¿La tecnología nos hará libres?
Ahora que se ha puesto de moda la idea de las “mañaneras” del presidente López Obrador, mi rutina diaria implica desde temprano revisar con menor o mayor profundidad lo que acontece en la prensa. En ocasiones comienzo la lectura de la prensa local, después tránsito hacia los medios impresos dizque nacionales para finalizar con lo internacional. En verdad, estoy consciente que la clasificación resulta un tanto general e incluso vaga. En la era de la comunicaciones transterritoriales ¿Qué medio es esencialmente local o internacional?
Por lo tanto, tengo por afición mañanera consultar en versiones electrónicas lo que más puedo abarcar en torno a las noticias y reflexiones que se publican en algunos medios. Por supuesto, eso incluye Chiapas Paralelo y, con frecuencia, también la lectura de varios de mis colegas de estas páginas. Como dicen en mi pueblo, aunque la zalamería no es uno de mis fuertes, debo reconocer que transito con regularidad por la ‘república de las letras’ que pueblan los textos de Sarelly Martínez, Miguel Lisbona, Sandra de los Santos, Ángeles Mariscal, el profesor Andres Fábregas; entre otros. Sus comentarios son una bocanada de aire fresco y un bálsamo que cura las heridas de mi ignorancia. Navego por los caminos acostumbrados del ciberespacio tratando de entender un poco de lo que sucede a diario en este empequeñecido mundo gracias a la tecnología.
En mi mañanera más reciente, leí lo que escribió el maestro Fábregas acerca de la necesidad de leer a los clásicos y suscribo sus comentarios en todas sus líneas. Más aún, me atrevo a ampliar los ejemplos que él mismo ofrece, sobre todo a partir de una publicación recientemente traducida que lleva por título Poscapitalismo. Escrita por el periodista británico y especialista en temas económicos, Paul Mason, el libro es una recuperación muy condensada precisamente de algunos clásicos que nos ayudan a comprender la sociedad y economía capitalistas, y sus derroteros actuales. Aunque breves, sin la recuperación de autores como Carlos Marx, entre otros, no sólo no entendemos la dinámica y expansión del capitalismo, sino que resulta un enorme reto la comprensión de fenémenos de, por ejemplo, las recurrentes crisis financieras que han provocado colapsos económicos y un caudal de pobreza en el mundo.
Impactado por la crisis financiera de 2008, Mason asegura que vivimos un mundo cuya premisa fundamental es la inestabilidad. Vaticina que la próxima crisis es probable que no pueda superarse, no al menos con los viejos moldes o recetas. Pero el capitalismo tiene distintos modos de adaptarse a las circunstancias. De hecho, las crisis recurrentes son un legado de la interpretación marxiana de las dinámicas que hacen funcionar el sistema capitalista.
Formulado como una interrogante, uno de sus capítulos realiza una invocación expresa de Carlos Marx y su teoría acerca del capitalismo. En disputa con los economistas clásicos, Marx esgrimida que la fuente de valor de todas las cosas es el trabajo y que las condiciones de su reproducción son el origen de condiciones injustas o, en otros términos, de la explotación del trabajador por los agentes del capital.
En respuesta a las insatisfacciones de las conjeturas de los economistas clásicos respecto de las alteraciones recurrentes del sistema, cuando el propio Marx señalaba que esta era una de las características distintivas del propio capitalismo, toda la economía política crítica se constituía en una fuente de conocimientos acerca de los modos en que se producen esas crisis cíclicas que ha vivido el capitalismo. “Según Marx, una economía de mercado hecha y derecha acarrea una inestabilidad inherente, pues da pie a que, por primera vez en la historia, existan crisis en medio de abundancia, a que se fabriquen cosas que no pueden comprarse ni usarse: una situación que habría sido inimaginable por absurda en tiempos del feudalismo o del mundo antiguo”.
“Marx también reconocía la presencia de una tensión en economía entre lo real y lo que suponemos que es real. El mercado es una máquina de conciliación de esos dos planos. El valor real de las cosas viene dictado por la cantidad de trabajo, maquinaria y materias primas usadas para hacerlas -medida en todos los casos en términos de valor-trabajo-, pero eso es algo imposible de calcular por adelantado. Tampoco podemos verlo, pues la leyes de la economía funcionan «a espaldas» de todos los agentes implicados”
Pero debe reconocerse que Marx escribió sus reflexiones sobre la sociedad capitalista hace poco más de 150 años, si nos atenemos a lo que fuera su obra fundamental, El Capital, misma que fue publicada en Alemania por allá de 1867; eso es lo que se advierte en la edición de Siglo XXI. Por lo tanto, sería un despropósito monumental pretender encontrar en los análisis de Marx una explicación del presente o de la sociedad que estamos viviendo/padeciendo. Lo que Mason enfatiza recordando a Marx es que los bienes adquieren “valor” por el trabajo vivo y acumulado en su producción; al mismo tiempo en que ese sistema se sostiene por una cantidad de trabajo excedentaria que no es pagada al trabajador y ello da lugar a un régimen de explotación. En este sentido, hoy en día tenemos regímenes de explotación tan brutales o más que los que habían en la época en que Marx escribió y las que más sufren esto son las comunidades indígenas y campesinas.
