Comunicar a través de la violencia contra las mujeres
Mientras la geopolítica dirime los acontecimientos y pugnas entre Estados para dominar el mundo, el vivir ciudadano se debate en muchos otros conflictos. Aquellos que parecen ajenos a la “alta” política, pero que son los que definen nuestra cotidianidad. Dentro de ellos se encuentra la escalada de violencia que afecta desde hace varios lustros a México. Con distinta intensidad, todos sus estados y municipios están afectados por intensas agresiones que no distinguen entre sexo y estrato social. Violencia convertida en habitual y, por ello, casi asumida como inexorable destino e imposible de erradicar para gran parte de los mexicanos, al menos si se toman en cuenta las conversaciones de la plaza pública.
Dentro de ese cúmulo de acontecimientos de distinto origen y que ponen en peligro la vida humana, sobresalen los que afectan a las mujeres y que, no siempre, están relacionados con lo que se denomina crimen organizado. Las muertes o las agresiones de distinto nivel son recurrentes y no parecen remitir, a pesar de campañas y denuncias efectuadas por la sociedad civil y desde la administración pública.
Durante la primera quincena del presente año el Observatorio Feminista contra la Violencia, según información ofrecida por este mismo medio de comunicación, ya registró que se habían producido 11 muertes violentas de mujeres. El conteo produce congoja: “6 feminicidios, 1 posible feminicidio, 2 suicidios sospechosos, 2 homicidios culposos y un feminicidio en grado de tentativa. Además, de la desaparición de 5 menores de edad y 4 mujeres”.
En lo personal ya escribí sobre el tema del feminicidio en estas mismas páginas, y no insistiré sobre ello, pero la conceptualización del suceso no debería ser el problema para llevar a cabo la investigación de muertes y desapariciones. La mayor atención a estos hechos, por parte de organizaciones sociales, y se espera de las instancias gubernamentales, ilustra un tema enquistado en el tiempo pese a las Alertas de Violencia de Género que se declaran en municipios de Chiapas.
Un buen número de análisis hace tiempo que se llevan a cabo para dirimir los motivos de los asesinatos, pero lo que resulta evidente, como en todo hecho social, es que no se pueden concretar en una sola causa. Tampoco afirmar la multicausalidad de los ataques a mujeres solventa el hecho ni aporta soluciones, pero amplía las posibilidades para su discernimiento.
Dicho lo anterior, no creo que nadie ponga en duda que existen ingredientes vinculados al poder, al dominio, de unos seres humanos sobre otros en esos crímenes; elementos que rodean muchas expresiones de violencia. En ese sentido, hay una tradición cultural de largo aliento histórico, que sustenta esas actitudes de dominio. Si esto es cierto, y está profusamente estudiado, tampoco deben dejarse de lado las múltiples expresiones culturales que en la actualidad reafirman la condición de objeto de la mujer, como se demuestra, por solo citar un ejemplo, en la música producida en el país y en el extranjero, con impacto directo sobre las jóvenes generaciones.
No solo hay que culpar al pasado. Los productos culturales son resultado de momentos históricos determinados, por supuesto, y no tienen una única dirección y significado, como ocurre con las reivindicaciones y disposiciones políticas, diversas como lo es la sociedad y sus gentes. Frente a los visibles impulsos hacia la igualdad de derechos para las mujeres se producen, también, otros que remarcan la condición de mercancía de los cuerpos humanos. Si la obtención de derechos políticos e igualdad social para las mujeres es visible en muchos países del mundo, también lo es la reacción radical que parece regresar a discursos y prácticas ultramontanas, y donde lo que entorna a las mujeres se observa como causante de todos los problemas de la sociedad. Véanse los casos de Brasil y España, nítidos ejemplos de ese rechazo expresado en discursos y desplegado en los votos de la ciudadanía. Situaciones vividas en paralelo en el mundo y que recuerdan, no necesariamente con satisfacción, que los cambios no se producen con la tranquilidad deseada, además de que las reacciones no siempre tienen el camino de la civilidad. En esas circunstancias emerge la violencia como expresión negativa de la comunicación. El reverso del diálogo y demostración de una incomprensión impotente convertida en agresión mortal.
Habrá que remar mucho para hacer inteligibles los muchos elementos que se entrecruzan en esa violencia, pero más todavía será el esfuerzo para encontrar los mecanismos necesarios para transformar y, sobre todo, conceptuar tal forma de comunicarse, de expresarse en la agresión. Habrá que leerla bien, en especial porque lo hasta ahora hecho para erradicar esta violencia contra las mujeres no está logrando sus objetivos. Esfuerzo urgente dado el crecimiento de muertes; un hecho infame para cualquier sociedad.
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