La poesía da orden al caos: dos libros sobre la obra de Efraín Bartolomé*
Casa de citas/ 458
La poesía da orden al caos:
dos libros sobre la obra de Efraín Bartolomé*
Héctor Cortés Mandujano
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Dice Emmanuel Kant (citado por Julián Marías, en Historia de la filosofía. 1985:277): “Las cosas en sí son inaccesibles, no puedo conocerlas, porque en cuanto las conozco ya están en mí, afectadas por mi subjetividad”. Schopenhauer lo dice en cinco palabras (El mundo como voluntad y representación, Porrúa, 1987:19): “El mundo es mi representación”.
El Poeta ve el mundo y habla de él, desde su propio silencio más íntimo. Lo hace con palabras y se enfrenta al primer reto espinoso y fatal: el vocablo más elemental es polisémico y ambiguo. Las palabras y las cosas están separadas absolutamente, pertenecen a reinos distintos. Pero eso es lo que hay. El poeta conoce la retórica y, cuando puede, las hace chillar, les tuerce el gaznate, las hacen decir lo que tal vez ni las palabras sabían que podían decir.
Aparece el poema y es leído y celebrado. Y luego otro, otros, deciden escribir sobre lo escrito y de este palimpsesto surgen otras palabras, otros libros que a su vez hicieron el camino de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera, en el intento de poner más luz a la palabra dicha por el Poeta.
De dos de ellos hablamos ahora: Efraín Bartolomé: invocación del Misterio (Universidad Autónoma de Baja California Sur y Editorial Praxis, segunda edición, 2018), de Dante Salgado, y Diálogo con la poesía de Efraín Bartolomé (Gobierno del Estado de México, segunda edición, 2014), de Juan Domingo Argüelles.
Efraín ha escrito muchos y celebrados libros de Poesía, pero ha puesto siempre distancia con la crítica, con cierta crítica, y se lo dice a Juan Domingo (pp. 88-89): “Si el crítico construye puentes o vasos comunicantes entre autor y lector, qué bueno. Si no lo hace, no cumple ninguna función. es el eunuco en el harem. Mi rasero es que un crítico es bueno si me enseña algo sobre mi propia creación”.
Ante el riesgo de quedar emasculado, luego de terminar este escrito, y para poner a salvo el equipo que correría riesgo, porque aún lo tengo en uso, quiero aclarar que esta no es una crítica, sino una reseña.
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Dante Salgado analiza en Efraín Bartolomé: Invocación al Misterio los cuatro primeros libros del Poeta: Ojo de Jaguar (1982), Ciudad bajo el relámpago (1983), Música solar (1984) y Cuadernos contra el ángel (1987), que están agrupados, además, en el volumen preparado por Efraín denominado Agua lustral. Poesía 1982-1987 que, en la colección Lecturas Mexicanas, fue publicado en 1994.
Salgado parte, para su análisis, de un presupuesto genérico para cada volumen, que le sirve para que sus cuatro ensayos enlacen el tema con algunos poemas de Efraín. Los títulos son explícitos: “Ojo de jaguar: poética de la naturaleza; Ciudad bajo el relámpago: poética urbana; Música solar: poética del erotismo, y Cuadernos contra el ángel: poética del dolor”.
Los ensayos de Salgado van con claridad a la diana. El primero, sobre Ojo de jaguar, concluye (p. 56): “Efraín Bartolomé establece puentes de comunicación entre el espacio sagrado que es la selva y los lectores de sus poemas. Dudo que busque conmiseración o lástima hacia una realidad de devastación. Su poesía conmueve y hace vibrar íntimas cuerdas porque es combativa. En sus construcciones hay amor y odio; fascinación ante el ‘fasto del orbe’ y coraje ante la inconsciencia que destruye lo que toca”.
De la selva del primer libro, Efraín pasó en el segundo a la ciudad, a lo “urbícola”; del amor a la naturaleza a, lo dice Efraín (p. 76), “la repulsa, el repudio a la Venus de las cloacas, a la Venus urbana”.
Música solar es el erotismo, dice el ensayista (p. 99): “Bartolomé escribe consciente de que la poesía, como pedían los surrealistas, es una vía excelsa para conciliar el interior con el exterior que permite, a unos cuantos, vislumbrar la raíz de la que fue desprendido el ser. Poesía y amor son sinónimos porque son ejercicios vitales de libertad”.
Y dice Salgado en su último ensayo (p. 122): “El poeta habla por todos, su vocabulario concentra el sentimiento general, por su boca fluye el logos de la poesía que es un bien común, por eso la poesía debe terminar en comunión, es decir, el vate devuelve al grupo el lenguaje colectivo que él ha buscado, encontrado y pulido para que el ser conserve su primigenia esencia que lo comunica con todo y con todos”.
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Conversé con don Rodulfo Bartolomé, padre de Efraín, cuando él ya era un hombre mayor y estaba en silla de ruedas por una caída que le había lastimado el brazo. Tenía, también, severos problemas con la vista. Sin embargo, su dicción era perfecta y sus pensamientos claros. Hablaba sin titubeos y ponía las pausas, como si fueran comas, en su exposición inteligente, en su argumentación lógica. No parecía un anciano, sino un profesor experto exponiendo un tema en el aula.
