G. Caín, Guillermo Cabrera Infante, III
Casa de citas/ 469
G. Caín, Guillermo Cabrera Infante
(Tercera de tres partes)
Héctor Cortés Mandujano
Textos varios, la última parte de este enorme volumen, contiene libros y textos dispersos. En “Include me Out” dice (p. 974): “Paraguay y Uruguay, como un verso de Lorca, riman en ay, pero ahí termina toda relación”.
Pirro, general griego, tuvo una victoria donde perdió a muchos de sus hombres. En “El presentador presentado” habla GCI de (p. 997) “una victoria pírrica” y luego dice algo que me llamó la atención: “Pirro es uno de los nombres del pene fláccido en Cuba”. Qué cultos. Habla después de la heroína de un libro y apunta: “Las mujeres pueden ser una droga”.
En “Cómo escribir sobre un trapecio sin red” dice que él ha escrito sin libros sentado (p. 999): “Víctor Hugo y Hemingway, por ejemplo, escribían de pie por las mismas razones: almorranas”.
El último texto del libro es “Memoria plural: entrevista con Danubio Torres Fierro” y allí declara GCI (p. 1084): “Desde entonces me ha preocupado la relación escritor-lector y aunque creo que el mejor lector que tengo soy yo mismo, pienso mucho en los lectores, aunque no lo parezca”.
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¿Las malas palabras serán mágicas?
GCI,
en Tres tristes tigres
Tres tristes tigres, de GCI, se publicó originalmente en España en 1967, pero fue una edición censurada, podada de todo aquello que pudiera ser o sonar obsceno. Mi ejemplar (Biblioteca Ayacucho, 1990) es una edición revisada por el autor y presentada como homenaje al libro sin censuras y, por supuesto, a Cabrera Infante.
En su prólogo, que llamó “Lo que este libro debe al censor”, GCI cuenta, fuera de lo dicho, una aventura erótica que tuvo en un tren (XXII): “Hicimos cosas que no estaban en mi manuscrito, que no estarían en mi libro, por el vaivén del tren. Según Borges, en su elogio de la censura, no es obsceno el acto sino el relato. No diré nada”.
Tres tristes tigres no es precisamente una novela, sino, como ha dicho el autor de los suyos, sólo un libro. No es una novela usual, porque no se detiene a contar con claridad una historia sino muchas y éstas no siempre están enlazadas ni responden a la lógica de progresión, y se apartan en cualquier momento de lo que están contando y comienzan a contar otra cosa.
Hay, sin embargo, lo que podríamos llamar mujeres o nombres femeninos (Cuba Venegas, Estrella Rodríguez, Vivian Smith-Corona) y entes masculinos (Bustrófedon, Arsenio Cué, Silvestre). Y hay capítulos de especificidades circulares. “Ella cantaba boleros”, dedicado a Estrella, el más obvio, podría fácilmente desprenderse de este todo y ser en sí mismo una narración autónoma (de hecho, se ha publicado como texto autónomo y yo ya lo comenté como tal en otra Casa de citas); también hay en el libro las historias de una mujer que cuenta a varios psiquiatras lo que sale de sus laberintos mentales; “Los visitantes” (muestra de cómo cambian los puntos de vista y cómo se puede corregir un texto) es también un apartado que podría salir del libro sin que se resintiera ninguna narración, lo mismo que el denominado “La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos, años después -o antes”, que son textos paródicos. Hay una página escrita al derecho (p. 200) y luego al revés (p. 201), pero este desentenderse de las “reglas” de la novela es lo que hace a este libro un bicho raro y delicioso.
Dice GCI que el libro está escrito en cubano y por eso me llamó la atención encontrar una palabra que también en Villaflores se usa como sinónimo de viceversa. Cuenta una mujer de fugaz aparición (p. 33): “Mientras má tenga de una cosa meno tengo de la otra. Y a la visconversa”.
“Ella cantaba boleros” está contado por un narrador anónimo (que hasta la página 326, por sus siglas, GCI, descubrimos que se trata del autor). Habla una mujer, censurando a los periodistas que escriben sobre las chicas encueradas que aparecen en las revistas para caballeros (p. 46): “Deben tener un almacén de mierda en el cerebro para poder decir tantas cosas”.
Estrella Rodríguez es una negra impresionante, muy gorda, que canta boleros, sólo boleros sin acompañamiento musical, en un bar (muchas escenas del libro transcurren en bares, cabarets, cantinas, lupanares). Se burlan de ella (p. 48): “Es la caguama que canta, la única tortuga que canta boleros. […] Es la prima de Moby Dick, La Ballena Negra”; en la página 90 se refiere a ella el narrador. Dice que fue a buscar “a esa sirena que encarnó en un manatí, a Godzilla que canta en la ducha oceánica, a mi Nat King Kong”.
En las páginas 204 y 205 escribe, entre otras listas, la de nombres reales indecibles en ciertos países. Los tres que pongo de ejemplo darían pie, en nuestro país, a albures directos: “Felo Bergaza (en México), Cuca Valiente (en Venezuela), Concha Espina (en Uruguay)”.
El narrador habla de Cuba Venegas y la relaciona con otra cantante famosa (Olga Gillot) de la que ironiza su apellido (c. 208): “Cuba me recuerda a Olga Guillotina”.
El libro es, por supuesto, una colección de juegos verbales (p. 233): “Bustrófedon me llamaría Prosopopeye el Marino”; hablan de un bar llamado La Odisea (p. 241): “Y el dueño Homero. ¿Por qué no Bar Laeneida?”, dice uno y contesta el otro: “Te vas a sorprender, pero el bar se llama Laodicea y es el apellido del dueño, Juan. Juan Laodicea”. En la página 258 propone también “Arist-hóteles”.
Platican sobre una (p. 250) “guaracha Bien bien bien”, y la página completa sólo tiene esa palabra. Ortega y Gasset dijo “Yo soy yo y mi circunstancia” y (p. 252): “Un hebreo diría, le dije, yo soy yo y mi circuncisión”.
Propone una revolución de refranes y modifica varios. Éste me encantó (p. 259): “Crimen, cuantas libertades se comenten en tu nombre”, luego (p. 271): “Hay quien ve la paja en el ojo del culo ajeno y no ve la verga en el propio. En el país de los tuertos el ciego es rey”, también (p. 293): “No dejes para mañana lo que puedas gozar hoy” y (p. 316): “Cada vez que oigo la palabra pistola, echo mano a mi libro”.
No sé si sea cierto esto, pero me gustó mucho (pp. 266-267): “¿Tú sabes cómo hacen el amor los halcones? Se abrazan a una altura vertiginosa y se dejan caer pico contra pico, en un vuelo en picada, presas de un éxtasis intolerable. […] El halcón, después del abrazo, se eleva rápido, soberbio y solitario”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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