Los políticos no leen libros

Casa de citas/ 461

Los políticos no leen libros

Héctor Cortés Mandujano

Leo La otra raza cósmica (Almadía, 2010), de José Vasconcelos. En su nota, el traductor Heriberto Yépez explica que se halló con el volumen (p. 19) “Aspects of Mexican Civilization  –editado por la Universidad de Chicago– que contiene tres conferencias impartidas por Vasconcelos en el verano de 1926, como parte del tercer ciclo lectivo de la Harris Foundation”. Las tres conferencias constituyen el libro, que también Yépez rebautizó (el título general de las conferencias es “The Latin American Basis of Mexican Civilization”).

En la primera conferencia, Vasconcelos plantea, entre otras, esta idea (p. 68): “La belleza física está cercanamente relacionada con la serenidad y la paz mental. En otras palabras, una raza de esclavos no puede ser bella porque el trabajo duro y la miseria tienden a dejar su impronta en el cuerpo”. Y más (pp. 68-69): “Donde no hay reposo alguno, el cuerpo humano se acerca a las bestias. El ocio y la riqueza desarrollan belleza en cualquier estirpe racial”.

En la tercera conferencia dice (p. 128): “Hubo un tiempo en que el vestuario europeo no era permitido en el territorio zapatista; y por eso mexicanos de piel española que se unieron a los ejércitos de Zapata tenían que adoptar el vestido y las maneras de los indios, en cierto modo tenían que indianizarse antes de ser aceptados”.

Por último, un consejo (p. 138): “Trae a la vida social práctica un poco de la ley del júbilo en lugar de las ciegas y duras leyes de la necesidad y el deber, y transformarás al mundo”.

 

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He leído a Bertolt Brecht en todos los géneros que practicó brillantemente. Leo ahora Los negocios del señor Julio César (Seix Barral, 1985), una novela cuyo título desvela el contenido: una biografía a partir de charlas con Spicer y de los diarios de Rarus, uno de sus esclavos devenido secretario. Se supone que Brecht no la terminó; que la escribía, en 1956, cuando murió.

Spicer es un negociante. El presunto biógrafo de Julio César habla con él, le entrega sus cartas de presentación y ve cómo Spicer las examina (p. 6): “Los financistas leen más a fondo que los amantes de las letras. Ellos saben muy bien los inconvenientes que pueden surgir de una lectura apresurada”.

Dice Rarus en sus diarios algo que los políticos de México y de Chiapas, en especial, se han tomado a pecho (p. 110): “Los políticos verdaderos no leen libros”.

El biógrafo, en una conversación con Spice, dice a propósito de lo antiguo y el arte (p. 170): “No todo lo que presenta superficie recibe pátina…; y el arte es pátina, ¿no es así? Tomemos por ejemplo una silla etrusca: es un objeto eminentemente útil. Después de cuatro generaciones adquiere valor artístico. ‘¡Qué madera!’ ”.

 

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Foto: Mario Robles

Leo el volumen siete de las obras completas de Sigmund Freud, Ensayos 98 al 144 (Biblioteca Nueva, 1997), que en letra pequeña y apretada consigna una multitud de ensayos e ideas, cuya numeración de páginas corresponde a la progresión que arrancó con el volumen uno.

Dice Freud en “Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica” (p. 2414): “Junto a la necesidad, es el amor el gran educador”.

En “Un paralelo mitológico a una imagen obsesiva plástica” habla de cómo se puede reducir a una persona a un solo órgano: “Es todo corazón”, “Es un cerebrito”, etcétera; (p. 2429): “…Otras representaciones que sustituyen, con intención peyorativa, la totalidad de una persona por un único órgano (los genitales, por ejemplo), y evoca también ciertas fantasías inconscientes que conducen a la identificación de los genitales con el resto de la persona, así como determinadas maneras de decir, tales como ‘soy todo oídos’ ”.

En muchos de los ensayos de Freud hay constantes citas literarias y muchas sentencias como ésta (p. 2450): “El marido es siempre, por así decirlo así, un sustituto. En el amor de la mujer, el primer puesto lo ocupa siempre alguien que no es el marido”.

Otra sentencia (p. 2458): “Un nombre no es más que una etiqueta que ponemos a una cosa para diferenciarla de otras análogas”.

En “Para la prehistoria de la técnica psicoanalítica” cuenta de Ludwing Börne, quien en 1823 escribió El arte de ser un escritor original en tres días en donde aconseja (p. 2464): “Tomad unos cuantos pliegos de papel y escribid durante tres días, sin falsedad ni hipocresía, todo lo que se os ocurra. […] Y al cabo de los tres días quedaréis maravillados ante la serie de ideas originales e inauditas que han acudido a vuestro pensamiento”.

En “Psicología de las masas y análisis del yo” lee a Le Bon, quien dice (p. 2570): “La multitud es un dócil rebaño incapaz de vivir sin amo. Tiene tal sed de obedecer que se somete instintivamente a aquel que se erige en su jefe”. Y sigue (p. 2568): “La multitud es extraordinariamente influenciable y crédula. […] Las multitudes llegan rápidamente a lo extremo. La sospecha enunciada se transforma ipso facto en indiscutible evidencia. Un principio de antipatía pasa a constituir en segundos un odio feroz”.

De “El sueño y la telepatía” es esta cita que interpreta el sueño de una mujer con el mar, un hombre y un tronco, y que asocia (p. 2642): “Las olas del mar y las del amor”.

En “Una neurosis demoniaca en el siglo XVII” (pp. 2677-2696) cuenta (a partir de la lectura de archivos antiguos) cómo el pintor bávaro Cristóbal Haitzmann, en 1667 fue salvado de un pacto que había hecho con el diablo no para que le diera riquezas, que no le interesaban; no para tener placer en muchas mujeres, que probó sólo por tres días y después rechazó; no para tener poder, sino, y eso es lo raro, para que el diablo tomara el lugar de su padre, muerto hacía poco, y a quien el pintor amaba tiernamente.

De su “Autobiografía” me llamó la atención lo que dice de una droga ahora vuelta pandemia (p. 2765): “En 1884 llegó a interesarme profundamente un alcaloide llamado cocaína”. Cuenta su encuentro con el filósofo William James (de quien nada sé); me sorprendió la mención porque al mismo tiempo que este libro de Freud estoy leyendo El filo de la navaja, novela de William Somerset Maugham, donde uno de los personajes está leyendo Los principios de Psicología, de William James. Leí las dos menciones el mismo día. Me pareció simpático.

En una carta escrita el 7 de mayo de 1923 dice Freud (p. 2821): “Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal ‘Don Quijote’ en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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