Antes, cuando conocí a Efraín, me llamó la atención lo mismo: su pronunciación puntual, su discurso oral sin lo deslavazado de las conversaciones informales, sus puntualizaciones sin aporías.
Lo aprendió, e inmejorablemente, de su padre. Y es muy difícil que alguien que hable bien, escriba mal, y sería casi imposible que alguien como él –conocedor del quid poético, lector permanente de los clásicos– fuera un mal poeta. En Efraín se han conjugado el conocimiento y la intuición, el saber enciclopédico y las experiencias vitales, el cerebro y el corazón. Sus poemas, por eso, son construcciones verbales de sólida estructura que lucen, al mismo tiempo, el oro más pulido de los poetas que lo anteceden, con la impronta de un hombre sensible que tiene la selva de Chiapas viviendo en su pecho.
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Diálogo con la poesía de Efraín Bartolomé reúne las conversaciones que Juan Domingo Argüelles –poeta, crítico, ensayista de muchas luces, y conocedor de la obra de Efraín– ha tenido con nuestro poeta en 22 años: del 6 de febrero de 1992 al 20 de junio de 2014.
Aunque el libro refiere esas conversaciones, no son las que usualmente se pueden oír de dos amigos que platican al tuntún. Son dos hacedores de la palabra que dan cuerpo a un volumen donde se puede aprender sobre poesía, sobre el mito poético, sobre la poesía de Efraín, es evidente, pero desde la base de cómo se habla correcta, informada e inteligentemente. El libro, por si no quedara claro, no dice que es un diálogo con Efraín, sino con su poesía, con la Poesía.
Argüelles, en su Prólogo, hace, entre otros, este señalamiento contundente (p. 15): “Uno de los aportes de Bartolomé a la actual poesía mexicana es el rigor, la búsqueda de perfección, el rechazo al facilismo y la incoherencia”, y también (p. 21): “Bartolomé no corteja a la poesía, sino que la posee; no ensaya ningún vuelo sin saber su destino, sino que reconoce su destino y por eso vuela”. Y en su Epílogo en cinco tiempos, nos comparte los títulos de los que a su juicio son los cuatro mejores libros de Efraín (p. 146): Ojo de jaguar, Cuadernos contra el ángel, Música lunar y Cantando el Triunfo de las cosas terrestres.
Dice Efraín en “Invocación a la Gran Diosa”, en 1992 (p. 35): “La poesía mueve montañas y el verso adecuado es capaz de matar ratas”; en “Respuestas al enigma”, declara, en 1994 (p. 49): “El poeta celebra o rechaza la realidad en la medida en que ésta honra o deshonra las verdades poéticas”; en “La ceguera visionaria” dice, en 1996 (p. 68): “En términos formales me siento en plena posesión del oficio y del conocimiento de la tradición, de las minucias y de los secretos del lenguaje, y en el camino de la gramática histórica del mito poético”; en “When I’m sixty-four”, en 2014, contesta una pregunta que él mismo se hace (p. 117): “¿Para qué sirve la poesía en tiempos de miseria? […] Sirve para lo que ha servido siempre: para darle sentido al caos”.
En los diez diálogos de este libro, Juan Domingo y Efraín hablan de la vida y la poesía, de las tragedias, de las lecturas, de los críticos y los premios, de cómo algunos de los libros de Efraín han dejado de ser recién nacidos y se han vuelto clásicos, y de cómo los poemas de Bartolomé no dejan de tocar los espíritus humanos de aquí y de allá, de ayer y hoy…
5
Moriré yo, morirán todos los de mi generación y de la que sigue, y las otras y los otros, y algún día de un futuro lejano, lejanísimo, en una tarde que no alcanzo a imaginar con claridad, una muchacha o un joven, un señor o una abuela reunirán a su gente amada ante una hoguera o cerca de la luz de una lámpara o un led, o tal vez al lado de una estrella que puedan acomodarse detrás suyo para iluminar la página vieja de un libro antiquísimo y leerán un largo poema de Efraín Bartolomé, escrito con palabras vueltas Avellanas, sacadas del oscuro pozo del misterio bárdico, desde la sabiduría de su Corazón de monte y su Ojo de jaguar.
Y alguien de ese tiempo ignoto llorará, y otra hará la danza del poema sintiéndolo recorrer su sangre, y alguien estallará en aplausos, y allá, en ese futuro de enigmas, fuera de este presente desgarrado, los que sepan leer, los que sepan oír, sabrán que la Poesía de Efraín ha sido, es, será capaz de hacerlos vivir de nuevo en el Edén donde acaba de nacer la redonda, la alegórica, la Diosa: la Luna.
*Texto leído en la presentación de los libros Efraín Bartolomé: invocación al Misterio, de Dante Salgado, y Diálogo con la poesía de Efraín Bartolomé, de Juan Domingo Argüelles, el 13 de noviembre de 2019, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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