El corazón con zumo de naranja
Casa de citas/ 466
El corazón con zumo de naranja
Héctor Cortés Mandujano
En uno de mis sueños, una voz me recomienda que averigüe sobre la vida de Quincy Jones, que lea un libro sobre los árboles y que recuerde lo que pasó en mi vida en 1981 y en 1983. Suelo hacer caso a mis sueños, así que veo el documental Quincy (producido por Netflix en 2018 y dirigido por Rashida Jones, su hija, y Alan Hicks). Quincy ha ganado como músico, arreglista y productor todos los premios posibles; es el artífice del disco y el single más vendidos de la historia: Thriller, de Michael Jackson, y We are the Worl, respectivamente.
Trato de encontrar conexiones que me sirvan o que hagan lógica la sugerencia de mi sueño. Encuentro varias: es piscis, como yo; no vivió con su madre en la infancia (como yo), porque la llevaron a un psiquiátrico; fue, como yo, muy mujeriego (se supone que dejó de serlo, como yo); está convencido, como yo, de que no hay que anclarse al pasado, porque ese es el modo de echar a perder el presente y el futuro, y a sus 82 años descubre, y con eso cierra su documental, que lo que va a prevalecer es Dios, la luz. Y con eso también estoy de acuerdo.
(Tal vez luego hable de 1981 y 1983. Seguro ya conté del libro sobre árboles.)
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Leo, regalo de mi amigo Sarelly Martínez, Primer viaje alrededor del mundo (Promo Libro, 2003), de Antonio Pigafetta, un libro bello, una edición crítica de Leoncio Cabrero Fernández.
El viaje se realizó de septiembre de 1519 a septiembre de 1522, partió de y volvió a España, y Pigafetta se subió al barco –comandado en un principio por Fernando de Magallanes (a quien matan en una de las tantas batallas contra los naturales) y luego por Juan Sebastián Elcano– para escribir sobre todo aquello que veía y le asombraba.
Dice, por ejemplo, en la página 53: “Vi muchas clases de pájaros, entre los cuales uno que no tenía culo” (al pie de página el editor puntualiza que “cuando dice culo, lo que quiso señalar es que no tenía cola”).
Los marineros comían de todo (p. 64): “Y zampábanse las ratas sin hacerles ascos ni a la piel”. Comían también tiras de cuero de buey (p. 70): “Poniéndolas al remojo del mar cuatro o cinco días y después un poco sobre las brasas, se comían no mal; mejor que el serrín, que tampoco despreciábamos”.
Tiene muchos apuntes sobre el sexo, sin ninguna censura. Habla de la práctica masculina de varios pueblos (p. 101): “Grandes y pequeños se han hecho traspasar el pene cerca de la cabeza y de lado al lado, con una barrita de oro o bien de estaño, del espesor de las plumas de oca y en cada remate de esa barra tienen unos como una estrella, con pinchos en la parte de arriba; otros, como una cabeza de clavo de carro. […] Admiten ellos que sus mujeres lo desean así y que, de lo contrario, nada les permitirían”.
Que aquí haya tanto sexo y en otras crónicas no, dice Leoncio Cabrero, se debe a que casi no hubo cronistas civiles, como Pigafetta; la mayoría eran misioneros.
Matan a Magallanes el sábado 27 de abril de 1521. Le dan un lanzazo cerca del codo y luego casi le rebanan la pierna izquierda. Cae (p. 105): “Llovieron sobre él, al punto, las lanzas de hierro y de caña, los terciarazos también, hasta que nuestro espejo, nuestra luz, nuestro reconforto y nuestra guía inimitable cayó muerto”.
Los hombres de Baluan y Calaghan son unos chefs (p. 122): “Se comen el corazón de sus enemigos, crudo y con zumo de naranja o de limón”.
Los jóvenes de Java, para enamorar muchachas, se atan campanillas entre miembro y prepucio y lo agitan para que ellas lo escuchen y bajen a tener sesiones sexuales (p. 149) “siempre con las campanillas, porque a sus mujeres les causa gran placer escucharlas cómo les resuenan dentro de sí”.
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Secuestrado, novela de Robert Louis Stevenson, cuenta, según el propio autor (p. 7), “las aventuras de David Balfour ocurridas en el año 1751” (mi ejemplar está editado por Conaculta-Editorial Losada, en 2014).
En su dedicatoria, Stevenson, que publicó el libro en 1886, más de cien años después de lo narrado, sabe que no puede dar la suya como verdad histórica. Lo dice muy bonito (p. 9): “Hay huesos que mi destreza no está en condiciones de roer”.
Balfour es engañado por el tío malvado que, para quedarse con su propiedad, lo entrega al capitán de un barco que lo venderá como esclavo.
El barco se hunde y David termina casi ahogándose en mar abierto. Aquí la traducción no considera que lo puedan leer en Villaflores o Chiapa de Corzo y dice Balfour con candidez (p. 115): “Al fin me encontré agarrado a una verga”, es decir, a uno de los mástiles.
Tiene que huir con Alan Breck, un amigo que hace en el barco, por la implicación que ambos tienen en un asesinato. David se enferma. La descripción es de compartirse (p. 200): “Flotaba en el aire como una telaraña; la tierra me parecía una nube, las montañas un montón de plumas, el aire una suerte de corriente o las aguas de un arroyo que me arrastraban a su antojo”.
Cuando llegué a la página 225 me hallé con un nombre, que me hizo recordar un grupo español de rock. Mi hija revisó en su cel y sí, resultó que Duncan Dhu tomó de aquí el nombre con el que se hicieron más o menos famosos (sólo me acuerdo de “En algún lugar”, como canción exitosa). Dice David Balfour en la pluma de Stevenson: “Duncan Dhu (tal era el nombre del dueño de casa) tenía un par de gaitas y adoraba la música, el tiempo que duró mi convalecencia fue un verdadero festival en el que la noche solía convertirse en día”.
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Gozo con ver y leer el libro de gran formato Las revoluciones y los elementos (Fondo de Cultura Económica, 2011), del gran pintor y muralista ruso Vlady (Vladimir Kibalchich Russakova), con el subtítulo en portadilla que dice “Monólogos, zozobras, provocaciones y obsesiones del maestro Vlady en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público”.
El libro es una muestra generosa de este trabajo mural (fotos a colores, plan detallado de la obra, poster general), con comentarios de Vlady y un ensayo de Leonardo da Jandra. Comparto esta idea de Vlady (p. 51): “ ‘El corazón de un hombre de Estado está en la cabeza’, dice Napoleón. ‘La cabeza del artista está en el corazón’. ¿Quién tiene razón? Los dos”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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