Agustín Baraibar Constantino, un amigo que se va
El sábado 18 de enero busqué en Google alguna nota referida a la partida de este mundo de Agustín Baraibar Constantino, y no la encontré. Esas notas aparecerán en los próximos días, no lo dudo, puesto que desde que lo conocí encontré en él a una persona comprometida con su entorno, preocupada por mejorar el Chiapas en el que nació y, además, entusiasmado por el crecimiento de su familia y de los amigos que lo hacían ser y disfrutar. Aquellos a los que sorprendía con fiestas que explicaba con una fruición infantil, como no podía ser de otra manera cuando hay que darle gusto al gusto.
Roger Esponda me lo presentó hace varios lustros por motivos muy prácticos, aquellos relacionados con sus estudios de ingeniería. Lo práctico no impidió encontrar algunos nexos en común, en un principio vinculados a personas y lugares cercanos a su Yajalón natal. Además de ello, Agustín tenía la inquietud por conocer. Gracias a pláticas informales, en desayunos y botaneadas, le compartí mis pocas competencias sobre el estado que tanto le interrogaba y dolía. Interrogantes dirigidos a escudriñar sobre su pasado y sus gentes; dolor por quererlo ver en una mejor condición, en un deseable camino que lo llevara a ocupar el lugar que debía en el México del que se sentía orgulloso.
De sus inquietudes, donde la preocupación por el desarrollo de sus hijos era fundamental, nacieron las conversaciones más personales de su vida y formación; siempre con visión de futuro. Mirada comprometida con su entorno, como no podía ser otra manera, para una persona que se construyó con una mirada religiosa del mundo. Una religiosidad no falsaria, sino la que está conectada con el don antropológico, aquel que incluye en la virtud del dar la equidad de la correspondencia. Lejos de la tan común hipocresía ese don era una reciprocidad precisa, concreta.
Durante el último mes de diciembre nos vimos dos veces. Como siempre la plática fue fluida y tuve que cortarla, en el primer encuentro, por tener que atender cuestiones laborales. La satisfacción por los logros de sus hijos y el compromiso por mejorar su sociedad, ahora representada por Tuxtla Gutiérrez, lo llevaron a contarme proyectos para el desarrollo de la ciudad y en beneficio de sus ciudadanos. Futuras mejoras de la capital del estado se mezclaron con anhelados viajes, en definitiva, con proyectos siempre. Mis deudas con él se concretaron en el siguiente encuentro, unos libros de autoría que no le había entregado y que pude hacerlo entonces, incluso uno repetido para su hija profesora de arte. Creo que ya no llegó a leerlos. Él no se perdió demasiado, yo perdí un lector.
No pude asistir a las ceremonias religiosas que se celebraron en San Cristóbal de Las Casas y en Tuxtla Gutiérrez, tampoco soy un devoto de las mismas. Quien sí pudo hacerlo fue el amigo mutuo Jesús Morales Bermúdez, quien además de contarme la sobriedad de la misa en la ciudad alteña, me recordó esa máxima latina atribuida a Tomás de Kempis, en su Imitación de Cristo: sic transit gloria mundi. Advertencia, y recordatorio, de la caducidad de la vida. Efectivamente, somos pasajeros en este caminar mundano. Familiares y amigos se nos van, como nosotros nos iremos. Hoy recuerdo a ese lector perdido, a un buen hombre, a un amigo que emprendió el definitivo viaje.
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