Otro de los elementos en los que Marx acertó fue el hecho de que el propio sistema capitalista presentaba ciclos recurrentes de crisis y esto era constitutivo del modo de producción. “Según Marx, una economía de mercado hecha y derecha acarrea una inestabilidad inherente, pues da pie a que, por primera vez en la historia, existan crisis en medio de la abundancia, a que se fabriquen cosas que no pueden comprarse ni usarse…”
De acuerdo con Mason, cuando Marx escribió sus reflexiones el sistema financiero estaba aún desarrollándose, si lo vemos comparativamente a lo que tenemos ahora. El culmen en el periodo neoliberal, ese que ahora el presidente ha declarado en extinsión, ha sido precisamente el poder que han impuesto los financistas y los gobiernos que los han apoyado con el propósito explícito de apropiarse de un mayor caudal de recursos sociales, lo cual ha generado una enorme desigualdad en todo el mundo, incluidos los países más desarrollados. En buena medida, esto es lo explica las manifestaciones de descontento que han estallado en los últimos días; cuando el neoliberalismo llevado a sus últimas consecuencias implicó, en la práctica, la pérdida de derechos sociales, la reducción del Estado a su dimensión gerencial y a la expansión del crédito privado como mecanismo para el financiamiento de temas tan sensibles como la salud y la educación. Chile, en este sentido, es la expresión más pura y dura de este modelo en América Latina. No es casual, entonces, que sea precisamente ahí donde estallan los conflictos por la insensibilidad y el descrédito de sus gobernantes, ligado a un modelo que no solamente provocó a una gran desigualdad entre la población sino que, entre aquellos convidados al festín del neoliberalismo, han venido acumulando deudas impagables producto de la privatización de los servicios básicos y un sistema de pensiones bancarizado con el que no se alcanzan a cubrir necesidades esenciales. Con otras palabras, el neoliberalismo implantó la práctica de vivir literalmente del préstamo. Sin embargo, como se ha visto, esta dinámica tiene sus límites y conduce a una suerte de suicidio colectivo ante la acumulación de deudas impagables. Por eso, en el crack del 2008 muchas personas perdieron sus viviendas.
No obstante ese sombrío panorama, debe reconocer que ha sido durante la época neoliberal donde se “ha propiciado la mayor ola de desarrollo jamás vista en el mundo y ha favorecido también una mejora exponencial de ciertas tecnologías de la información fundamentales”. En efecto, así como en el momento del descubriento y el uso masivo del teléfono, hizo cada vez más rutinaria nuestra comunicación con personas no presentes en el mismo tiempo y lugar, de la misma forma hoy sería impensable intercambios discursivos a través de la redes sin los aparatos que lo hacen posible.
Pero más allá de estas consideraciones, Mason cree que nos encontramos en los umbrales de un cambio epocal en donde la tecnología está cambiando nuestras formas de relacionarnos e imprime una nueva dinámica a la idea de trabajo. En efecto, los impactos que ahora están teniendo las tecnologías no tienen parangón histórico, Mason visualiza una “tendencia espontánea a disolver mercados, destruir derechos de propiedad y desintegrar la relación entre trabajo y salarios”. Pero, en concreto, ¿Cuáles son esas transformaciones provocadas por las nuevas tecnologías? En primer lugar, experimentamos una transformación radical entre el trabajo socialmente necesario para la producción de bienes de consumo y el tiempo libre. En segundo lugar, “los bienes informacionales están corroyendo la capacidad del mercado para formar o establecer precios correctamente, porque los mercados se basan en la escasez, pero la información es abundante”. Finalmente, emergen renovadas formas de trabajo descentrada y mediante redes de colaboración.
Si bien se trata de cosas que a menudo no alcanzamos a percibir e incluso pueden ser consideradas hasta utópicas, todo parece indicar que no solamente la etapa superior del capitalismo materializada en el neoliberalismo está llegando a su fin, al menos como lo hemos conocido hasta ahora. Aunque nos hemos acostumbrando a los cambios rápidos y a las condiciones un tanto efímeras de la vida cotidiana, las transformaciones que Mason augura como poscapitalismo tardarán un poco más en convertirse en rutina para los ciudadanos del hoy y mañana. Por lo pronto, no está por demás volver a los clásicos como fuente de inspiración e imaginar un mundo mejor.
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