Ser o no ser golpe de Estado en Bolivia o la sombra de la doctrina Monroe
Desde hace semanas se debate sobre si la caída de Evo Morales de la Presidencia de la República de Bolivia, y su partida hacia el asilo político en México, es o no un golpe de estado. No cabe duda que las opiniones varían dependiendo del posicionamiento político de las personas que se manifiestan; decir postura ideológica hoy por hoy sería una entelequia cuando se está rodeado de ejercicios gubernamentales cada vez más pragmáticos y ajenos a programas conformados por ideas de largo aliento histórico.
No entraré en el mencionado debate porque tendría poca significación al constituirse en una opinión más, posicionada en la creencia de la legitimidad del mandatario Evo Morales, aunque llevara demasiados años en el gobierno y con serias dudas sobre el desarrollo y conteo de las últimas elecciones en Bolivia. Unos comicios celebrados el pasado 20 de octubre y que fueron puestos en duda por sus diversas irregularidades. Afirmación contraria a la que diría que la nueva Presidenta interina del país sudamericano, Jeanine Áñez, tiene toda la legitimidad de ocupar ese lugar por luchar contra el autoritarismo de su predecesor, además de recibir respaldos de entidades políticas como lo es la Unión Europea.
En definitiva, un prolongado juego de tenis donde las opiniones son pelotas que van de un costado a otro de la pista sin posibilidad de entendimiento. Pero lo anterior no puede negar la inestabilidad vivida en lo político, y también en las calles de Bolivia, y que ha coincidido con similares circunstancias existentes en otros Estados de la región, sacudidos por las protestas callejeras y donde, por desgracia, las muertes se han hecho presentes entre la población civil. Criticar la pérdida de vidas humanas, a manos casi siempre de las fuerzas policiales que deberían defender a la ciudadanía, no impide ver las dificultades a la hora de construir gobiernos estables y con estructuras realmente democráticas en América Latina. Nada extraño, tampoco, puesto que las llamadas democracias consolidadas muestran deficiencias cada vez más visibles.
Sin embargo, en América Latina las condiciones históricas, que remiten al pasado colonialismo, son un lastre, aunque con certeza el real problema debe buscarse en la geopolítica que, aprovechando la situación geográfica donde se ubica la mayor potencia del mundo, ha desplegado un indudable intervencionismo en la región. No en vano la “Doctrina Monroe”, conformada desde el primer cuarto del siglo XIX, y pensada inicialmente para responder a las intervenciones europeas en el continente americano, se ha prolongado con distintos motivos, abiertamente expuestos o simulados, en muchos países desde que viera su nacimiento.
Forma de actuar que ha propiciado la dependencia de muchos gobiernos al gigante del norte, o han caído en autocensuras para no molestar las directrices políticas dictadas desde Washington. La aparición de documentos históricos ha refrendado la certeza de ese intervencionismo militar y político de Estados Unidos y hoy en día tal intromisión, de la mano del presidente Donald Trump y su administración, se ha convertido en una actuación abiertamente expuesta. Y no hay mejor ejemplo que el representado el día de Acción de Gracias por el presidente estadounidense cuando, sorpresivamente, visitó a las tropas de su país desplegadas en Afganistán. En su discurso afirmó, sin rubor, que lo que les interesaba era el petróleo de la región.
Así, sin ningún tipo de tapujos el mandatario de Estados Unidos asentó lo que se intuía y se sabía desde hace decenios, y que se ha escondido bajo el manto de la defensa de los derechos humanos en el mundo, y no es otra cosa que el interés por los recursos naturales que faciliten al imperio contemporáneo mantenerse como tal. Donald Trump no tiene empacho en afirmar lo conocido y esa misma lógica es la que debe aplicarse para comprender lo ocurrido en Bolivia porque sin la anuencia de Washington no se hubiera producido la caída de Evo Morales, ni la salida del ejército a la calle. Ello no impide, ni debe hacerlo, efectuar análisis desde la perspectiva interna de los Estados, por supuesto, pero hoy más que nunca la lucha geopolítica de los gigantes del mundo se está desplegando en escenarios paralelos de todos los continentes.
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