Leamos a Marx
Al ingresar a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en 1965, me encontré con un medio académico en el que se leía y discutía la obra del científico alemán Carlos Marx. Me sorprendió ciertamente. Para mí no era novedad el nombre de Carlos Marx: lo escuché muchas veces de labios de mi padre, el profesor Andrés Fábregas Roca, uno de los fundadores del Partit Proletari Catalán en aquellos años de la España crucificada por los traidores. Pero en los medios ambientes tuxtlecos, el nombre de Carlos Marx despertaba miedo y rechazo, sin que se supiera bien a bien por qué. Sencillamente se le relacionaba –y culpaba-con los regímenes comunistas existentes en la Unión Soviética y China. Sus textos eran desconocidos, pero la propaganda de sectores religiosos y de los simpatizantes de la “american way of life” (el modo norteamericano de vivir) penetraba a todos los sectores sociales, difundiendo miedo ante el solo nombre de Carlos Marx y la mención del comunismo. Pero en la ENAH de aquellas décadas en que fui estudiante, la obra de Marx y de su entrañable amigo Federico Engels se comentaba hasta en los pasillos y en el propio restaurante del Museo Nacional de Antropología a donde acudíamos a tomar café por ser el único espacio disponible para ello.
Al planteamiento de Marx se le asoció con una interpretación determinista no sólo de la Historia sino de la Sociedad. Como reguero de pólvora corrió la versión que ponía en boca de Marx la propuesta de que todo lo que concierne a las sociedades humanas estaba determinado por la economía. En la ENAH era tan dominante esta versión, al grado de afirmarse que el estudio de la Cultura –razón de ser de la antropología-era una pérdida de tiempo, al estar determinada por la economía. Había curiosas interpretaciones de qué era un modo de producción. Por supuesto, se ponía en palabras de Marx aquella supuesta sucesión necesaria de modos de producción de amplia difusión: comunismo primitivo-esclavismo-feudalismo-capitalismo-socialismo, y de aquí se regresaría al comunismo de nuevo. Estudiante que no repitiera dicha versión, era considerado “reformista”, ideológicamente prisionero de las versiones burguesas. En nombre de Marx se decretó al proletariado, entendido como el obrero industrial, como la clase social universal que salvaría al mundo de las garras del capitalismo.
Los estudiantes leíamos los libros que llegaban desde la Unión Soviética, difusores de la versión anterior de Marx. Es cierto que Wenceslao Rocés había hecho la primera traducción completa al castellano de El Capital de Marx, publicado por el Fondo de Cultura Económica, editorial del Estado Mexicano. Leíamos de Federico Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre y El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Los materiales textuales de Marx eran muy escasos. Finalizando los años 1960 y después del Movimiento Estudiantil de 1968, comenzaron a llegar a México materiales desconocidos de Marx, que revelaban a un científico bastante diferente del que se nos había dado a conocer. Gracias a esos materiales y a profesores recién llegados a la ENAH, como el caso de Ángel Palerm, otro Marx se nos fue descubriendo. De un autor rígido, inamovible en sus opiniones, pasamos a conocer a un científico de mente abierta, propositivo, nada dogmático y hasta crítico de sus propias opiniones. Fue muy importante la publicación de la serie Cuadernos de Pasado y Presente de la Editorial Siglo XXI, gracias a la cual fue posible leer, por ejemplo, las opiniones de Marx sobre el campesinado en Rusia, su propuesta de un Modo Asiático de Producción, su advertencia de que la sucesión de modos de producción que se nos había dicho que era universal, sólo correspondía a Europa Occidental y nada más. En la misma Editorial Siglo XXI, se publicó la obra seminal de Marx, Grundisse, justo las consideraciones teóricas antes de emprender la escritura de El Capital. La rotunda afirmación de Marx de que el modernismo era criatura de Europa Occidental y de que el colonialismo fue-sigue siendo-el mecanismo para llevar a la economía política del capital a todo el orbe, se revela en estos textos y en su correspondencia. La cultura, la política, las ideologías, en fin, todo lo que se decía que era “sobre estructural” adquiría un peso enorme para explicar a las sociedades y a las épocas históricas, teniendo en cuenta la relación dialéctica entre los componentes de las organizaciones humanas.
