Uber daría al traste con el negocio de las concesiones al transporte que por supuesto; son de unos cuantos.
Chiapas es el estado que más recursos financieros recibe de la federación y al mismo tiempo, es históricamente el estado más pobre. Tantos recursos y tanta pobreza, sugieren tres situaciones: saqueo del erario público, recursos solo para reducir las tensiones sociales, económicas y políticas pero no resolverlas, y políticas públicas fallidas y, por ende, gobiernos ineficientes.
Con gobiernos ineficientes -que además han sido sucesivos- olvídese entonces de que en Chiapas pueda abatirse la brecha de desarrollo -que debería convertirse en política pública prioritaria- que nos separa de los estados más ricos del país.
El chiapaneco no discute con el gobierno -vía marchas, plantones y secuestro de funcionarios- otros temas que no sean las cuestiones básicas; servicios públicos, infraestructura, salud, escuelas; es decir su prioridad es que el gobierno en turno atienda el rezago.
Esa es una de las realidades chiapanecas; mientras otras regiones del país buscan el desarrollo con más inversiones extranjeras o privadas, con más manufacturas y servicios, nosotros vivimos el rezago como una característica que siempre nos identificará. Nos falta crecimiento económico; pero no solo no crecemos, también tenemos decrecimiento.
Ante el contexto internacional al estado de Chiapas le falta con urgencia dos tipos de políticas públicas: industrial y de servicios. Y además que esas políticas públicas sean efectivas. El problema es que el rezago es también negocio. Se nos vende la idea de la abundancia del recurso presupuestal, pero ¿cuál es la realidad?
El rezago social -en gran parte resultado del rezago político- ha resultado rentable políticamente en Chiapas. Imaginemos lo que podría hacerse en el estado con un presupuesto que año con año se repite: “es el mayor en la historia del estado”. En realidad, el presupuesto estatal aumenta a precios corrientes, es decir, solo nominalmente.
Comparemos también las deudas estatales. ¿Serán de 15 mil, 19 mil o 30 mil millones de pesos? El presupuesto del 2020 habla de mil millones de pesos para el pago de la deuda. Esa cantidad sugiere que el estado solo podrá pagar los intereses de la deuda y lo más probable es que esos pagos los realice con enorme dificultad.
¿Cuándo saldremos de las deudas? ¿Hay autonomía financiera estatal? No parece en este sexenio veamos la luz al final del túnel en materia de endeudamiento.
En realidad, con el presupuesto estatal financiamos a Santander Serfin, Banamex y todo el sistema de pagos nacional, quienes otorgaron al gobierno del estado numerosos recursos vía préstamos durante los dos sexenios anteriores.
Es lo ideal tener el mayor presupuesto social nacional. Lo que nos lleva a la distopía es que esos recursos no han sido eficientes para reducir la pobreza y las desigualdades.
Es lo ideal tener recursos naturales, es distópico que seamos pobres porque lo seguiremos siendo a pesar de la riqueza natural ya que tenemos una clase política que no tiene visión de futuro.
Distópico también es la tolerancia ciudadana al gobierno estatal porque las actividades económicas dependen del ejercicio gubernamental.
Esas son las realidades de Chiapas. La dificultad para ser un estado que con viabilidad futura, tenga el gobierno el perfil político que sea.
Twitter: @GerardoCoutino
Correo: geracouti@hotmail.com
No comments yet.