Días grises, ávidos de apapachos que acompañan
Esa mañana de invierno era fría, el viento había soplado fuertemente la noche anterior, tanto que parecía como una premonición de que algo pasaría. Eso sentía Rosaura, hizo memoria a lo que, de niña, escuchaba en las pláticas familiares, cuando las abuelitas contaban de señales que eran especie de presagios.
El sol alumbraba levemente, Rosaura había terminado de desayunar, observaba el movimiento de las hojas al compás del viento, a lo lejos se escuchaba el canto de gallos y de vez en cuando el trinar de pájaros. En esa fase contemplativa estaba cuando se enteró que el papá de Carolina, una de sus mejores amigas había fallecido.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, su corazón se estremeció, se resistía a creer la noticia. Vino a su mente ese cúmulo de recuerdos donde la vida se hace presente en sus diversas facetas. Las historias vividas con sus seres amados, los instantes que parecen eternos y que son llenos de vida, de gratos momentos, instantes felices, esos que son difíciles de dejar ir cuando una persona parte del mundo terrenal.
Vinieron las imágenes de las experiencias compartidas con Carolina, no solo era su amiga, era como una hermana. Rosaura había vivido con ella momentos difíciles y alegres, el tiempo y la distancia que las separaba no eran impedimento para saber que ambas podían contar con el apoyo mutuo, en los buenos y en los malos momentos.
Sabía que el corazón de Carolina estaba muy triste, pero ahí estarían todos quienes la amaban para hacerle saber que no estaba sola, ni ella ni su familia. La muerte, causaba mucho dolor y era un tránsito a otro mundo, así lo concebían desde sus creencias Carolina y Rosaura.
El sol se fue ocultando y dio paso a un cielo nublado, grisáceo, aún siendo de mañana. Rosaura continuaba con nudos en la garganta, esa tarde sería triste, los funerales solían recordarle ese tema inevitable de la pérdida física de un ser amado. No había palabras para expresar ese sentir, pero el acompañamiento desde el corazón era una manera.
Sintió que ese día de invierno era como esos días grises, ávidos de apapachos que acompañan… observó el cielo, unos destellos del sol se asomaban nuevamente, le recordaron que la vida sigue su paso, aún entre días grises y nublados.
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