Nación/Estado: la 4T
En la conferencia mañanera del 23 de septiembre pasado, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, en una parte de sus intervenciones, dijo: “El petróleo no es ni siquiera del Estado, es de la Nación”. Esta frase encierra una concepción correcta: el Estado es diferente de la Nación. Y habría que agregar que el Gobierno, es distinto del Estado y de la Nación. Estas distinciones son básicas y muy importantes que las tengamos en cuenta además de que se entiendan las diferencias. En efecto, no existen definiciones unívocas de Estado, Nación y Gobierno. Cada corriente teórica en ciencias sociales propone una perspectiva, pero en lo que hay acuerdo, es que son dimensiones distintas y corresponden a ámbitos diversos de la vida política y social en el ámbito de “lo público”. Desde mi punto de vista forjado en las controversias del análisis político en antropología y en la lectura de los pensadores que escriben desde los métodos histórico-críticos, el Estado se originó en las transformaciones de las sociedades primarias basadas en el intercambio recíproco a las sociedades divididas en clases sociales, las actuales sociedades desiguales. Para decirlo pronto: el Estado es una institución de las sociedades desiguales, sostenidas por economías manejadas políticamente. Trataré de explicar ese punto de vista.
Las sociedades de la desigualdad en las que vivimos hoy día, son resultado de transformaciones ocurridas hace miles de años, al pasar los agrupamientos sociales organizados en base a las relaciones entre parientes, con economías sociales fundadas en el principio de la reciprocidad, a privilegiar los intereses particulares de personas que asumían el poder y el control. Estado, sociedad desigual y economía política surgieron juntas, son un trío inseparable que se apoya mutuamente. Podemos comprender mejor al Estado si lo comparamos con un árbitro. En efecto, en las sociedades desiguales existen un sin número de intereses, incluyendo los del poder, que si se dejaran al libre arbitrio de ellos mismos, terminarían por destruirse. El Estado evita eso, blandiendo la tarjeta amarilla para advertir o de plano, la roja, para saldar la problemática. Por ello, un clásico de las ciencias sociales como lo es Max Weber, planteó que el único organismo que debe usar con legitimidad la fuerza, es el Estado. Lo hace sobre todo para defender los intereses de quienes controlan el poder contra aquellos sectores de la población que luchan por mejorar sus posiciones en la sociedad. Es decir, el Estado es árbitro para “arbitrar” (valga la redundancia) los intereses de quienes controlan la economía y aquellos que viven de su trabajo. Pero no se acaba allí su función: es también árbitro entre quienes juegan al más alto nivel: en nuestras sociedades actuales, es árbitro entre los interese particulares de los sectores dominantes, que tienen el control de toda la riqueza producida por el trabajo en sociedad. Por supuesto, el Gobierno está en función del Estado. El Gobierno es el manejo, dirección y control de los asuntos públicos. Es, como dicen los antropólogos, un proceso, una estructura y una idea. En términos coloquiales es lo que llamamos el régimen.
La Nación es la unidad de identidad que una sociedad reconoce. Para algunos antropólogos, la Nación es la Comunidad de Cultura; para otros, es la Comunidad Política que reconoce una supra identidad que vincula a sus miembros. En general, en Europa el tema de la Nación sigue siendo muy debatido y la concepción de que una Nación es una Comunidad de Cultura funciona para explicar los conflictos que actualmente enfrentan sociedades europeas. No toda Comunidad de Cultura logra forjar su propio Estado y en otros contextos pluri- culturales, se tienen Estados por un acuerdo entre las partes, como el caso de Suiza. La antigua Yugoeslavia, se descompuso entre diferentes Estados Nacionales después de una guerra desgarradora, en las que las Naciones que integraban el acuerdo para sostener a un Estado Nacional, entraron en conflicto resultando en lo que es hoy son Estados diversos coincidentes con Naciones diversas. Dicho todo muy en breve, lo mismo sucedió en la antigua Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas.
En América Latina, y México no es la excepción, tenemos una situación generalizada de Naciones que son comunidades culturales que, a lo largo de la Historia, forjaron sus propios Estados Nacionales. La situación no está exenta de conflictos, como lo demuestra la compleja problemática que enfrentan los llamados “pueblos originarios” cuya situación originó las tesis del colonialismo interno con planteamientos de Guillermo Bonfil, Pablo González Casanova, Stefano Varesse o Rodolfo Stavenhagen (Ver: Revistas ENCARTES, Volumen 2, Número 4, se publica una entrevista sobre el tema entre Guillermo De La Peña y Rodolfo Stavenhagen. Está en línea). Por supuesto, es un asunto público que el Estado arbitra y que los programas concretos de Gobierno llamados “políticas públicas” tratan de atender.
Cuando el Presidente López Obrador afirma que el “petróleo mexicano pertenece a la Nación” está en lo correcto: es un bien común de todos los mexicanos, independientemente de religión, clase social, preferencias ideológicas o condiciones de género. Como es un “bien púbico” su administración es un asunto de Gobierno y como tal, debe rendir cuentas a la sociedad en su conjunto. Esperemos que así suceda y que cesen los intentos por expropiarle a la Nación un bien tan preciado.
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala, 28 de septiembre de 2019.
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