“Al fascismo no se le discute, se le destruye”: el Fútbol Club Sant Pauli
La frase de Buenaventura Durruti, el anarquista hispano muerto en combate en la Guerra Civil española, y que da título a este artículo es contundente a la hora de señalar que hay ideologías que por su concepción del ser humano y de la sociedad, como se demostró cuando ejercieron el poder, no merecen ningún respeto y deben ser confrontadas por el bien común. Durruti, como tantos otros lo hicieron, lo combatió hasta fallecer encabezando la llamada Columna Durruti. Un hecho de los más recordados en la Guerra Civil española porque su entierro fue una demostración masiva de la popularidad de su figura y, también, del anarcosindicalismo entonces.
Hoy en día movimientos políticos en muchos países, y con distinto nombre, avivan posicionamientos políticos que, sustentados sobre todo en la xenofobia y el racismo, retoman muchos de los postulados que a principios del siglo XX construyeron el nacionalsocialismo en el mundo. Frente a ellos se levantan antifascistas que, de manera frontal, se enfrentan especialmente en las calles a esos grupos porque, como dijo Durruti, al fascismo hay que destruirlo.
Eso hacen clubs de fútbol como el Sant Pauli alemán, un equipo que recientemente despidió a uno de sus jugadores, Cenk Sahin, por publicar en Instagram su apoyo al ataque militar de Turquía sobre los kurdos y sus milicias. Un pueblo perseguido, durante siglos, por los turcos dentro y fuera de sus fronteras.
Mucho se habla siempre, con desconocimiento de la historia, de la separación entre deporte y política. Y se afirma desconocimiento, por no decir ignorancia, porque desde la institucionalización de la práctica deportiva siempre el deporte se ha vinculado a la política, dentro de las fronteras de los Estados modernos, y en las competencias internacionales. Y lo mismo ocurre con los sentimientos identitarios, nacionalistas, que las justas deportivas condensan de manera nítida.
El club Sant Pauli, ubicado en el barrio del mismo nombre de la ciudad de Hamburgo y fundado en 1910, ha ido construyendo paulatinamente su perfil antifascista, totalmente asumido y apoyado por sus seguidores. Una historia que vale la pena conocer, para quienes estén interesados, en el libro escrito por Carles Viñas y Natxo Parra y titulado ST. PAULI. Otro fútbol es posible (2017).
En la actualidad milita en la segunda división del fútbol alemán, y está posicionado como institución, y con sus seguidores, en la lucha frente a la xenofobia, el racismo y la guerra, sobre todo contra la población civil, además de apoyar a las personas que cruzan el Mediterráneo huyendo de la guerra o en busca de un mejor futuro. Un ejemplo de esa postura la demostró el club respaldando la creación de equipos de fútbol compuestos por refugiados sirios y libios, principalmente.
Con no demasiados asociados, el Sant Pauli se ha convertido en un fenómeno mundial ya que cuenta con grupos de seguidores en distintos continentes, y su bandera pirata puede verse en múltiples redes sociales como demostración de compromiso político de los usuarios. Un ejemplo de lucha antifascista como la que también practican los seguidores y el mismo club escocés, el Celtic de Glasgow; otra institución mítica por su apoyo a causas populares, y su rechazo a toda forma de colonialismo y fascismo.
El fútbol, que mueve cantidades ingentes de dinero y que está convertido, como espectáculo, en un ejemplo de las características del capitalismo actual, puede mostrar que en la hermandad construida por la pasión deportiva, y aglutinada por un equipo, también se expresan nítidos pronunciamientos políticos de los que estamos muy necesitados.
Buenaventura Durruti no murio en combate durante la Guerra Civil española. Fue asesinado de un tiro a quemarropa en la zona republicana por milicianos no identificados cuando viajaba en coche con su conductor y un guardaespaldas. Nunca se descubrio de que faccion eran los milicianos que lo mataron pero al segundo general anarquista de Madrid, Cipriano Mera, lo intentaron matar por la espalda en una visita al frente las milicias comunistas como él dejo escrito ya en el exilio. No fue la unica ocasion que a los anarquistas los mataron sus ‘aliados’. En Barcelona 3.000 anarquistas murieron en ‘combate’ con milicianos de UGT, ERC y policia de la Generalitat en los sucesos de mayo a los que se puedes añadir los troskistas del POUM ejecutados por comisarios politicos comunistas en Cataluña. Aún hoy permanece desaparecido Andreu Nin el presidente del POUM secuestrado por agentes de Stalin torturado y asesinado. Los anarquistas españoles fueron perseguidos en la II República Española desde su creación por socialistas y durante la guerra ya directamente liquidados por socialistas que no querian que la CNT superara en fuerza a la UGT y comunistas que solo querian la dictadura stalinista no una revolucion proletaria.