Uno de los aspectos más atacados por quienes ven al demonio personificado en Marx, es su opinión sobre la desigualdad social expresada en la existencia de clases sociales. Se dice que con este planteamiento Marx fomentó el odio entre los miembros de una sociedad. Es una opinión que no merece la pena tener en cuenta, excepto porque se recure a ella con frecuencia. En una carta, Marx advierte que él no descubrió a las clases sociales, lo que corresponde a los economistas capitalistas ingleses. Lo que es aporte de Marx es haber demostrado que las clases sociales sólo aparecen como realidad empírica con la desigualdad social y su consolidación. Además, Marx demostró que a partir de la aparición de las clases sociales y con ello de una economía que se maneja por intereses protegidos desde el Estado, es el conflicto entre ellas lo que mueve a las sociedades e impulsa el cambio histórico. Marx no es culpable de la existencia de las clases sociales. Su mérito es haber descubierto su dinámica y su relación íntima con la desigualdad social y la explotación del trabajo.
Dado que Lenin y los revolucionarios de la Revolución de Octubre en la extinta Unión Soviética, expresaron que su inspiración revolucionaria venía de Marx y Engels, se asociaron los textos de Marx con el sistema político soviético. Hoy sabemos que Lenin advirtió con insistencia al Partido Comunista de la Unión Soviética, que no dejaran llegar a Stalin al poder. Pero muerto Lenin, lo primero que hicieron los dirigentes soviéticos de aquella época fue entronizar a Stalin y con ello, a un despotismo que llevó a la Unión Soviética a su disolución. Marx no es responsable de las atrocidades de Stalin. Es más, la Unión Soviética se hubiera ahorrado mucho dolor si hubiese tomado en cuenta las opiniones vertidas por Marx a propósito de la comuna campesina rusa y si los dirigentes de aquellos días hubieran tenido respeto por las opiniones de Lenin. Pero el “hubiera” no existe y una realidad escabrosa se impuso. Pero achacarle a Marx toda la tragedia que ocurrió en la Unión Soviética o los desmanes de otros regímenes que se amparan con su nombre, es una aberración.
Después de la caída del Muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética, el medio académico neo liberal proclamó su triunfo. Era una victoria pírrica. En efecto, los componentes del capitalismo siguen vigentes, los conflictos de clases son evidentes y más complejos porque en los países de origen colonial, las luchas de clases se mezclan con las reivindicaciones culturales, como bien lo advirtió, hace años, Rodolfo Stavenhagen y en cierto sentido, también Guillermo Bonfil. La pobreza no solo no disminuye sino que aumenta. Las multitudinarias migraciones expresan a un mundo en decadencia. El mundo de hoy se mueve porque los conflictos entre los oprimidos y los opresores alientan la dialéctica humana. En África, Asia, Europa, Oceanía, América Latina, El Caribe y los centros imperiales, las luchas entre el capital financiero, escondido en múltiples tapaderas, y aquellos que trabajan para sostener todo el entramado social, es asunto cotidiano. Por eso, la invitación para leer a Marx no como si fuera el catecismo del Padre Ripalda, sino como lo que es: un científico social que entendió las entrañas de la sociedad contemporánea. Tuvo también sus equivocaciones notables, errores, como cualquier académico. Pero su lectura vuelve a ser imprescindible y está sucediendo. Con solo ver como regresan los textos de Marx a las librerías y los estudios de quienes se apoyan en ellos para los análisis contemporáneos, probamos la vigencia de un estilo de análisis, que decía Charles Wrigh Mills, el sociólogo crítico norteamericano. A Marx hay que leerlo como seguimos leyendo a Max Weber o a Émile Durkheim. Mientras en las sociedad humana siga persistiendo la desigualdad social y la inhumanidad de un sistema atroz que recién mostró una de sus caras más terribles en Culiacán, Sinaloa, la obra crítica de Marx seguirá vigente. No es cuestión de “gustos” sino de eficacia para explicar la situación contemporánea.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 20 de octubre de 2019.
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