Clamor de piedras
Casa de citas/ 470
Clamor de piedras
Héctor Cortés Mandujano
En Historia General del Arte Mexicano. Época Prehispánica, tomo I (Editorial Hermes, 1981), de Raúl F. Guerrero, un libro de pequeño formato, con muchas reproducciones fotográficas y pictóricas, hallé varias ideas que me llamaron la atención y que comparto contigo lector, lectora.
Las culturas antiguas lejanas tenían, quién sabe cómo, varios puntos de contacto. Sobre la cultura olmeca, Guerrero menciona un hecho que asemeja a los habitantes de estas tierras con los griegos, en el sentido de suponer que de animales (dioses transformados) y humanos nazca una nueva raza. La idea se basa en (p. 44): “esculturas halladas en Potrero Nuevo y en río Chiquito en las que se representa el coito de un jaguar y una mujer, tendida de espaldas. Tal vez en estas esculturas –desgraciadamente incompletas– resida el misterio de la religión de los pueblos olmecas. Puede pensarse en un dios jaguar que ha creado una raza de titanes (los olmecas) al unirse, como el dios Zeus griego, con una mujer terrenal”.
Es curioso cómo se pueden afirmar cuestiones pasadas no verificables; por ejemplo, dice Guerrero (p. 109): “Entre los aztecas se pellizcaba a los niños en las procesiones, antes de sacrificarlos, porque su llanto atraía la lluvia”.
Del tomo II, comparto estas ideas. Mixtecos significa, dice Guerrero (p. 233), “Los habitantes del país de las nubes” y Xochicalco significa lo mismo que el título de una serie popular de Manolo Caro (p. 247) “en la casa de las flores”.
En Yucatán casi no llueve y por eso (p. 371) “en el arte clásico maya de Yucatán la angustia común por la carencia de agua se tradujo en una obsesionante insistencia de la imagen del dios del agua, Chac, en todos los edificios religiosos”; dice páginas adelante, poéticamente (p. 375): “La dramática sed de este pueblo hizo de la arquitectura un clamor desesperado de piedras labradas”.
***
¿La curiosidad es una linterna o una llave?
David Mitchell,
en El atlas de las nubes
Todavía tengo libros rayados por la manita de mi hija cuando era una bebé; después, mi nieto Jacobo, que ahora tiene siete años, usó muchos para hacer casas y castillos, y también para que le sirvieran de escalones para alcanzar algo que su estatura no le permitía; ahora, Camilo, mi nuevo y maravilloso nieto de ocho meses (esos tiene cuando escribo esta nota), mientras está conmigo toma el ejemplar que leo –El atlas de las nubes (Océano-Duomo Nefelibata, 2012), de David Mitchell– y lo recorre, lo avienta, lo cuelga de la portada y la contraportada, y de las cejas, y el ejemplar no se descompone; logra arrancarle la portadilla final. Le encanta este libro y los tres días que me lleva leerlo es, al mismo tiempo que mi placer, su juguete.
Aunque me parece que, en esta novela de Mitchell, no todas las historias que suceden en lugares y tiempos distintos se logran ensamblar, por lo menos se tocan. Me gustó mucho el humor y el conocimiento técnico con que El atlas de las nubes está escrita (el humor, por cierto, no pasó a la versión cinematográfica, Cloud Atlas, debida a la mano de Lana Wachowski, Tom Tykwer y Andy Wachowski).
En nuestras comunidades indígenas, es normal que un hombre que pretenda casarse con una mujer ofrezca animales como regalo a los padres. De los mariori, tribu que es muy importante en la trama de El atlas…, se cuenta (p. 40): “Para pedir la mano de una mujer, sirva como ejemplo, el pretendiente tenía que bucear hasta el fondo del mar y salir a la superficie con una langosta en cada mano y otra en la boca”.
Hacerse de la vista gorda tiene una expresión elegante aquí (p. 121): “Como dice Grimaldi, toda conciencia tiene un interruptor escondido en alguna parte”.
Timothy Cavendish, uno de los personajes, editor, vuelto rico por el giro inesperado que uno de sus escritores da a su vida (mata a un crítico, arrojándolo por los aires desde un edificio) no habla bien de los libros (p. 199): “Las autobiografías ya de por sí son infumables, ¡pero anda que las novelitas! Héroe emprende viaje, forastero llega a la ciudad, alguien persigue algo, lo consigue o no lo consigue, conflicto entre voluntades opuestas. ‘Admiradme, porque soy una metáfora’ ”.
Sonmi-451 es en su tiempo un robot, luego se vuelve una deidad. Dice en la larga entrevista que se dosifica en las páginas de esta novela algo que, creo, no hay que olvidar (p. 251): “Somos lo que sabemos”. Me gustó la referencia sutil a Borges en los libros que este robot lee. Se refiere, obviamente, a “Funes, el memorioso”, que aquí deviene autor. Sonmi-451 dice haber leído un libro imposible (p. 264): “Recuerdos, de Irineo Funes”.
La novela mezcla un diario, una película, una entrevista, una serie de cartas donde personajes que no siempre corresponden al mismo género sexual ni a la misma época son parte de lo mismo, del universo que está interconectado, del mapa, del atlas de las nubes al que todos pertenecemos (p. 362): “Las almas surcan los cielos del tiempo, decía la Abadesa, como las nubes surcan los cielos del mundo”; (p. 369): “¿Quién sabe de dónde vienen las nubes y dónde estará el alma mañana?”.
Sonmi-451 dice (p. 393): “Los consumidores no pueden vivir sin publicidad ni sin 3D, pero los seres humanos sí que pueden: lo hicieron durante siglos”.
Los planetas se hallan en nuestro cuerpo. Así tenemos el plexo solar y el monte de Venus, por ejemplo, pero, dice Cavendish, (p. 421), “el órgano de Saturno es la vejiga”. Él también dice (p. 450): “Maldita sea, cuando tus padres mueren se van a vivir contigo”.
Robert Frobisher, músico, compone el sexteto Atlas de las nubes, y son suyas muchas cartas que forman parte de esta novela; en una escribe (pp. 522-523): “La voluntad de poder está presente en las alcobas, en las cocinas, en las fábricas, en los sindicatos y en las fronteras de los Estados. Escúchame bien y grábatelo. El estado-nación no es más que la naturaleza humana inflada hasta proporciones monstruosas. Lo cual demuestra que las naciones son entidades cuyas leyes vienen dictadas por la violencia. Siempre fue así y siempre lo será”.
Tiene frases breves, que dan en el blanco justo (p. 524): “El artista vive en dos mundos”; (p. 536): “La reputación es la reina de la esfera pública no de la privada”, y (p. 598): “¿Qué es el océano sino una multitud de gotas?”.
Contacto: hectorcortesm@gmail.com
Sin comentarios aún.